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Fastos constitucionales

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 12 de diciembre de 2018, 07:10h

Si atendemos a las diferentes acepciones que el término “fastos” tiene en el Diccionario de la Lengua Española, podría conjeturarse que es sinónimo de “fiestas” o de “celebración”, tratando de resaltar un hecho que se considera histórico por la población, y si al mismo le añadimos el adjetivo de “constitucional” o, en plural, “constitucionales”, aplicado a un régimen, gobierno, etc, atenidos a una constitución, la definición de lo que significamos con el título de este artículo está clara como el agua cristalina de un arroyo, en su nacimiento, o sea, encontrarnos ante lo que es una “fiesta”, en su sentido de reunión de gente en algún sitio o lugar para divertirse o pasar agradablemente el tiempo unos con otros, que bien pudiera ser, por ejemplo, bailando, soliéndose llamar de tal guisa también a las reuniones de carácter extraordinario para conmemorar una efeméride o un hecho o acontecimiento que por la ciudadanía se considera relevante, especialmente relevante y significativo, capaz de mover a las masas a reunirse y celebrarlo.

Pues bien, esto es lo que en estos días está sucediendo en este País, aún hoy, a duras penas, llamado España, con el tema del cuadragésimo aniversario de la Constitución Española, de esa Carta Magna, que los españoles nos dimos, como norma fundamental de nuestro Ordenamiento Jurídico, el 27 de Diciembre de 1.978, y que ha venido estando vigente desde entonces, habiendo sufrido en su deambular y devenir solamente dos pequeñas modificaciones, aun cuando en la actualidad más de un Partido Político aboga por meterle mano al considerar que la misma ha quedado “obsoleta” (término muy de moda en los albores de la democracia reinstaurada en España) y, por tanto, necesaria, para adecuarla a los nuevos tiempos, mas ya sabemos que todo lo que acaba transmutándose acaba creando un monstruo sólo comparable a los que emanaban de los sueños de la razón a que se refiriera nuestro inmortal, genial y universal pintor, Don Francisco de Goya y Lucientes, tal como escenificara en una de las láminas de sus grabados “Los Caprichos”.

Llegados a este punto nuestros gerifaltes o sean, cuantos tengan mando en plaza, no saben qué conejo sacarse de la chistera para sorprender a los ciudadanos a fin de demostrar que son los más constitucionalistas del mundo mundial, al menos por unas horas o minutos, porque bien es cierto que los mandatos de nuestra Carta Magna, en no pocos casos, se los saltan a la torera, soliendo hacerse de su capa un sayo, que para eso se las dan de bien que ni siquiera la costurera mayor del reino sería capaz de llegar a su altura. Pero, como digo, las circunstancias mandan y hay que dar ejemplo de cabal constitucionalista, cumplidor de las leyes, aunque pergeñen trucos y atajos para acabar despeñando las mismas por el primer precipicio que se encuentren en el camino, dejando el mandato constitucional en agua de borrajas, si bien, aplicándole al ciudadano la ley a rajatabla, poco menos que “manu militari”, a fin de tener al pueblo atado y bien atado no vaya a desmandarse y dar un disgusto a los prebostes de turno.

Y es que esa algarabía, esas alharacas, esos fuegos artificiales que se lanzan a cuenta de las efemérides que venimos analizando, son pura fantasía, pura entelequia, porque si analizamos detenidamente el contenido de ese texto denominado Constitución Española, nos sorprenderemos de que adolece de no pocas contradicciones con lo programático del mismo, algunas de ellas, yo diría, que de Juzgado de Guardia, mas, repito, en este País, aún hoy, a duras penas, llamado España, parece que las anteojeras están a la orden del día y todo parece esconderse bajo el pañuelo de un ilusionista: “nada por aquí, nada por allá, ¡hello, aquí está la madre del cordero!”. Pero, como Don Quijote de la Mancha, “genio y figura hasta la sepultura”, y de esta guisa, nuestros prohombres integrantes de la “casta política”, ante estos acontecimientos no saben cómo comportarse para llamar la atención del pueblo, o sea, de sus súbditos, y erigirse en “primus inter pares”, como si los demás y el propio pueblo llano sencillo no supieran lo que son los juguetes, y llegados a los puntos de encuentro quieren resaltar sobre los demás, confesándose los más constitucionalistas de este mundo, a la manera, más o menos, en que nuestro monarca Fernando VII, a quien se las ponían a huevo, a regañadientes, aceptaba el reto constitucional, con aquella famosa frase “marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional”.

