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Nunca habrá flores sobre mi tumba

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 09 de mayo de 2018, 11:36h

No hay cosa más repugnante ni más dolorosa, ni más infamante, que el incumplimiento de una promesa y, sobremanera, con una carga más grande aún e injuriante, si se trata de una promesa electoral, porque, al fin y al cabo, esa promesa pasa a formar parte de un contrato, aunque verbal, por parte del elector, pero escrito por parte del candidato a las elecciones, constituyendo, en definitiva, una tomadura de pelo, un desprecio de todo punto insoslayable y un corte de mangas lamentable, hecho por el candidato respecto de sus electores, y no cabe argüir, para justificar el incumplimiento, cuando el candidato es elegido por el sufragio popular, aquello de “yo no sabia”, “creía que podía hacerlo y cumplir”, “las circunstancias no son las que eran”, etc, siendo elegido en base a ese basamento falsario, y aupado a la cúspide del poder, y una vez conseguido, “si te he visto, no me acuerdo”, porque hoy en día, con los medios audiovisuales que existen y las hemerotecas echando chispas, hacen que el interfecto quede con el culo al aire y se le vea el plumero a años luz de distancia.

Pues, entre otras muchas, que, en realidad y verdad, fueron muchas las promesas, contenidas en el programa electoral del Partido Popular, con su cabeza de serie Don Rajoy, Mariano Brey, y como candidato estelar, en aquellas ya lejanas elecciones de Diciembre de 2.011, y que nos regalaron los oídos con propuestas asumidas y esperadas por una inmensa mayoría de españoles, se encontraba la de la reforma de la infausta Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Injterrupción Voluntaria del Embarazo, llamada vulgarmente “Ley Aido”, por referencia a la anterior Ministra de Sanidad e Igualdad, Bibiana Aido, que no hizo otra cosa que consagrar el aborto libre en nuestro país, y que los “mojigatos” miembros del Partido Popular prometieron derogar y volver a la legislación anterior, como mal menor.

Pero hete aquí, que en la ya más o menos consolidada (más bien menos que más) democracia española, ningún candidato se presentó con un programa electoral tan cargado de promesas de reforma, dejando de lado sus compromisos electorales y gobernando a su albur, como si el dicho programa no le comprometiera para atarse los machos y cumplir con las expectativas depositadas por los ciudadanos con sus papeletas en las urnas, lo que, quizás, de haberlo sabido de antemano, ante tanto descaro y sinvergonzonería, hubieran hecho una hoguera con las dichas papeletas, incluidas las urnas, y haber mandado a hacer puñetas a quienes con tanto descaro y desvergüenza utilizaron medios espurios y mentecatos para arrastrar y doblegar la voluntad de los votantes del Partido Popular, un Partido que se creía diferente del resto de partidos, con savia nueva, clara y rebosante, con unos principios y valores éticos y morales que se presumían portaban y que se les salían hasta por las orejas, mas, ¡Oh, desilusión!, al comprobar la maleabilidad y el contorsionismo de un Partido que en sus hechos o no hechos, nada tenía que ver con aquél que se nos puso delante de los ojos como el nuevo rector mesiánico que habría de salvar a España y a los españoles, de la inercia perniciosa en que el país había entrado, boca abajo y sin frenos, tras los Gobiernos de las legislaturas del inefable Don José-Luis Rodríguez Zapatero, alias el “Sr. Rodríguez”, y nos ha puesto de manifiesto que el partido salvador se hallaba más enmerdado que aquél al que había que descabezar, a través de sus reiterados y graves incumplimientos del programa electoral y la sucesiva, continua e imparable corrupción que se fue despertando y probando en todos los ámbitos y estadios de un Partido que, en realidad y siguiendo la doctrina implantada por Alfonso Guerra, Vicepresidente del Gobierno en época de Felipe González, “no lo reconoce ni la madre que lo parió”, pareciendo gobernar más para la oposición que para sus propios votantes y militantes. Sólo, y ojalá se hubiera estado quieto el Sr. Rajoy, y para engatusar y engañar, una vez más, a sus dichos votantes y militantes, llevó a cabo un parche en la citada Ley Aido, una reforma, un pequeño retoque, para dar a entender y entrever que se hacía algo, sin hacer, prácticamente, nada, cual fue la de exigir el consentimiento de los progenitores para el aborto de las menores de dieciséis y diecisiete años. Una chapuza, que contó en el hemiciclo con algún voto en contra del partido, por razones de conciencia, rompiendo la disciplina de voto en bloque a que obligan los partidos políticos, que siendo uno de los ejes de la democracia, son y funcionan como lo más antidemocrático del mundo. Y no digamos de la dispensa liberrima para obtener en las Farmacias la llamada “píldora del día después”, que se dispensa con absoluta impunidad al no estar prohibido sea cual sea la edad de quien la adquiera, según quedó vigente tras el paso por el Ministerio de Sanidad de otro personaje execrable del Partido Popular, la ínclita Ministra de Sanidad entonces, Ana Mato.

