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El patriarcado y las drogas

Por Alicia Salamanca
viernes 19 de enero de 2018, 12:37h
Alicia Salamanca
Alicia Salamanca

El patriarcado y las drogas:

El espejismo de igualdad para las mujeres

Las mujeres siempre han sido grandes conocedoras de hierbas, pócimas, venenos y remedios naturales. Algunos grupos científicos consideran a las mujeres como las primeras toxicólogas de la historia. Existen infinidad de fuentes principales informativas sobre este tema, entre ellos los escritos medicinales discipulares de Aristóteles, donde se recogen interesantes conclusiones de la fusión: Féminas y Alcaloides.

En este artículo nos adentraremos en cómo el constructo sexo-género atraviesa a las personas que usan drogas y de la vivencia cambia según si eres hombre o si eres mujer. El patriarcado genera una falta de derechos para ellas, situando el género femenino en mayor desvaloración social que el masculino.

Que las mujeres consuman drogas no es nada nuevo, que se las relacione con el uso lúdico festivo de estupefacientes tampoco nos llama la atención, el punto de mira cuestionador y la respuesta social castigadora comienza cuando estas mujeres entran en el consumo problemático de estas sustancias, cuando dejan de estar calladas y tranquilas. Cuando son madres, -pilares- de familia, cuando transgreden su rol de mujer y cuando no pensamos en su deseo personal, sino en el mensaje atávico que las oprime y las reduce. Esta visión sancionadora que genera una jerarquía social donde las mujeres se hayan en una desigualdad estructural.

Todo ello se transmite mediante los Mandatos de Género: mensajes sociales que nos dicen cómo tiene que existir un hombre y una mujer. Éste “encargo” social es determinante en la construcción de nuestra identidad, da lugar a expectativas sociales que se espera de las personas por ser consideradas mujer u hombre. Si elaboramos una lista de estos mandatos, observaremos claramente que unas indicaciones sociales son más valoradas que otras. Así pues, las cuestiones asociadas a la masculinidad como el poder o la agresividad, obtienen mayor reconocimiento que aquellos relacionados con el cuidado, la necesidad de ser y amar, etc...

Este orden social traspasa el consumo de drogas, la hegemonía del patriarcado y su discurso anacrónico señala aquellas actitudes que considera impropias para hombres y sobre todo inadmisibles para las mujeres. Para ello pone en marcha mecanismos de control como el miedo, la vergüenza y la culpa. Para saber de qué estamos hablando, veremos algunos ejemplos de cómo el patriarcado está presente en todas y cada una de las esferas del consumo de drogas.

Desde los inicios, a la mujeres se les enseña a gustar y agradar a las personas y a obtener aprobación, sobre todo de los hombres. Esta capacidad de atracción se realiza a través del cuerpo. Las mujeres somos cuerpo, sexualidad y belleza exterior, éstos son componentes básicos de la feminidad. Las mujeres son educadas para asumir su cuerpo y su sexualidad como un instrumento para obtener diferentes cosas. El mismo cuerpo que le otorga beneficios y que también le genera muchas pérdidas, más que beneficios. Esta construcción de género basada en la belleza exterior, está altamente ligada a la autoestima y el concepto de una misma. Les da poderío y las oprime a la vez.

Las mujeres se encuentran en situaciones vitales difíciles – vivir en la calle, abuso de drogas, etc.-, tienden a utilizar su sexualidad y sus cuerpos con un hombre para obtener protección de otros hombres, también valoración y dinero para la dosis, mientras que los ellos, –por la misma construcción de género- tienden a la agresividad y la trasgresión violenta en forma de robo o atraco para autofinanciarse el consumo, siendo la prostitución uno de los motivos de salida para las mujeres.

Desde el inicio en la vida a las mujeres se les atribuye una cultura de dependencia con valores como el cuidado, la pertenencia y la disposición para atender sin límites a otras personas, cuidar siempre por encima de ellas mismas y en todo este entramado aparece la maternidad. Cuando una mujer está maternando, se espera de ellas que sean responsables, maduras y sensatas y por supuesto que no usen o abusen de las drogas. Si la sociedad se encuentra con mamás consumidoras, se abre un veto y comienza la búsqueda de –la mala madre-. Se activan juicios y cuestionamientos hacia su labor maternal, se llega a sanciones y penalizaciones, con todo el sufrimiento que ello conlleva. La sinopsis acaba casi siempre con un mismo final: la madre pierde innumerables pertenencias –aquellas que le enseñaron a preservar por encima de ella misma-. Esta situación no se desarrolla de igual manera cuando esta misma sociedad se encuentra un padre de familia con un grave problema de alcohol, aquí se es más permisiva. No se juzga tanto su paternidad, simplemente se considera “habitual” ya que es un hombre y por tanto hay menor exigencia de entrega y disponibilidad hacia las/los demás, perdiendo fuerza el sentimiento de ser, amar y pertenecer.

El reflejo patriarcal también está presente cuando las mujeres han de consumir de manera encubierta, escondidas, intentando que se note lo menos posible. Aquí muchos hombres –también consumidores- les aconsejan tomar menos cantidad que ellos, principalmente para que puedan seguir cumpliendo ese empapado rol de responsabilidad que implica ser mujer, o quizás para evitar el punzante eco de la palabra –viciosa- que tantas veces escuchan. Esta clandestinidad, hace que su consumo sea invisible –sobre todo en drogas prescritas- para no traspasar fronteras más allá de las personales, que todo quede de la piel hacia dentro y en caso de compartir este espacio, que sea con la “familia consumidora creada”.

Con todo ello y desde el ámbito profesional, se hacen necesarias estrategias de prevención, programas de reducción de riesgos y tratamientos para el abuso de sustancias que satisfagan las necesidades particulares de las mujeres, adaptándose a los cambios sociales e implementando mensajes con perspectiva de género, basada en favorecer la autoestima femenina en su propia percepción y valoración, cómo ellas se ven a sí mismas y no a través de las/los demás, haciendo feministas cada una de las intervenciones que hagamos con las mujeres.

Cobra cada vez más importancia la articulación de redes sororidarias entre la mujeres, la creación de espacios inclusivos y exclusivos para ellas, espacios de pensamiento donde activar procesos de (des)aprendizaje y cocrear nuevos roles de género, donde puedan expresar, sumar, soltar, conectar y desenredar, que estas uniones contribuyan a desmaternizar a las mujeres, orientar hacia el equilibrio de los factores de riesgo y protección en diferentes áreas de la vida, como es la familia, el grupo de pares, las relaciones sociales y el consumo de drogas.

Alicia Salamanca Fernández, Trabajadora Social – investigadora, experta en drogodependencias, género y violencia.

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