Y así, en ese afán, de convertirse en el “primero” en el “más constitucionalista de todos”, en “un fuera de serie”, ha nacido la “banderitis”, es decir, el despliegue de la enseña nacional, colocando en sitios estratégicos unas descomunales banderas nacionales, de tamaño, a veces, elefantiásico, en un engañarse a sí mismos, ya que quienes así actúan confunden el patriotismo falso en base al tamaño de la bandera, cuando el verdadero patriotismo no depende de los metros de tela ni de golpes en el pecho exigiendo una letra para el himno nacional, sino que el verdadero patriotismo no debe ser objeto de artificiosas posturas y demagógicas declaraciones, sino que el patriotismo, puro y duro, se mide en grados de sentimiento, de orgullo, de cumplimiento con las obligaciones y deberes legales exigibles, antes que la demanda de derechos, en definitiva, es un modo de ser, aunque, en realidad, qué nos queda de verdad en esta historia, cuando ya hemos renunciado a la soberanía nacional, al haber cedido la misma a esa entelequia, a ese monstruo de veintisiete cabezas, que denominamos Unión Europea, a cuya pertenencia debemos uno de los episodios más dramáticos vividos en nuestro país, en los últimos años, léanse ajustes, recortes y pérdida de derechos, con tal de salvar al becerro de oro, o sea, a los señores del dinero, a los más ricos que más ricos se hacen cuantos más pobres van quedando a su paso, en esa lucha desaforada contra el déficit, que ha sumido a Europa en general y a España en particular en un mundo de miseria, ruina, pobreza y hambre, y que ya vemos cómo se las gasta, viendo el ejemplo de Gran Bretaña con el Brexit, a la que quieren hacer capitular pues no pueden soportar que un país quiera seguir siéndolo, independiente de cualquier interferencia ajena, haciendo uso de una verdadera y auténtica soberanía. Lo demás es vender su alma al diablo, y quedar condenados al fuego eterno de la dictadura de la opulencia. Veremos a ver en qué queda todo este tejemaneje que se ha urdido con la salida del Reino Unido, al que a toda costa quiere conservar Europa para sí, a fin de evitar otros alzamientos, y ya vemos que hasta la Justicia Europea se ha puesto del lado de los europeístas, permitiendo que la Gran Bretaña pueda volver unilateralmente al redil europeo, tratando de poner al pie de los caballos a la Premier británica. Theresa May. Por otra parte, también caen en el ridículo más espantoso quienes se enfundan en la enseña nacional, a modo de capa o bata, queriendo dar a entender que son más papistas que el Papa.

Pues bien, tales manifestaciones de patriotismo, no lo son de tal, porque el verdadero y auténtico patriotismo no necesita de signos exteriores forzados, sino que constituye ese sentimiento, interno, de corazón y de alma, de orgullo y de amor a la patria, sin necesidad de artificiosas manifestaciones, recayentes más bien en el ridículo y significativas de lo que se denomina “patrioterismo”.

Y, en concomitancia con lo enunciado anteriormente sobre la carencia de verdaderos principios democráticos dentro de nuestra propia Constitución, que ocuparía su enunciación y comentario respectivo páginas para formar un tomo, como un botón de muestra y del que derivaría una desintonía total con lo que se pretende mostrar, lo encontramos en el artículo 14 del texto legal: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Quizá ya empieza a torcerse el texto, pues debería comenzar diciendo “Todos los españoles…”, mas a las pruebas me remito: la principal y no pequeña discriminación comienza por la circunstancia de la “residencia”, pues sobre unos mismos hechos (pongamos, por ejemplo, en materia sucesoria), unos españoles son tratados de manera muy diferente según la Autonomía a la que pertenezcan. Como se ve, sí se rompe el sacrosanto principio de “la igualdad”, ruptura que se repite constantemente en las diferentes materias de la vida ordinaria. Pero como he dicho anteriormente esto es harina de otro costal y habrá que retomarlo en otros escritos futuros....

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ.

12 de Diciembre de 2018

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