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Esta sociedad está enferma (I)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 29 de noviembre de 2017, 03:17h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

Y, por sinonimia, con la enfermedad sobre un mortal, hay que tratar al enfermo, ver cuáles son sus síntomas y, en consecuencia, ponderar el tipo de medicación oportuno para intentar por todos los medios que el enfermo mejore, acabe sanando y evitar que la enfermedad se cronifique y termine con la vida del enfermo.

Pues bien, son muchos los síntomas que la sociedad actual, que nos hace evocar aquel refrán según el cual cualquier tiempo pasado fue mejor, presenta y que necesitan de una terapia de urgencia si no queremos que el grueso de la sociedad acabe en la picota y la propia sociedad desautorizada para seguir en el día a día, aunque, a veces, sea a contracorriente y pese a nuestros políticos, que éstos, también, parecen llevar el descrédito escrito en su frente, pues siendo como es, que su misión es dirigir el timón de la sociedad, cual buque, hacia el futuro, con los menos contratiempos posibles, en realidad, son los que ponen piedras en el camino, y demostrado queda que todo lo que sale de ellos es un bluff, mera palabrería que se lleva el viento, promesas incumplidas por doquier, y soluciones para la ciudadanía ninguna, pues cuando se crea un problema se deja que sea ésta, por sí misma, quien se lo resuelva, pues ellos no se dedican a otra cosa que a sestear en sus poltronas, a guarecerse bajo un buen paraguas con unos sueldos de escándalo, y que, pese a ello, como les parece poco, aún se dedican a meter la mano en el bolsillo de la sociedad, léase en la Caja Pública de Caudales, cuyos fondos son allegados, para más inri, con el esfuerzo y el trabajo de los ciudadanos, que dejan en el camino una estela de sudor, lágrimas y, en no pocas ocasiones, sangre, cuando no mueren en el intento, pero aún así, con esa caradura y sinvergonzonería que les caracteriza, no se cortan un pelo y nunca tienen límite, pues todo les parece poco, que bien pareciera que la “democracia” en España, su reinstauración dicen (que, de todas maneras habría que analizar si esto es cierto o no, por lo que más acertáramos hablando de pseudo-democracia), haya sido la espita, el pitido de salida e inicio de un saqueo a manos llenas de las arcas públicas por estos rufianes y perillanes, que se han creído con todo el derecho del mundo a enriquecerse a tope y dejar al pueblo al pie de los caballos, en la indigencia y en la miseria, y aunque, ahora, a estas alturas, cuarenta años después, se airean ciertos escándalos, sometidos a revisión de los Tribunales, tales no son más que la punta del iceberg o el chocolate del loro, habiendo quedado en la oscuridad, bajo las tinieblas, muchos casos de enriquecimiento, que no  hay más que mirar de soslayo para acabar concluyendo, con aquél dicho según el cual uno se pregunta que “de dónde sacan, para tanto como destacan”, pues no se entiende cómo, en un lapso corto de tiempo, con los sueldos oficiales (que, quiérase o no, no son pequeños, amén de las bagatelas, canonjías y prebendas de todo tipo) se afloran patrimonios que no los crearían personas honradas y morales con el trabajo de toda una vida.

Pero, en fin, así estamos, y mientras no haya un cambio radical y se deje de mirar para otro lado y se meta el bisturí por donde hay que meterlo para sacar toda la mugre y mierda que inundan las cañerías del poder, tanto a nivel nacional, como autonómico, provincial y municipal, no nos quedará otro consuelo que soñar con un mundo mejor por llegar, algún día, y sin saber si lo veremos.

