Opinion

Querer ser más que Dios (I)

Miguel Ángel Vicente | Miércoles 01 de marzo de 2023

Ya sabemos que Dios es todo sabiduría infinita, por lo que intentar estar a su altura e, incluso, en un acto de soberbia, querer sobrepasarlo, es de todo punto imposible, desde el punto de vista humano, más teniendo en cuenta que El y sólo El, es el que creó al hombre y, posteriormente, casi sin solución de continuidad, le proveyó de una mujer. Y este es el concepto que marca el inicio de las civilizaciones: HOMBRE y MUJER, sin que esta dicotomía pueda ser contradicha por avatares de la propia naturaleza o por avatares inducidos por la desviación, basada en la perversión, del propio ser humano.



Ahora, en estos momentos de tribulación (en los que se aconseja desde tiempo inmemorial no hacer cambios), surgen, como por generación espontánea, una serie de papanatas, mentecatos, mamarrachos y trampantojos de la peor casta y calaña, que sin saber siquiera hacer la O con un canuto, se erigen en creadores de un nuevo mundo (despreciando el dicho, también inmemorial, de que “no hay nada nuevo bajo el sol” -nihil novum sub sole-), en emuladores de Dioses, a la manera como lo es el Dios, único y verdadero, y, en su ignorancia, adobada de arrogancia y soberbia extremas (ya sabemos que el ignorante es el más atrevido, precisamente por esa falta de sabiduría y conocimientos y supina ignorancia) que osan y se atreven, de una manera descarnada, desvergonzada y atroz, a dictar las pautas de un nuevo orden mundial, cuando, por su incapacidad e indignidad, debieran hacer como los avestruces, es decir, esconder la cabeza bajo el ala, o, más bien, bajo tierra, con el objeto de pasar desapercibidos y evitar poner a la intemperie su impotencia, su inutilidad, su incapacidad, su ineptitud y sus carencias, que no harán sino causar sorpresa, cuando no, irrisión, entre sus conciudadanos, amén de burla, chanza, mofa, escarnio y ridículo, dada su chusca y grotesca preparación intelectual, pero que, a la postre, no hacen otra cosa que causar un escarnio, una ofensa y una vejación hacia esas otras personas a las que quieren aplicar sus maquiavélicos experimentos (también sabemos ese otro refrán del refranero español, tan certero, como, a la vez, tan puñetero, según el cual deriva el consejo de que “los experimentos, con gaseosa”) y que acaban más temprano que tarde, causando estragos, ruina y desolación en la sociedad en general y, en particular, a los pobres de espíritu, que quedarán bailando al albur de las ocurrencias y falsa ingeniosidad, de quienes pecando, pecado mortal se llama en este caso, quieren erigirse en esos nuevos Dioses, queriendo enmendar la plana al Dios único y verdadero, y aunque sus acciones y sus pretensiones, generalmente, o, sea, siempre, no son otra cosa que chapuzas burdas, groseras, bastas, ordinarias, zafias y palurdas, rayanas en lo grotesco, lo cómico, chirigotero, bufonesco y burlesco, siempre causarán un mal, a veces, irreparable, a quienes carentes de una formación espiritual, intelectual y moral consistentes, fuertes, sólidas y compactas, caigan en la trampa, cual caen los ratones en las ratoneras a la vista de un pedazo de queso (y espero que por esta expresión no se me abra un expediente por maltrato animal, al poner de relieve una de las fórmulas más antiguas, para luchar a favor de la erradicación de un animal, en cierto modo simpático, pero que causa estragos en las despensas de los hogares a poco que uno se descuide).

Pues bien, toda esta disertación viene a cuento con las noticias, cada vez más frecuentes y escalofriantes, del nivel superado, día a día, de intentos de suicidio y de suicidios consumados, que se vienen observando en el panorama nacional, y a lo que parece, la autoridad competente se muestra incapaz de poner freno, por desidia o incompetencia, o, y esto sería grave, por pasotismo e indolencia, siguiendo ese otro refrán, según el cual “a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga”, y ratificando esos versos de nuestro inmortal poeta, prematuramente de vida arrancada por la trapacería y la insidia de quienes le envidiaban, hablo del gran Federico García Lorca, según los cuales, “aquí pasó lo de siempre. /Han muerto cuatro romanos/ y cinco cartagineses./., de su poema Reyerta, ese que inicia con un “En la mitad del barranco / las navajas de Albacete, / bellas de sangre contraria, / relucen como los peces/.

Y no es que lo diga yo, que también, pues como pone de manifiesto Teresa Sánchez, Decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca: “Hay un aumento alarmante de autolesiones y prácticas suicidas entre los adolescentes”. Todas las señales apuntan en la misma dirección: las conductas suicidas en adolescentes se han disparado. Todo va al alza: sólo en 2.022, el teléfono 024, atendió más de 93.000 llamadas de las que, aproximadamente, un 30% fueron de menores de 30 años. Según Benjamín Ballesteros, Director de Programas de la Fundación ANAR, “Están creciendo de forma muy preocupante, la tasa de incremento es altísima, se multiplican casi por 26 los intentos de suicidio en los últimos 10 años y casi por 24 las ideas de suicidio”.

