www.albaceteabierto.es

En busca de los restos de Lorca

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 04 de noviembre de 2015, 00:27h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

Una vez más, y ya es la tercera, se retoma la búsqueda, que se abandonó dos veces anteriores en 2.009 y en 2.014, de los restos del inmortal poeta granadino Federico García Lorca, quien,  con otros tres mártires (Dióscoro Galindo, Francisco Galadí  y Joaquín Arcollas), fue fusilado por el franquismo el 17 (¿o fue el 18?) de Agosto de 1.936, en el polígono 9 de Alfacar (Granada), en la finca inscrita en el Registro de la Propiedad número 5 de Granada, con el número 1.833, libro 44, folio 97, encima de un medio vertedero yermo de hojarasca, hierbajos y pedregal, en un radio de ciento sesenta metros cuadrados, cercanos al lugar (a veinte metros del segundo intento y a un kilómetro del primero)  donde ya fueron excavados los terrenos en busca de tan ansiados restos, según noticia, aparecida en el Diario el País del martes 27 de Octubre de 2.015, a cargo del mismo equipo dirigido por el investigador Miguel Caballero que realizó la búsqueda en 2.014 y que ahora casi certifica que se hallan en el lugar donde ahora se pretende excavar. En relación con esta nueva noticia, cobra vigencia el artículo que escribí para el Diario “El Pueblo de Albacete”, en fecha 1 de Septiembre de 2.006, y que, sin cambiar ni un punto ni una coma,  es del tenor siguiente:

“UN  TORO  DE   METRALLA  Y  DE PLOMO

A las cinco en punto de la tarde del día 16 de Agosto de 1.936, cien guardias de asalto, como cien jabalíes con colmillos sangrientos, llenos de ira, furia y envidia, rodearon la casa de Luis y José Rosales en la calle Angulo, de Granada, con Ruiz Alonso a la cabeza y se llevaron en volandas, como se saca a un torero por la puerta grande, al poeta Federico García Lorca. A las cinco de la madrugada del día 18 de Agosto de 1.936, ¡maldita hora la de las cinco, sean ante- o pos-meridiem!, le robaron la vida, junto con el maestro de Pulianas, Dióscoro Galindo González, y dos banderilleros, Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas, en el Camino de Víznar a Alfácar, quedando enterrados los cadáveres en el Barranco de Víznar, cerca del manantial de Ainadamar o Fuente Grande. Dejó escrito el poeta, en su ‘Gacela de la muerte oscura’: “Quiero dormir el sueño de las manzanas, alejarme del tumulto de los cementerios...”. Ahora, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica exigirá a los Tribunales la exhumación de los restos de Galindo y Galadí, fusilados junto al poeta, a instancias de sus nietos, y en contra de la oposición de la sobrina-nieta del poeta, Laura García-Lorca de Los Ríos (“remover es muy mala palabra. La memoria lo que tiene que hacer es decir, contar, narrar, ilustrar, hacer una lista de las cosas que pasaron y que se hicieron. Un cuerpo que lleva setenta años enterrado y que se sabe dónde está, y cómo se llamaba, y quiénes lo mataron, removerlo nos parece innecesario”) y de su sobrino Manuel Fernández-Montesinos García (“sería un espectáculo morboso”; “en el caso de mi tío, que está muchísimo más vivo que sus asesinos, lo que queremos es festejar la vida”) y quienes dan por bueno el lugar de su enterramiento y la pervivencia de su memoria; por su parte la Ministra de Cultura, Carmen Calvo, ha considerado susceptibles de expropiación sus restos al considerarlos como un bien protegible del Patrimonio Nacional.

Los restos del poeta, seguro que se han removido en su tumba, y desde el más allá lanza el siguiente grito: Que hable el monte, que hable el mar, que hablen los vientos y el cielo, a todos quienes yo presto mi paladar y mi aliento; que fuimos muertos yo, como primer espada, dos banderilleros y un peón de brega, en el Camino de Víznar a  Alfácar, hacia donde la cuadrilla entera fue obligada a pasear, paseíllo hacia la muerte, paseíllo hacia la gloria y hacia la eternidad; nos soltaron un toro de metralla y de plomo, imposible de lidiar, toro cobarde, de los que escarban, cabeza abajo, en la arena del albero, sin atreverse de frente a mirar, toro traidor, toro descastado, de los que no atienden a razones, de los que no tienen corazón, de los que hasta en rejones rehúyen la lucha, el cuerpo a cuerpo en igualdad de condiciones; eran las cinco en punto del alba, hora torera y hora traicionera; desarmados, sin capa, estoque ni muleta, cara a cara contra el hocico de no sé cuantas bayonetas que descargaron a bocajarro su contenido de muerte y miseria contra los cuatro, que, mirándoles de frente, caímos de perfil, un perfil alado, un perfil ensangrentado de color rojo y canela, entretanto un eco subió de la tierra hacia la luna exhalando un grito desgarrado y un suspiro de dolor ajado: ¡Nos ha matado España; la media España que hiela el corazón a la otra media!. Y una descarga de cien fusiles de la Benemérita, de la Guardia Civil Caminera, con el tricornio acharolado y su uniforme color verde aceituna sobre caballos negros y blancos, se oyó en todo el valle, en homenaje a nuestras almas arrancadas, tan prematura y violentamente, de nuestros cuerpos hacia el cielo.

Ahora, ¡después de tanto tiempo!, se acuerdan de nosotros y quieren desenterrar nuestros huesos, nuestro polvo, para, quizás, montar con ellos una caseta de feria y revivir la trágica historia de los hechos que condujeron a descansarlos donde están. Me niego, en redondo y en cuadrado, a que se estigmatice mi memoria ósea, a que se utilice mi osamenta como un arma cargada de odio y de miseria; el polvo vuelve al polvo y donde reposan mis restos y los de mi compañeros de sacrificio y los de cien o más de tantos otros, dan al Barranco, en todo caso, carácter de Camposanto. Sería una herejía, una blasfemia, católica o pagana, ahora, ¡después de tanto tiempo!, meter la pala excavadora en este sacrosanto lugar, sería tanto como una profanación de nuestras tumbas.

Dejad que el manantial no cambie ni derive su curso natural y su caudal; que el tomillo y el romero sigan donde están; no destruyáis el sendero de hormigas que cada primavera y verano circundan por el lugar; dejad que sigamos estercolando este suelo y que el paisaje no mute, ¡después de tantos años!, sino por la propia acción de la madre naturaleza. En cualquier caso, plantad cercanos cuatro olivos centenarios que sus ramas mese el viento, que den aceitunas asilvestradas, de color verde de tarde taciturna; no rompáis, en fin, el cordón umbilical que ata y aferra y sostiene a esta tierra y a su subsuelo nuestra memoria, pues lo contrario sería tanto como volver a ponernos de nuevo frente a ese traicionero, frente a ese  maldito toro, de metralla y de plomo”.

MIGUEL ÁNGEL VICENTE MARTÍNEZ

4 DE NOVIEMBRE DE 2015

 

 

 

 

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios