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El canto del gallo

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 15 de mayo de 2019, 05:22h

El gallo, canta y la gallina cacarea, gallináceas y galliformes de la familia de las fasiónidas que, en su hábitat, campo abierto, viven absortos a los avatares de los hombres, o sea, de la ciudadanía, y que, junto con cualquier especie animal, progresa adecuadamente, con arreglo a su naturaleza, sin verse presos de las contraindicaciones y contradicciones que para su vida, adopta el hombre, ese ser, dicen, dotado de voluntad y de inteligencia, cualidades o virtudes que, en no pocas ocasiones, arrojan al pozo de la basura, integrándose en eso que suele llamarse masa de carne con ojos, en la que aquellas voluntad e inteligencia quedan arrumbadas en el rincón más oscuro y peregrino que podamos imaginar, y ello conlleva a que ese ser humano, que Dios puso en la Tierra, para disponer de la misma y gobernar sobre ella, pero, contrariamente, a ese mandato divino, parece que ese ser humano más capaz en teoría que el resto de los animales, acaba comportándose como un irracional, y subsumido en el dicho que hiciera famoso el inmortal poeta español, Antonio Machado, con más razón que un Santo, de que “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea.”

Pues bien, en Soto de Cangas, un pueblo de 90 habitantes, uno arriba, uno abajo, en el Consejo de Cangas de Onís, Asturias, una resolución administrativa, obligaba a Fernando Villarroel, ganadero lugareño, a cerrar su gallinero, porque el canto y el cacareo de los animales, causaba molestias a los huéspedes de un alojamiento rural, o sea, una de esas casas reconvertidas en hoteles, y donde acuden los habitantes de las ciudades, los urbanitas, a pasar unos días de solaz al abrigo de la naturaleza pura y dura, a fin de respirar aire puro y coger fuerzas para volver a la telaraña de vehículos de todo tipo que circulan por las ciudades, con sus ruidos de motores y cláxones, y con su correspondiente contaminación de CO2, que tanto perjuicio causa a la salud pública y acelerador del cambio climático, que tanto defienden, quizás, esos mismos urbanitas que se toman la molestia de ocupar esos lugares habilitados en el campo y la montaña, para pasar unos días de asueto y recuperar el oxígeno que les falta en sus lugares urbanos de origen.

