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Lo que marca la diferencia

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 02 de agosto de 2017, 01:47h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

No todos los pueblos de España, y menos del mundo, son iguales, sino que entre los mismos existen diferencia y, en algunos aspectos, muy notables y sobresalientes, dependiendo todo, en el último caso y extremo, de las personas que conforman los mismos, de sus virtudes, de sus aciertos, de sus esfuerzos, de sus creencias, de sus talantes, en definitiva, del modo de ser de esas personas, que si todo es positivo, harán de su pueblo un pueblo relevante, digno y objeto de envidia por sus homólogos, y que si son negativas, harán avergonzarse a sus componentes, si es que a los mismos, les queda un ápice de responsabilidad y de decencia.

Por todo ello, y aunque el artículo 14 de la Constitución Española, proclame ampulosamente que “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”, lo cierto y aunque se trate de un principio respecto al tratamiento que las personas deben recibir en relación a su pertenencia a un país, en este caso, España, es, acaso, uno de los principios más falsos que puedan predicarse de nuestra Ley de Leyes, pues, a la vista de lo que cada uno se merece por su buen o mal hacer, ese aspecto legal de considerar a todos iguales ante la ley es más falso que las treinta monedas con que Judas vendió a Cristo en el Huerto de los Olivos, y bajo ningún concepto, en otros campos o supuestos, podemos seguir hablando de igualdad entre los pueblos, pues la calificación de cada uno de ellos, como hemos apuntado, dependerá del espíritu que se halle configurado en los mismos en relación con su masa humana, o sea, en relación con el conjunto de las personas o ciudadanos que conforman su población, de los que dimanarán los valores y principios positivos, deseables en todo conjunto de convivencia, o los valores y principios negativos que harán de esa masa humana una masa amorfa de carne con ojos, irresponsable, inhumana al fin, que se moverá por los instintos más bajos, nauseabundos, criminales, incluso, y desaprensivos, de los que la generalidad de los humanos deben huir y ponerse a buen recaudo, existiendo una obligación moral y espiritual de transmitir esos principios y valores, propios de la civilización cristiana de Occidente a las futuras generaciones, a fin de si, fuera posible, que éstas mejoren y suban el listón de sus antecesores para mayor gloria y avance de los pueblos en general y de las sociedades que los integran, todo hay que decirlo, con sus virtudes y sus no pocos defectos.

El pasado día 14 de Julio del presente año 2.017, fue detectada la sustracción de un “copón” de la Basílica de San Pascual, patrón de la ciudad castellonense de Vila-Real, o Villareal, amén de patrón de los Congresos Eucarísticos y Asociaciones Eucarísticas y de la Diócesis de Segorbe-Castellón. Constituyó un acto sacrílego, llevado a cabo por algún o algunos desaprensivos, que generó una alarma social y una indignación sin límites entre la población  de tócame y no te menees. Así como también entre las autoridades de todo orden y condición, hasta el punto de que el también pasado 24 del mismo mes y año, el Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón, Monseñor Casimiro López Llorente, ofició una solemne misa, en desagravio por tan lamentable, bochornoso y repudiable acto sacrílego y vandálico, en la propia basílica del Santo, San Pascual, a cuyo acto asistieron centenares de ciudadanos de la Villa en cuestión, así como de las aledañas, representantes de la Corporación Municipal y movimientos y congregaciones religiosas, dejando pequeña la citada Basílica, en la que bien podría decirse que no cabía un alfiler.

En un emotivo discurso, Monseñor Casimiro, destacó que el mismo estaba fundamentado en tres términos a saber: reparación, presencia y adoración, apelando a no dejar a Cristo “abandonado” y planteó reflexionar “personalmente” si se hace lo suficiente por propiciar las visitas al Santísimo, reprobando que, en ocasiones, los fieles encuentren cerradas las puertas de las iglesias. También reprochó la actitud de algunas personas que acuden a los oficios “para saludarse”, sin recordar que la Eucaristía es lo más importante. Por ello, consideró que “estos hechos deben hacernos cuestionar nuestra fe para vivirla con mayor intensidad”. O sea, que, no se dejó nada en el tintero, con una valentía inusual.

