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El muerto al hoyo

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 27 de noviembre de 2019, 03:23h

… Y el vivo al bollo: “Frase con que se comenta, a veces en tono de crítica, que lo normal tras el fallecimiento de una persona es que sus allegados la olviden y vuelvan a su vida habitual”, así se expresa María Moliner, en su Diccionario de Uso del Español. Y, por analogía, y mutatis mutandi, podemos aplicar esta frase o dicho, al hecho de que muerta una persona, por la causa que sea, a manos de un desalmado, éste quede indemne, vivito y coleando, como si no hubiera ocurrido tal, e, incluso, a veces alabado y objeto de adoración, mientras la víctima cría malvas en una fosa cualquiera.

Pues bien, bien (valga la redundancia) pudiéramos aplicar tal frase, dicho o refrán, a la máxima, axioma o adagio, que deba (a la manera como en el frontispicio del Templo de Delfos, “nosce te ipsum”) servir de introducción al Código Penal Español, pues por los sucesos y casos que vienen ocurriendo, ya con una cierta asiduidad ostentórea, de crímenes, contra la integridad física con lesiones y también con resultado de muerte, en unas circunstancias que pondrían los pelos de punta al mismo Drácula o al Carnicero de Londres (Jack el Destripador), por el ensañamiento, crueldad, brutalidad y salvajismo con que los mismos se cometen, pareciendo que las Leyes, en este país, aún hoy, a duras penas, llamado España, y particularmente el Código Penal, estén circunscritos a defender a los malhechores, a los asesinos, a los ladrones, a los violadores y otras especies análogas, semejantes o parecidas a las mencionadas, y dejen con el culo al aire a las víctimas, que, además, contra toda lógica y raciocinio, en no pocos casos, son consideradas como las causantes de los males que les acontecen. Y, es cierto y verdad, que por este arte de birlibirloque, las leyes no se ponen en marcha, sino para defender al delincuente o asesino, cuando comete sus fechorías, que es cuando se abre un amplio abanico de protección hacia el mismo, tratando por todos los medios de buscar cualquier causa que exculpe al culpable de tales hechos innombrables, incluidos todo ese tsunami de los Derechos Humanos, que parecen estar promulgados solamente para que el desgraciado que comete tales hechos quede impune, o, como mal menor, sufra la más pequeña condena que pueda aplicársele, o aun cuando ésta sea grande, pues de todos es sabido que la segunda parte es poner todo el empeño en que estas fieras (que deberían estar recluidas de por vida) salgan a la calle lo más rápidamente posible, tras una reinserción imposible. Y mientras tanto, la víctima, los familiares de ésta, sus allegados y vecinos y amigos, a tragar saliva y a bendecir que la Justicia en este País funciona, sin tener en cuenta que las consecuencias de estos hechos delictivos causan males importantísimos, físicos (el máximo la muerte) y psicológicos, en todos los nombrados, incluso, por qué no decirlo, en el país entero, a menos, entre la gente de buena voluntad.