Todo comenzó cuando José-María, un ex policía castellanoleonés, junto con su hijo, adquirieron una antigua casa de huéspedes en Soto de Cangas, convirtiendo la misma en un local de alojamiento rural, tan de moda en la actualidad, bajo el nombre de “Apartamentos de Turismo Rural Camino Picos de Europa” y que, ante, según cuenta, las quejas de los ocupantes de que no habían podido descansar plácidamente, presto acudió al Ayuntamiento de Soto de Cangas para denunciar el hecho, y con más rapidez que la velocidad de la luz, se presentaron los inspectores, cuando el propietario del gallinero estaba ausente, a hacer una medición del sonido de las aves, detectando ruidos de 60 decibelios con picos de hasta 75, consecuencia de lo cual el Ayuntamiento ha decidido clausurar el gallinero, lo cual significa que Fernando, que tiene allí su vida, por ser ganadero y residir todo el año en la población, deberá, seguramente, si el recurso judicial que piensa interponer no llega a buen fin, eliminar a las aves, todo por el motivo de que los señoritos que giran visita al establecimiento hotelero puntualmente unos días al año, puedan descansar a pierna suelta, alterando, una vez más, el orden de la naturaleza, porque de todos es sabido que el campo, o los pueblos tradicionales de toda la vida, han convivido con todo tipo de ruidos naturales, canto del gallo, cacareo de las gallinas, mugidos de las vacas, relinchos de los caballos, ladridos de perros, canto ininterrumpido de grillos y chicharras, gorjeos de las palomas y palomos, y una infinidad de seres vivos, en orquesta instrumental casi celestial, que la naturaleza ofrece y que suponen el mantenimiento del orden natural de las cosas y que ayudan a la regeneración de lo que el hombre, ese animal presuntamente dotado de voluntad e inteligencia, descompone con su mal hacer, destruyendo todo lo que se le pone a tiro, y luego dicen que el “pescado es caro”, o sea, que luego nos quejamos de ese cambio climático que se vaticina acabará con el Planeta Tierra. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Para qué se desplazan los señoritos de la ciudad a los pueblos, al campo, hablando claro y preciso?¿Para alterar el ciclo vital de la naturaleza y acabar con todo bicho viviente que les moleste? Pues, si ello es así, más les valdría quedarse a cagar y mear en su casa y dejar tranquilo al mundo rural, al que, según parece, no acuden con ese ánimo de desintoxicarse de la contaminación urbanita, porque, y esto es así, en no pocas ocasiones son ellos los que alteran el orden natural de las cosas, ya que se dedican a hacer juergas hasta altas horas de la madrugada, jodiendo el descanso, además de a los lugareños, el de los animales, que se rigen, bien y fielmente, por la ley natural, y como no puede ser de otra forma, al día siguiente están hechos polvo y quieren dormir la mona, a pierna suelta, hasta pasado el mediodía, siendo, en este caso, lógico que el ruido de los animales, les moleste cosa mala. Y no contentos con ello, quieren a toda costa, aclimatar esos lugares, digamos que vírgenes, a sus modos y costumbres, cambiando la vida normal y ordinaria de un pueblo y la de sus moradores, que “mutatis mutandi”, pienso que tienen más derecho a seguir con sus costumbres y sus tradiciones, en una palabra, con su vida como lo hicieron generaciones pasadas y lo harán, si no nos volvemos locos, las generaciones venideras. ¡Y luego se queja el Gobierno y la sociedad en general, de la España despoblada o vacía!, cuando en vez de animar a un cambio radical de vida, pasando de la ciudad al campo, a los pocos paisanos que siguen erre que erre en ese campo, cuatro señoritos de ciudad, que pasan cuatro días al año en el pueblo, les hagan cambiar su vida y les obliguen a adaptarse al “modus vivendi” de quienes, en realidad, no son más que unos ocupas, legales, sí, pero ocupas, al fin y al cabo, que se integran en esa masa de carne con ojos y, aun a veces, incluso, sin ojos, lo que ya demuestra lo que pueden dar de sí, hasta el punto de, con su aptitud, querer cambiar, incluso, la Biblia, ya que no habrá gallo que cante, como vaticinara Jesucristo, cuando su discípulo, San Pedro, en los prolegómenos de la detención de aquél, le negara tres veces.

Lo raro del caso es que no se quejen también, tan insignes huéspedes, de la existencia de mosquitos, arañas o ratas, topos y conejos y ardillas, animalillos que, según su capacidad intelectual, deberían ser eliminados, para mayor solaz y divertimiento de tales, rompiendo con todo ello la cadena de la naturaleza que ya, de por sí, está bastante tocada del ala. Y no es una cuestión imposible de querer conseguirlo, pues hablo con razón, ya que en una urbanización donde veraneo, en alguna junta de vecinos, ya hubo quien, casi filosofando, propuso elevar un escrito al Ayuntamiento, para que eliminara a los grillos, pues le impedían muchas noches conciliar el sueño, sin tener en cuenta que dicha urbanización se levantó sobre lo que, en su día, era un bancal de almendros, y que los grillos, lagartijas y otras especies animales ya campaban, antes que los veraneantes, a sus anchas por aquellas latitudes y que, en realidad, los que estamos de más en aquéllos terrenos somos los humanos no agricultores, que hemos invadido el territorio natural que históricamente ocupaban todos esos bichos que tanto molestan al ciudadano de asfalto, que desechan, como un castigo, el canto del gallo al amanecer, anunciando la llegada del nuevo día, y el cacareo de las gallinas, tras poner un huevo. No es de extrañar, que el pueblo se haya levantado contra los urbanitas, pues como dice Fernando Villarroel, “los animales hacen ruido y no huelen a chanel, a quien no le guste que se quede en la ciudad”.

Esperemos que la Justicia, no contribuya a desintegrar la naturaleza, alterándola en contra de su progreso adecuado, con arreglo a ley natural y divina y deje sin efecto la resolución administrativa que, con tanta rapidez, como de forma tan expeditiva y exabrupta, ha dictaminado el Ayuntamiento de Soto de Cangas, porque en realidad, la solución para el que, seguramente, se acuesta casi cuando sale el sol, es fácil, pues puede colocarse unos tapones, y dejar que la vida siga su curso natural: tan fácil como eso.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

15 de Mayo de 2019

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