En fin, queda demostrado que el único baluarte como principio del Sr. Don Rajoy, Brey, se ha demostrado que es el de mantener, contra viento y marea, la poltrona, para lo cual ha quedado demostrado que ha sido capaz de vender su alma al diablo y, quizás, también a su padre, sin dejar de lado la ristra de cadáveres políticos de su partido, que, a cuentas de la corrupción, ha ido dejando en el camino, con tal de seguir él en el machito, tratando de preservar su aforamiento todo lo que el cuerpo de sí.

Pues bien, para recordatorio y escarnio, que no lo será, porque ampliamente ha demostrado el Partido Popular y todos sus mandamases no tener corazón ni alma, reproduzco a continuación el artículo publicado en el extinto diario “El Pueblo de Albacete”, en fecha 1 de febrero de 2008, con el título que encabeza el presente, en memoria de todos cuantos año tras año (alrededor de 100.000 almas anuales) son extinguidos en una aplicación de la pena de muerte y, para más inri, en el vientre de sus propias madres:

“Yo hubiera querido ser. Haber ido a la escuela a aprender a leer y a escribir, a reír con mis compañeros y a jugar con ellos y haber hecho alguna trastada propia de la edad infantil. Haber corrido por los campos, subido a los montes, navegado por los ríos, ¡ah!, y haberme hecho marinero, aunque lo hubiera sido solo en tierra. Haber observado el vuelo de los pájaros, de la alondra, de las gaviotas; haber tenido, ¿por qué no?, un jilguero en su jaula dorada, un oso de peluche e, incluso, un pequeño perro de carne y de hueso. Me hubiera gustado haber tenido nombre (Ramón, Luis, Miguel,...) y que alguien me hubiera llamado por él; hubiera querido haber compartido algún secreto con un amigo fiel y del alma; hubiera querido haber ido a la universidad y haber estudiado una carrera, de ciencias o de letras, o haber sido músico, o escritor, o cantante, o, simplemente, un pirata pata de palo de cuento. Hubiera deseado haber sentido sobre mi piel la piel de una mujer, haberla besado en los labios, haberme enamorado y habernos casado y haber tenido descendencia, hijos, varones o hembras, rubios o morenos, de ojos verdes, azules o pardos...; hubiera querido haber llegado a viejo y haber podido contar a mis nietos, sentados sobre mis rodillas, las batallitas propias de un abuelo, haberles acompañado al colegio, a la ida y al regreso, haber sentido el calor de sus manos tiernas, suaves y limpias entre las mías y haber comprobado que dejaba sobre la tierra un eslabón de mi estirpe y contribuido a perpetuar la especie, más humana posible aún, para el futuro y para la eternidad.

Me hubiera gustado haber jugado algún partido de fútbol o haber ido al estadio a animar y jalear a mi equipo favorito. Hubiera deseado haber podido escribir una carta a los Reyes Magos de Oriente pidiéndoles los juguetes más bonitos posibles y haber soñado con recibirlos en la insomne noche de Reyes; haber preparado el árbol de Navidad y haber montado el belén, un belén grande, con sus ovejas y sus pastores, con sus lavanderas y su castañera, con su nacimiento y sobre el portal su estrella y haber cantado villancicos y tocado la zambomba y la pandereta y celebrado la Nochebuena y la Nochevieja y el Año Nuevo y el día de Reyes. Me hubiera gustado haber echado a la lotería, aunque no me tocara, y haberme comprado un coche y haber hecho volar una cometa al viento y sentarme en un banco de un parque cualquiera a ver pasar a la gente y sentir el bullicio de la vida y la soledad de la muerte; haber reído cuando hubiera que haber reído y haber llorado cuando hubiera que haber llorado, sólo o junto con otros, y guardar silencio cuando hubiera de haber de callar. Me hubiera gustado, tras un día de fatiga, haber llegado a mi casa y, tras ducharme, haberme sentado en el sofá junto a los míos y cerrar los ojos en un medio sueño de paz y de esperanza.