Ahora, se viene enjuiciando la causa contra uno de los más depravados, pervertidos y malévolos criminales que ha dado esta nación, digamos que hablamos de José Enrique Abuin, alias “el chicle”, autor confeso del asesinato de Diana Quer, una chiquilla de dieciocho años, cuya vida segó este maldito entre los malditos, un día de agosto del año 2.016, de una manera descarnada, fría, insensible, sobre la que previamente a su muerte, debió violarla de la manera más salvaje, infernal, bárbara y bestial, lo que únicamente podría ratificar la interfecta, y que no lo podrá hacer por haberle sido segada la vida, en plena flor de la vida, valga la redundancia, punto sobre el que se está elucubrando y discutiendo ampliamente en la fase final del juicio abierto al asesino, con el objetivo de poder aplicar la pena de cadena perpetua revisable, sobre la que yo me pregunto, si no fuera ya suficiente para su aplicación el haber truncado de esta manera tan violenta la vida de quien tenía por delante todas las perspectivas para gozarla amplia y seguramente felizmente. ¿Qué más quieren sus señorías, judiciales y políticas para dejar entre rejas a un monstruo que supone, en libertad, un peligro para la sociedad? Parece que tanto a unas como a otras se les abren las carnes y bien pareciera que les pareciera, valga otra vez la redundancia, bien los hechos cometidos por tal alimaña. Y más tratándose de un individuo que ya violó anteriormente, incluso a su propia cuñada, que se dedicaba a robar, dicen que gasolina, y lo que no se nombra, de carácter violento y que no sólo no se arrepiente de sus delictivos actos, sino que parece jactarse y vanagloriarse de su comisión, creyéndose un primus inter pares (caso parecido a los integrantes de la Manada de Pamplona y de otros lugares), personajes, en sentido peyorativo, que se creen investidos de licencia para actuar contraviniendo todas las leyes humanas y divinas, por ser quienes son y así de chulos, a los que habría que castigarles de la manera más brutal y despiadada que preciso fuere para que sufrieran en sus carnes la maldad que hicieron recaer sobre sus víctimas, a ver, si después de esto, pensarían que lo que han hecho no está mal. Y es que, al parecer, nadie piensa en los momentos de desasosiego, de horror, de terror, de pánico y espanto, amén del dolor, suplicio y angustia que debió sufrir la víctima hasta el momento de entregar su alma a Dios, y quizás, llegado a un punto en que suplicara que la mataran para acabar con tal aquelarre. Y es que todos los indicios abocan a la violación, por más que los juristas de puñetas y togas almidonadas se calienten el coco buscando una escapatoria para el criminal, que, al fin y a la postre, es lo que parece que hacen, convertidos todos en defensor del reo, quizás, viendo en el mismo su propia imagen, de lo contrario no se entiende tanto miramiento y tanto escrúpulo para aplicar la ley con toda su fuerza y peso, sin entrar en zarandajas y buscar fisuras por las que el criminal pueda escaquearse y acabar escapando a la condena que de acuerdo con los actos cometidos y que de acuerdo con la ley moral y divina merecería. Y más cuando, el propio acusado, ya confeso, de este vandálico crimen, dejó claro que total en siete años estaría en la calle, listo para actuar de nuevo y así suma y sigue, erre que erre, mientras la moral de la sociedad se hace añicos con este balsámico modo de aplicar las leyes.

Hubo violación, hubo secuestro, hubo maltrato y hubo asesinato. ¿Para qué la raptó el verdugo, sino para abusar de ella sexualmente y matarla después? ¿Acaso para legarle una fortuna?¿Para darle un reino? Y la prueba del algodón la ratifica el hecho del nuevo intento de rapto, metiendo a su víctima, en el maletero de su coche y que la pobre tuvo la suerte de encontrar a dos chavales que la defendieron, de lo contrario, quizás no , seguro, nos habríamos encontrado con una Diana Quer 2.

Y ante hecho tan espeluznante y macabro, extraña que su señoría, o sea, el señor Juez, se muestre como el lucero del alba, expulsando al padre de Diana de la Sala por haber espetado éste, ante la horrible reconstrucción de los hechos, visionada ante el Juzgado. ¡Podría ser tu hija!, refiriéndose al maldito asesino, a lo que yo, habría añadido ¡Y también la suya, señoría!, metiéndose dicha señoría en camisa de once varas, al ordenar a los agentes que testificaron: “Dejen los adjetivos”, quizás con la aviesa intención de dulcificar los hechos, materia ajena al Juez Instructor, pues cuando esos adjetivos desagradables para su señoría, los pronunciaron quienes estuvieron presentes en el lugar de los hechos, especialmente en el pozo oscuro donde fue arrojado el cadáver, es porque lo apreciado merecían esos adjetivos y quizás otros más sonoros, terroríficos, espantosos y terribles, que quizás la extrema sensibilidad de su señoría no podría haber soportado.

En cualquier caso, todo va a quedar pendiente del Jurado Popular, que si está formado por hombres y mujeres (aquí sí cabe la doble mención) hechos y derechos, con humanidad, sensibilidad, sensatez, honradez y sentido común, no se dejarán influir por los cantos de sirena del encausado, de sus abogados e incluso, de su señoría, declarando culpable de todos los cargos dichos y consiguientemente acreedor a la pena de Prisión permanente revisable, y aún me parece poca condena.

MIGUEL-ÁNGEL VICENTE MARTINEZ

27 de Noviembre de 2.019

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