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Existen señales

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 13 de junio de 2018, 04:57h

Haylas de que el fin del mundo debe estar cerca, porque es imposible que lo que llamamos tierra, donde habitamos los humanos, sea capaz de aguantar tanta inmundicia, tanta idiocia, tanta insensatez, para que la misma siga posibilitando el fin para el que fue creada y marchando y cumpliendo años, como si tal cosa.

El ser humano, dotado, se presume, de inteligencia, con sus gobernantes a la cabeza, se muestra dispuesto a dar la vida y lo que fuere necesario por una mentecatez, por una nimiedad, por una accesoriedad, y, sin embargo, es capaz de pasar olímpicamente de temas y asuntos vitales para lograr y mantener la felicidad y el bienestar de la ciudadanía en general. Por el contrario, parece echarle leña al fuego para que esto suceda, y, si existe Dios, que existe, creador del hombre, a su imagen y semejanza, debe estar dando saltos en su trono celestial y, más que probablemente, arrepentido de haber creado un engendro, ante las barbaridades, memeces, estupideces y gilipolleces, que el ser que Él creó es capaz de asumir y defender a capa y espada, o, lo que es lo mismo, avergonzado, por lo menos, de ese individuo que pierde fuerza dando puñetazos al aire y queda exhausto para meterle mano a lo importante y crucial de la vida. Ya decía, y con más razón que un santo, nuestro inmortal poeta Antonio Machado, que “de diez cabezas/, nueve embisten y una piensa/. Nunca extrañéis que un bruto/ se descuerne luchando por la idea”.

De estas señales, bien podríamos enunciar, entre otras muchas, la prohibición reciente de desfilar en bikini impuesta por la nueva directora del Concurso de Miss América (seguramente con gran disgusto de su Presidente Donald Trump), en esa absurda idea de que la mujer es utilizada por su cuerpo, y aun cuando éste sea un concurso de belleza, en el que, por propia definición, debe primar la perfección del cuerpo, sale por peteneras porque lo que debe evaluarse según ella es el talento de las aspirantes, convirtiendo dicho concurso en una oposición a Notarías o Registros. Aunque esta insensatez va acorde con la prohibición de llevar minifaldas las recogepelotas del Mutua Open de Madrid, de Tenis, o que las chicas encargadas de dar el ramo de flores al ciclista que gana una etapa, se les prohíba besar al triunfador o que, en vez de ellas, sean ellos (en un espectáculo casi dantesco) los que entreguen dicho ramo al vencedor de la etapa y no pasará mucho tiempo para que se les permita, a ellos sí, darles ese beso al campeón, amén de la que se avecina sobre las animadoras o cheerleaders en los partidos de baloncesto que también están en la picota y serán sustituidas igualmente por varones. Señales inequívocas de lo que se nos viene encima, que acabará con el bikini en la playa, con la minifalda, con un generoso escote, y poco faltará para que en Occidente se obligue a la mujer a salir a la calle con el burka.

Y aquí y ahora, siguiendo con el maestro Machado, en esta España nuestra de “charanga y pandereta”, en la que no cabe un tonto más, y, para más inri, abanderado por ese monstruo, cada vez más descompuesto, llamado UE (o sea, Unión Europea), ese bodrio pergeñado por la casta política, de aquí y de allende los Pirineos, sin otra finalidad que no sea seguir chupando de la teta pública sin dar un palo al agua, ha entrado en vigor el Reglamento (UE) 2.016/679, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 27 de Abril de 2.016, en consonancia con la Ley Orgánica 15/1.999, de 13 de diciembre, de Protección de Datos de Carácter Personal, convirtiendo a los ciudadanos en muertos vivientes, en sepulcros de los que no saldrá una palabra, ya se imaginan por dónde iba a salir, obligando a los ciudadanos a guardar un silencio sepulcral, defendido, incluso, con la vida, imponiendo una serie interminable y permanente de obligaciones burocráticas a empresas y no empresas, que, como digo y repito, quedan obligadas, hasta el paroxismo y la extenuación, a alertar a la humanidad entera de que los datos personales de quien pase por su acera serán salvaguardados, con la vida, incluso, de sus guardianes.