Todas estas cosas y muchas otras me hubiera gustado hacer y sentir. Pero no puede ser, porque yo no puedo ser, porque no me han dejado que sea. Soy, por ser algo, simplemente un concebido en el vientre de una madre (¿podemos llamarla así?) que en su séptimo mes de embarazo ha sucumbido a la presión mediática de su entorno, que no ha encontrado ayuda para seguir adelante, que nadie ha querido animar a continuar con el milagro de la vida, antes al contrario, quienes se dicen sus amigas, ¿feministas?, le aconsejan lo funesto, lo amargo, lo abominable, el aborto, acabar de repente, traumáticamente y para siempre, con el proyecto de ser, de hombre, de vida, que soy yo, aquí, pequeño, insignificante, enjaulado y aprisionado en su vientre, sin poder defenderme ni hacer oír mi voz, sin que nadie quiera romper una lanza por mí, sin que nadie quiera darse cuenta de que yo ya soy, de que puedo sentir, de que soy capaz de oír, de que, si me dejan, puedo llegar a vivir porque yo ya estoy viviendo, está convirtiéndose mi proyecto de hombre en un ser vivo, con figura humana y capaz de vivir veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno, como exigen las leyes. Me hubiera gustado haber podido abrir los ojos a la luz del día, apreciar los colores y haber sentido sobre mí la lluvia y el viento y el olor húmedo de la tierra mojada, haber pisado descalzo la arena de la playa y haber roto las olas de la mar contra mi cuerpo.

¿Qué introducen en mi cabeza? ¡Digoxina! ¡Dios mío! ¡Qué dolor!. Noto como si mi cerebro se fuera acartonando, ¡cómo se extienden sus efectos por todo mi indefenso cuerpecito, cómo está llegando a mi corazón! ¡Dios! ¡Cómo me asfixio, cómo tiemblo, cómo dejo de ir viviendo y cómo empiezo a ir muriendo!. Y ahora viene lo peor: me aspirarán y me introducirán en una trituradora para arrojarme finalmente a los desagües de la alcantarilla, hecho papilla como un residuo de la basura, como una uña cortada del dedo de un pie, como un pelo separado de la cabeza, de manera que, habiendo sido y habiendo podido ser, jamás llegaré a ser y desaparecerá toda huella de mi corta y vana existencia en este submundo de horror, de espanto y de miseria.

De entre todo lo que me pierdo y me perderé no tiene parangón que nunca pueda llamar a mi madre, madre y a mi padre, padre (¡papá, mamá! ¿por qué me habéis abandonado?) y que jamás llegará a mis oídos la pasión y la fuerza de la voz escrita de Miguel Hernández y de Rubén Darío, de Federico García Lorca y de Pablo Neruda, de Rafael Alberti y de tantos y tantos otros, porque “los poetas hablan también para quienes no han nacido, para unas personas que aún no han vivido cuando ellos escriben lo que escriben” (Gees Nooteboom, en “Tumbas de Poetas”); siento no poder haber estado en “la doble luna del pecho”, porque “voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir” y no puedo sino “escribir los versos más tristes esta noche”.

Yo hubiera podido ser, de haberme dejado nacer. Hubiera querido haber tenido una madre que me hubiera querido y que con sus delicadas y blancas manos me hubiera arropado en las frías noches de invierno y me hubiera acurrucado junto a su seno en el último suspiro de mi sueño. Y lo peor de todo es que nunca habrá flores sobre mi tumba, flores frescas, secas o artificiales, que alguien lleve, aunque sólo sea cada día uno de noviembre, sencillamente porque nunca habré sido y porque, por no tener, no tendré, ni tan siquiera, una tumba... Yo hubiera querido ser...”

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

9 de mayo de 2018

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