Pues bien, esta reacción del pueblo y autoridades de la Villa de Villareal (Castellón de la Plana), con el Obispo de la Diócesis Monseñor Casimiro López Llorente a la cabeza, es lo que marca las diferencias entre un pueblo con arraigados principios y valores naturales, morales y espirituales, un pueblo con dignidad, un pueblo herido en lo mas hondo de su corazón y de su alma, con las agallas suficientes para reivindicar y hacer profesión de su fe y de su valor para no negar a Cristo, ni aunque el gallo cante más de tres veces, orgulloso de su manera de ser, de sus costumbres, de sus hábitos y de su saberse con la fuerza suficiente para hacer públicas y predicar a los cuatro vientos, sin tapujos ni medias verdades, sus creencias, sus convicciones y sus certidumbres.

Esa reacción, digo, es la que marca la diferencia entre esos pueblos de “chapeau”, y esos otros pueblos de bueyes que doblan mansamente su cornamentada frente ante los castigos y con el yugo prendido de su cuello, impotentes para afrontar las realidades y los retos que se presentan en el día a día y que hacen gala de unas tragaderas más anchas que las fauces abiertas de un hipopótamo. De esos pueblos en los que las Autoridades, eclesiásticas,  municipales y policiales, esconden la cabeza bajo el ala, y que en vez de proteger al ciudadano decente y honrado y procurar su bienestar (que para eso están y para eso los mantenemos con los impuestos que pagamos los españoles de a pie), se dedican a la adulación recíproca, encantados de haberse conocido y ahítos de gloria de mirarse a diario al espejo para contemplar lo guapos que son. De esos otros pueblos en los que las Autoridades, de cualquier clase y condición, destacan por su mediocridad, su indolencia, su ineptitud, su incapacidad manifiesta y su lameculismo, pasotismo y dontancredismo, y a las que sólo preocupan la manera de llenar la panza, a ser posible, gratis, y de los mejores manjares, siempre a costa del ciudadano.

Y en este parangón, no me quiero ir muy lejos, pues aquí y ahora, en nuestra propia Ciudad, Albacete, la Nueva York de La Mancha, que dijera Don José Martínez Ruiz “Azorín”, tenemos una prueba palpable y real de ejemplo de estos últimos pueblos, con la Plaza de la Virgen de los Llanos,  de la Patrona por excelencia de nuestra Ciudad, así como la del Patrono, San Juan, por la ubicación de la Catedral junto a la misma, Plaza convertida en un estercolero por la inacción, el “laisser faire, laissez passer”, tan típico de nuestra autoridad municipal y su correligionaria la policial, convertida la misma en un zoco de porreros, de vagos y maleantes, de vándalos, de gentuza en definitiva, que la tienen en un abandono impropio de una Ciudad decente, hasta el punto de que el sacrilegio cometido sobre la imagen de Nuestra Señora y Madre, de mármol, que preside dicha Plaza, al haberle sido sustraída la corona, dejando a la misma en un patética situación, pareciendo más que una imagen sagrada, la imagen de un cachalote, y ello va ya para un año, amén de las pintadas grafiteras que adornan las fachadas de ciertos locales que dan a la dicha plaza un aire de tercermundismo, que dañan la imagen y la marca de lo que sea la ciudad  de Albacete, si es que con estos lamentables hechos podemos llamarla Ciudad, y todo ello bajo la indolencia y la inacción, a mi juicio, rayana en Juzgado de Guardia Penal, de esas Autoridades que no se sabe si están para servir a la ciudadanía o, más bien, para putearla y sodomizarla.

Pues bien, esto es lo que marca la diferencia entre unos pueblos y otros,  aunque, lamentablemente, nos toque estar situados entre los que no son dignos de reseñar y destacar, sino por sus notas más negativas y lamentables.

MIGUEL ANGEL VICENTE MARTINEZ

2 de Agosto de 2017

 

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