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Tengo que decirlo

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 19 de diciembre de 2018, 05:00h

No puedo estar callado, no puedo mirar para otro lado, no puedo hacerme el loco y hacer como que no pasa nada, aunque lo que se produce un día tras otro, prácticamente, sin solución de continuidad, a ojos vista, no me afecte a mí directamente, incluso ante hechos que se produzcan a miles de kilómetros de mi entorno, pero, especialmente, por proximidad, los que se producen en este país, aún hoy, a duras penas, llamado España.

Ahora, estamos celebrando los fastos constitucionales y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con palabrería hueca, huera y barata, insultante para todos aquellos que sufren y padecen la injusticia, no respecto de sus bienes, que también, sino incluso respecto de su integridad física cuando no afectante a su propia vida. Para qué queremos Constitución, en su cuarenta aniversario, para qué queremos esos enfáticos Derechos Humanos, en su setenta aniversario, si ni una ni otros me garantizan un puesto de trabajo digno, una vida cotidiana digna, una seguridad en mi patrimonio y en mi, repito, integridad física y en mi vida, si en cualquier lugar, en cualquier instante, en cualquier momento en que el azar me sea contrario y esquivo, me puedo encontrar con una violación, con un atraco, con un atentado que, incluso, como digo, puede acabar con mi vida y la de mis familiares o de la gente de mi entorno, de mis convecinos, de aquí cerca y de allá en la lejanía, aunque ni siquiera los conozca. Para qué me sirve esta parafernalia, esta abúlica y mayestática exaltación de unas normas jurídicas que, en vez de tender a mi protección y a mi entorno, llegado el caso, me van dejar abandonado a la intemperie, abandonado a la indigencia jurídica, moral y ética, que me dejará al albur con mi existencia en esta vida, poco menos que como un abortado aunque sea a los setenta años, arrojado al desagüe o las alcantarillas.

Y es que los ejemplos que cada día se nos ofrecen a la vista, deleznables, execrables, abominables, detestables, repugnantes y que, en cualquier momento bien pudieran afectar a mi persona o la persona de mis seres queridos, por encontrarme, simplemente, en un momento determinado, en el sitio y a la hora equivocados, y que me hacen llorar de rabia y estupor, de indignación y de conmiseración y solidaridad con quienes los padecen, son cada día más alarmantes y crean una inquietud entre la ciudadanía, que no hacen sino corroborar que este mundo de hoy, este mundo en que nos creemos los más listos de la tierra, y que hemos llegado al summum gira al revés, cuando no patas arriba, pues pareciera que lo sensato, lo cabal, lo juicioso, lo razonable, lo lógico, es algo desterrado de la convivencia ordinaria y todo lo contrario a ello es lo que se predica como normal, encogiéndonos de hombros y dejando que los días y las noches sigan su curso y al que le toque la china que se joda, hablando en romance paladino alto y claro, mientras nuestras autoridades duermen el sueño de los justos y sólo se preocupan de atiborrar sus cuentas corrientes, en no pocas ocasiones, cometiendo latrocinio puro y duro, sin que el armazón del Estado se resienta y sin que, en realidad, por muchos prebostes enjuiciados pase nada de nada.

Y todo esto seguirá así mientras nuestros políticos y políticas, verdaderos calzonazos y bragazas, respectivamente, se dediquen a airear lo buenos que son, aparte de lo guapos y simpáticos que se consideran, convirtiendo nuestros países en terreno minado en el que los delincuentes campan a sus anchas, con las instituciones y la legislación de su parte, dejando tirados en la indefensión a la ciudadanía ejemplar, al ciudadano de a pie que día a día trabaja y cumple con sus obligaciones, incluso, con sudor, sangre y lágrimas, pareciendo que las leyes sólo estén para la defensa del malhechor, pues no en vano cuando se comete un crimen, todo el aparato del Estado se pone en marcha para proteger y defender al criminal, sea asesino, homicida, violador o ladrón, pues los derechos humanos parecen estar solamente para quienes infringen las leyes, con el beneplácito de autoridades políticas y judiciales, sin que los normales, los rectos, los morales, la buena gente, en definitiva, pueda pedir protección, que no sólo no la tendrán, sino que se le aplicará la ley con todo su peso y pasará a ser de víctima a ser delincuente.

