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La mujer del César

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 01 de marzo de 2017, 00:59h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

Bien es sabido que la mujer del César, según el refranero español, tan certero, como, a veces, tan puñetero, y según dicho tradicional desde “ in illo tempore”, no sólo ha de ser honrada, sino que, además, ha de parecerlo. Y para mí, que esto último, quizás, fuera más importante y esencial que lo primero, pues, al fin y al cabo, lo que queda en la retina de la ciudadanía o del espectador es lo que se ve, lo que se aparenta, y si esa visión, esa apariencia, es nefasta, aunque no fuere cierta, cierto es, valga la redundancia, que la interfecta o el interfecto deberá acarrear con el Sambenito de su deshonra.

Pues bien, esa forma de actuación es la que es exigible a todo cargo público y, además, con un énfasis y exigencia a la enésima potencia, pues el cargo que se desempeña, lo sea por elección directa del electorado, en unas elecciones, o por el dedo de quien está facultado para proceder a esa elección, lo es con cargo a las arcas públicas de caudales, las cuales, no lo olvidemos, se nutren de ordeñar a la ciudadanía y proceden, a mayor inri, del trabajo desempeñado por los ciudadanos, en no pocas ocasiones, con esfuerzo redundante en el sudor de su frente, lágrimas, y, a veces, sangre, por lo que ese comportamiento público exigible exige, valga otra vez la redundancia, una conducta impecable, rayana en  la santidad o, como poco, ejemplar y ejemplarizante.

Y esto es lo que se ha echado en falta en la reciente decisión del Fiscal General del Estado, José Manuel Maza, dirigida a relevar a varios cargos (fiscales) de la cúpula de la institución fiscal, que originó y desencadenó un cúmulo de críticas apuntando a injerencias que sobre los cesados se venían realizando, al parecer, sin ningún tipo de rubor ni la más mínima reserva ni sigilo. Y al respecto, la Unión Profesional de Fiscales, afirma que “el mensaje que se da es que se cambia a quien persigue la corrupción”, basándose en la denuncia realizada por el relevado Fiscal Superior de Murcia, Manuel López Bernal, del que partió el impulso en la investigación contra el Presidente de la Comunidad Murciana, Pedro Antonio Sánchez, del Partido Popular, investigado en la región por el “caso Auditorio”, sobre las presiones e intentos de intimidación por parte de algún Partido Político (adivinen de cuál), dejando al pie de los caballos a las dos fiscales, Carmen García Cerdá y Teresa Gálvez, que se encargaban del caso, y siendo sospechosa la más que probada entrevista, “sotto voce, detrás del abanico de oro”, tal como apuntara Gustavo Adolfo Bécquer en una de sus rimas, durante el pasado Congreso Nacional del PP, en la Caja Mágica de Madrid, entre el mentado Pedro Antonio Sánchez y el Ministro de Justicia, Rafael Catalá.

Este hecho, tan desubicado en el tiempo y tan coincidente con la investigación (antaño imputación) del Presidente de la Comunidad Murciana, ha hecho saltar chispas en los partidos de la oposición. Así, el portavoz socialista en el Congreso, Antonio Hernando, anunció que su partido pedirá la dimisión del Fiscal General del Estado, si no justifica adecuadamente los relevos que llevó a cabo, lo que calificó de “purga masiva”. Ciudadanos consideró “intolerable” que un fiscal denuncie presiones, pidiendo explicaciones al Ministro de Justicia. Unidos Podemos pidió la comparecencia, en el Congreso de los Diputados, del Fiscal General del Estado, amén de los Ministros de Justicia y del Interior, éste último, Juan Ignacio Zoido. Por su parte, en un intento de quitar hierro al asunto o de echar agua sobre el incendio provocado, la vaporosa vicesecretaria de Estudios y Programas del PP, Andrea Levy, rechazó que haya “ningún tipo de intencionalidad” en los relevos de las principales Fiscalías dedicadas a la lucha contra la corrupción, especialmente, en las de Murcia y Andalucía.

Y aunque el propio ex Fiscal Superior de la Comunidad de Murcia, Manuel López Bernal, a posteriori, haya matizado que ese tipo de presiones y de intimidación provienen de las declaraciones de algún partido político y de lo publicado por los medios de comunicación, nos deja la duda de si también, ahora, esas pretendidas presiones e intimidación hayan sido la causa de esta matización, con lo cual estaríamos ante la pescadilla que se muerde la cola o en un laberinto del que es imposible hallar la salida.