Ahora esta lacra se ha visibilizado (aun cuando este término me repatea, por su reiterada reiteración, valga la redundancia, por la recua de políticos ignorantes que nos gobiernan) con mayor intensidad a causa del caso de las gemelas de Sallent (Barcelona), las dos menores de 12 años que se arrojaron desde un tercer piso el martes 21 de febrero, una de las cuales perdió la vida y la otra se encuentra en estado crítico, aunque estable, ingresada en el hospital y barajándose, entre otras hipótesis, si lo que motivó la decisión de las menores, fuera que sufrían acoso escolar (bullyng). De hecho, una de las menores (la fallecida) había expresado su deseo a ser tratada como un chico por lo que se está investigando si esa voluntad la había expuesto a sufrir burlas o desprecio de cualquier tipo en el Instituto Llobregat, donde ambas cursaban 1º de la ESO.

Al margen de este suceso específico, que acabará aclarándose bajo las investigaciones policial y judicial, conviene traer a colación la recientemente aprobada y llamada “Ley Trans”, cuya filosofía parece basarse en que toda persona nace (la que lo llega a conseguir, si no es exterminada previamente a través del aborto) asexuada, es decir, sin diferenciación de sexo, neutro, sin sexo explícito y predeterminado, obviando, en principio, los signos evidentes respecto de sus órganos genitales, pene -caso de ser varón– o vagina –caso de ser hembra- y que el sexo, de uno u otro signo, independientemente de los órganos clarividentes dichos, que acaban siendo intrascendentes, se determinará en un futuro, o sea, cuando el nacido asuma la consciencia de si quiere ser hombre o mujer, macho o hembra, relegando el sexo a un acto volitivo basado, por tanto, en la voluntad exclusiva y arbitraria del sujeto, que podría poner fin, a partir de los 16 años, a esa presunta correlación, mediante su sola voluntad, exenta de informes y verificaciones médicas, del arropamiento de un consentimiento expreso por parte de sus progenitores, caso de ser menor de edad, manifestada ante el Encargado del Registro Civil, que se verá impelido a cambiar el sexo inicialmente asignado al mismo desde su nacimiento, por el que libre y voluntariamente exprese el solicitante, sin mayor cortapisa, restricción u obstáculo, que su dicha sola y libérrima voluntad, cuando, contradiciendo este estereotipo, esos menores tienen prohibido fumar y beber alcohol hasta los 18 años, o viajar solos sin el consentimiento paterno y materno, o sacarse el carnet de conducir y otro sinfín de limitaciones, sin embargo para un acto tan trascendental, como es el cambio virtual de su sexo, no se exige requisito alguno, sino la sola y exclusiva voluntad del sujeto en cuestión. No es de extrañar, que, ante tal aberración, que, además, se incita desde la propia escuela, desde la más temprana edad, con clases y talleres exclusivamente tendentes a trastornar la mente de quienes por su edad, carecen de las armas suficientes para asimilar las aberrantes soflamas que sobre su mente indefensa expelen unos pretendidos profesores cualitativamente preparados para abordar este espinoso tema, y que, seguramente, se encuadrarían dentro de la tropa de pervertidos y degenerados que, aun en contra de la voluntad paterna y materna, no inducen sino a esos menores (que por ley constitucional deben ser protegidos por el Estado) a incurrir en una situación de desamparo, fatuidad y miseria, que es lo que, a la postre, acabarán arrostrando, cuando sus inocentes cuerpos sean sometidos a todo tipo de transformaciones fisiológicas aberrantes, mediante intervenciones quirúrgicas genéticas irreversibles, en definitiva, mutilados, y que acabarán, salvo en contados casos, sumiendo en la locura a esos menores, que en su temprana edad incluida su infancia, son bombardeados con hipótesis y apotegmas maquiavélicos y diabólicos, siendo dirigidos como zombis hacia la búsqueda de un sexo que se cree perdido, creando en esas indefensas mentes un monumental trastorno de identidad, incluida la sexual, a través de insuflarles paranoicas tesis e ideas, inasimilables para tan tempranas y débiles mentes, y que acabarán induciéndoles al suicidio, a autolesiones o a cometer cualquier otro monstruoso acto que acabarán marcando de por vida a los afectados en quienes crean, inexplicable y malévolamente, un estado psicopático que les harán esclavos y sometidos a la voluntad perversa de quienes ahora nos gobiernan. A ello se dirigen, inexorablemente los eslóganes, mensajes y campañas, dictadas, por poner un ejemplo, desde el Ministerio de Consumo, bajo la dirección de un inútil y pernicioso ministro, de cuyo nombre no me acuerdo, en su lucha por publicitar los colores rosa y azul indistintamente para niños y niñas, o los juguetes como muñecas, cocinas, pistolas y demás, en un totum revolutum dentro del sector infantil. Nos encontramos ante unas prácticas que dejan en mantillas las llevadas a cabo por el Dr. Mengele, al servicio de la Gestapo y a través de ésta, del Fhürer, Adolf Hitler, creando monstruos sólo equiparables a Frankensteins vivientes.

Albacete 1 de marzo de 2.023