Y no hablo de oídas a lo loco. Pues ejemplos muy recientes avalan mi versión. Recordemos o mencionemos a los tristemente conocidos como “la Manada”, cinco bestias en menos de un metro cuadrado de superficie penetrando a diestro y a siniestro a su víctima (¡que seguramente llevaba bragas de lencería fina o tanga y ello incidiera en su culpabilidad o en la incitación al delito de sus agresores!), con unos jueces que deberían estar condenados a trabajos forzados o, al menos para saber lo que vale un peine, sometidos a las vejaciones que exculpan y a que fue sometida la víctima, a ver si al pasar por este aro y trago seguirían opinando que lo que allí acaeció no fue una agresión sexual brutal y sin nombre, inimaginable en cualquier mente sensata, cauta y cuerda, o lo mismo si tales hechos hubieran tenido como receptoras a alguna de sus hijas o familiares.

Y si no cuando se esgrimen derechos de los menores que cometen delitos innombrables, tal como el último, que se cobró la vida de otra menor, después de haber sido violada, y para el que sólo habrá condena de internamiento en un centro de menores, cuando, en realidad, de acuerdo con la lógica más lógica, valga la redundancia, debería ser condenado como un mayor, ya que ha cometido hechos que cometen los mayores. Si es apto para delinquir, debería ser juzgado como mayor para pagar por sus actos.

Y la última, sin que queramos seguir desgranando casos, que me ponen de una mala leche incontestable, el asesinato de Laura Luelmo, ocurrido esta semana pasada. Una pobre muchacha, de veintiséis años, con toda la vida por delante, que abandona su entorno familiar y de residencia allá por Zamora y se embarca en la aventura, por empezar a trabajar, desplazándose 500 kilómetros hasta ese pueblo de Huelva, Nerva, como profesora de plástica, aunque alquilara una casa en la cercana población de El Campillo, a 8 kilómetros de su centro de trabajo, y a la que le han segado la vida de cuajo, rompiendo todas las ilusiones y futuro a que aspiraba y que tenía por delante, así como la de todos sus familiares, amigos y convecinos. Pues bien, localizarán al criminal, al degenerado, que ha cometido ese brutal asesinato, y violación, y la ley, la justicia, rauda y sin perder un segundo, se pondrá a trabajar para proteger y que no le pase nada a este malnacido, mientras la víctima ya está criando malvas, e intentarán, por activa y por pasiva, encontrar algo en la mente de tan desgraciada alimaña, a ver si existe la posibilidad de declararle irresponsable y dejarle libre para que siga campando por sus respetos y hasta luego Lucas, como decía Chiquito de la Calzada.

Y es que estos mandamases y mandamasas, calzonazos y bragazas, encantados de haberse conocido, no son conscientes de que el mero hecho de que exista una Constitución o una Declaración Universal de los Derechos Humanos, no basta para que exista democracia, no basta para que exista la libertad que todo ser exige para poder vivir en paz, consigo mismo y con los demás, y por muchos textos legales que me pasen por la vista, concluyo que estamos peor y más esclavos que los siervos de la gleba de la Edad Media, y su necesidad se muestra en lo que los medios de comunicación han lanzado al aire sobre que las mujeres deban salir en grupo a hacer deporte, o en compañía de sus maridos o parejas, lo que es de todo punto indignante, precisamente ahora que tanto se predica la igualdad y la libertad de la mujer, pero ¿es que estamos locos o es que hemos perdido la brújula?. Que en pleno siglo XXI, no pueda una mujer salir a hacer deporte sola y que tenga que ir intimidada o con miedo, porque no sabe si va a volver sana y salva a su casa, me parece que es para meter en la cárcel a los proponentes, a no ser que quieran que volvamos al siglo XIX y que la mujer quede en casa con la pata atada a la cama, que el marido administre y disponga a su antojo de los bienes propios de la parienta o que ésta no pueda realizar acto alguno sin el consentimiento y el visto bueno de su esposo. Me parece que en vez de avanzar vamos para atrás. Lloro y me rebelo por la muerte de Laura y no habrá consuelo ni alivio para mi pena y dolor mientras no sea capturado el malnacido autor de su muerte y no le vea decapitado o colgado de la rama de un árbol, tal como sucedía en el lejano western americano y su ejecución sea retransmitida en directo por todas las cadenas de televisión.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

19 DE DICUEMBRE DE 2018

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