Y es que choca, que aquí y ahora, especialmente con el tema del Presidente de la Comunidad Murciana y ante la insistencia de seguir adelante con la investigación sobre su persona, por varios presuntos delitos (prevaricación continuada, fraude, falsedad en documento oficial y malversación de caudales públicos), haya sentido el Fiscal General del Estado ese impulso de proceder al relevo de ciertos puestos de relevancia en la Fiscalía, apartando, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, al Fiscal Superior de la Comunidad Murciana, Manuel López Bernal, que ya son ganas de tentar al diablo en la propia puerta del infierno, pese a que al Presidente del Gobierno de España, Don Mariano Rajoy Brey le parezca de lo más normal esta actitud, que enmarca dentro del ámbito de las competencias de la Fiscalía General del Estado, añadiendo que “el Gobierno nada más tiene que añadir sobre este asunto”, en su tono displicente y bobalicón de siempre, tratando de hacernos comulgar, una vez más, con ruedas de molino. Y todo ello bajo la sospecha de la no renovación de la anterior Fiscal General del Estado, Consuelo Madrigal, por no ceder a la presión del Ministro de Justicia para el relevo llevado a cabo y, especialmente respecto del anterior Fiscal Jefe de la Audiencia Nacional Javier Zaragoza, que debía ser apartado del cargo y, sin embargo, gozaba de la plena confianza de la Sra. Madrigal. Y por si fuera poco o no bastara para acallar las duras críticas que se vierten contra el Gobierno, han salido a la palestra ciertas declaraciones peperas que dejan mucho que desear y dan mucho en qué pensar. Así, el Ministro de Justicia, Rafael Catalá, refiriéndose a las fiscales de Murcia: “Lo anómalo es que no acaten el criterio de sus superiores”. O del portavoz en el Congreso de los Diputados, Rafael Hernando: “La fiscalía tiene límites. Esto de que haya fiscales que deciden inventarse delitos que no existen en el Código Penal, tiene que tener una limitación”. O del portavoz del Gobierno, Iñigo Méndez de Vigo, pidiendo “contención” a los fiscales en sus declaraciones públicas.

Y es que, una vez más, la pretensión del Partido Popular de abogar y conseguir una verdadera y auténtica independencia entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial, misión que se propuso como un dogma en su programa para las elecciones del año 2.011, que como casi todo aquel programa, en realidad, contenía una lectura al revés, o sea, hacer lo contrario de lo prometido, y con Ruiz Gallardón de Ministro de Justicia la promesa de despolitizar la justicia y de hacerla verdadera y ciertamente creíble en su independencia, quedó en aguas de borrajas, al reforzar aún más la inmisión del poder político en la elección de los Altos Órganos de Gobierno, Administración y Dirección del Poder Judicial (principalmente Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Supremo y Tribunal Constitucional), lo que parece haber quedado, hablando de togas, como una sentencia firme e irrecurrible, a mayor gloria y satisfacción de un Partido Popular que, en estas horas de desasosiego, en que se ve rodeado por la maza de la justicia en Juzgados y Tribunales, como consecuencia de una galopante e irrefrenable corrupción, que ya le llega al cogote, si no a las cejas, puede suponerle una cierta árnica para mantenerse en el poder como si la cosa no fuera con él, pero, como también se refleja en el refranero español, vuelvo a repetir, tan certero, como puñetero, a veces o casi siempre, arrieros somos y en el camino nos encontraremos.

Sea un relevo, una purga o un baile de fiscales, por el momento y las circunstancias en que ha tenido lugar ese cambio de una treintena larga de fiscales, especialmente los de anticorrupción, hace que algo huela a podrido en todo este asunto.

Volviendo al principio y para finiquitar, la mujer del César no sólo ha de ser honrada, sino que, además, ha de parecerlo. Y en el caso que nos ocupa, esa apariencia de honradez no se vislumbra por ningún lado, más bien todo lo contrario, dejando al ciudadano con la duda razonable de esa falta de honradez.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

                             1 de marzo de 2.017

 

 

 

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