Pues bien, uno de esos síntomas de enfermedad grave y para la que, a mi juicio, no se ponen los remedios adecuados para atajar la sangría que producen, es todo lo que se esconde bajo lo que ha venido en llamarse la “violencia de género”, cuyo  día Internacional se celebró el pasado día 25, lo que ya de por sí, cuando es preciso etiquetar un problema dedicándole un día Mundial o Internacional, para ponerlo de manifiesto y llamar la atención sobre el mismo, mal empezamos, porque, en realidad, en vez de tratar de poner las medidas adecuadas para atajarlo, se trata de esquivarlo, cerrando los ojos y con palabrería hueca, huera y barata, y en estos casos de extrema gravedad, en que nos jugamos la vida de tantas y tantas mujeres, o el estado físico y mental de tantas y tantas otras, no es de recibo que nos limitemos a esos discursos tan del gusto de los políticos actuales, dejando el análisis de su médula y de sus causas y las medidas o remedios para atajarlas, para “ad calendas graecas”, pues este río sanguinario no se termina ni se acaba con la salida de los alcaldes y concejales a la puerta de los Consistorios a guardar un minuto de silencio cada vez que una mujer suma su nombre a la lista interminable de víctimas, lo que no supone sino un lavado de la mala conciencia de quienes habiendo sido elegidos para mantener el orden y la convivencia en paz y armonía, se llaman andana y duermen tan tranquilos, sin que sus sueños se vean concernidos por esta lacra social. ¿En verdad se lucha para acabar con esta lacra? ¿Se ponen todas las medidas para ello y para lograr la protección de las víctimas o previsibles víctimas? De todo punto de vista, y los hechos me dan la razón, parece que no, o, al menos, no se toman todas las medidas necesarias que esta grave enfermedad de la sociedad exige para librarla de su mal. Incluso, a veces, parece que las dichas medidas son un choteo o cachondeo, porque, vamos a ver, ¿qué medida es la pena que para el maltratador o acosador supone la orden de alejamiento? ¡una tomadura de pelo!, como no puede ser de otra manera, cuando se deja al libre albedrío del condenado y a su propia vigilancia, el cumplimiento de la tal pena, pues, para mayor inri, esos aparatos que dicen que se les colocan, y no siempre, en muñecas o tobillos, fallan más que una escopeta de feria, y aun funcionando, cuando se quiere reaccionar ya se ha consumado el asesinato o el destrozo físico, de exparejas, excónyuges, e hijos e hijas, que quedan todas al albur del “buenismo” del desgraciado de turno, que, por lo que se ve, carece de conciencia y de alma. Es tanto como poner a la zorra a guardar las gallinas, o al lobo al rebaño de corderos. Y así nos luce el pelo, con la cuadragésima quinta víctima en lo que va de año, el pasado día 24, en Vinarós (Castellón), precisamente horas antes de la conmemoración del “Día Mundial de la Eliminación de Violencia contra la Mujer”, eufemístico “nomem” que demuestra de por sí, que, en realidad, nada o casi nada se quiere hacer contra esta lacra que sufren las mujeres, siendo relevante un estudio, de esa manera, como los que se llevan a cabo en este país, aún hoy, a duras penas, llamado España, o sea, tarde y mal, que desvela que en nuestro país se denuncia, de media, una violación cada ocho horas, algo más de tres al día, y se presume de que más de un millón setecientas mil mujeres y niñas que viven en España han sufrido una agresión alguna vez en su vida, y lo que delata escandalosamente, es que sólo en el 18 por ciento de los casos la agresión era de un desconocido, mientras en ocho de cada 10 casos, había sido la bestia o fiera culpable un amigo o pariente. Y es que, dentro de la familia, se dan muchos casos de violación y abusos cometidos por el “pater familias”, callando, grosera y perniciosamente, la pareja o cónyuge, por miedo a perder al maromo, que ya son ganas de anteponer éste a sus propios hijos e hijas. ¿Ponen los poderes públicos los medios necesarios para terminar con esta lacra? A veces, pareciera que lo que interesa a los mismos es mantener el problema, como medio de distracción de otros problemas o del propio saqueo que llevan a cabo en la Caja Pública de Caudales, o como medio de mantener una pléyade de profesionales con un trabajo. Ya veremos cómo es posible luchar un poco más valiente y eficamente contra esta monstruosidad, pero uno, de momento, podemos adelantarlo: elevar las penas del Código Penal y, sobre todo, en vez de poner protección a la víctima, que siendo inocente no tiene por qué tener un moscón encima controlándole todos sus actos, coartándole su libertad, pues sería más acorde con la situación y los hechos, poner un vigilante (o dos) permanente al maltratador o violador, cuando esté fuera de la cárcel, y con vigilancia las 24 horas del día, a fin de evitar tanta desgracia como, día a día, nos ponen los pelos de punta o como escarpias. Sin olvidar un mayor presupuesto para esta lucha sin cuartel, la implementación de menos laxitud por parte de los órganos judiciales con el maltratador o violador y, en definitiva, más pena de privación de libertad para éstos, incluyendo la cadena perpetua, pues sabido es que la reinserción o rehabilitación de este tipo de delincuentes es de imposible final feliz.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

                        29 de noviembre de 2017

 

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