Está claro que, si por razón de oficio o beneficio, uno almacena datos personales de sus congéneres, no sólo por obligación legal, sino también por obligación moral y ética, debe ser cauto en su tratamiento y procesamiento, y, sin el consentimiento del concernido no deberá publicarlos con altavoz, ni siquiera “sotto voce, detrás del abanico de plumas de oro”, como se expresara nuestro no menos inmortal poeta, Gustavo Adolfo Bécquer, en una de sus famosas y aplaudidas rimas. Mas establecer una obligación sin solución de continuidad de alertar a cada cual que se ponga delante de estas obligaciones y hacer firmar que conoce todo y que uno queda obligado a guardar esos datos bajo secreto de sumario, y ya vemos que cuando un sumario se decreta secreto es cuando más filtraciones se producen a la prensa y no prensa, parece la imposición de una obligación irracional, huera y vacía. O sea, que el formulismo y el formalismo no sirve para nada si no hay voluntad de cumplir con la ley humana o divina. Por eso me parece una pérdida de tiempo y de dinero (que el coste económico que esta serie de obligaciones hueras y vacías, repito, no parece contemplarlo el legislador, será porque él ya se nutre de las Arcas Públicas de Caudales y tiene los riñones a buen recaudo), la imposición de esta normativa que no deja sino de esclavizar al ser humano. Es algo así, como si por sinonimia nos obligara una Directiva Europea a que con cualquier hijo de vecino que nos encontremos le pongamos a la firma un panfleto en el que conste nuestra clarividente voluntad de que no le vamos a robar y mucho menos a matar. La Ley existe, la Ley ahí está, la Ley nos contempla, y como hasta la saciedad responden y proclaman nuestros políticos de pacotilla, “el que la haga, la paga”, o sea, que todo depende del “hacer o no hacer”, en este caso de la Protección de Datos, en el “hablar o no hablar o mantener punto en boca”. Repito, el que la haga, que la pague, pero no creo que debamos pagar de antemano con esa exigencia burocrática de advertencia al prójimo (lo que ya es una sentencia condenatoria sin juicio previo), prójimo que, además, por serlo, también está obligado al secreto de sumario. Pero así nos luce el pelo, así nos entretienen los políticos, con obligaciones absurdas, nimias, pero que cuestan dinero y trabajo a los contribuyentes, mientras ellos, ellos, que sí son los que deben observar una ejemplaridad rigurosa y casi sacrosanta, se dedican a esquilmar, casi sin solución de continuidad la Caja Pública de Caudales, porque esquilmar es cualquier detracción que se haga de la misma sin que su destino sea el bien público, el bien general. ¿Qué eran, sino esos dos millones de euros que iban a costar el viaje de placer previsto por la antigua dirección de la Federación Española de Fútbol para los familiares de los gerifaltes de la misma durante el Mundial de Rusia?.

¿Alguien, con cabeza, de esas que de diez, una piensa, de que nos alertaba Don Antonio Machado, me refiero a esos expertos o sabios que, de cuando en cuando, salen a la palestra, reunidos en comisiones o consejos, ha cuantificado el coste económico que supone para empresas y empresarios estas chorradas burocráticas no productivas? Con este tipo de normativas y otras zarandajas de igual pelo o guisa, es imposible alcanzar el nivel de productividad y, consiguientemente, de competitividad que la globalización del mundo actual exige y requiere para la buena marcha del PIB de una Nación, si se pierde el tiempo en mariconadas de esta ralea. Ahora resulta que va a estar más castigado, incluso penalmente, un incumplimiento burocrático de esta Directiva, que asesinar a diez o doce congéneres, o robar (que en esto son maestros los políticos) cientos, cuando no miles de millones de euros.

Busco socio inversor para patentar un rollo de papel higiénico en el que aparezca impresa la Biblia sobre la Protección de Datos, así, mientras uno defeca, se lo puede leer y se empapa a fondo, y después de limpiarse el antifonario, con él al pozo mura, donde suelen acabar, la vanidad de vanidades del ser humano. Lo dicho existen señales de que el fin del mundo debe estar cerca.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

13 de junio de 2.018

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