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La querencia sexual

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 04 de julio de 2018, 07:26h

No es la primera vez que he repetido que, a mi juicio, el Juicio Final, valga la redundancia, o sea, el fin del mundo, debe estar más cerca que lejos. Y es que, si analizamos, aunque sea someramente, nuestro entorno, con una cierta atención, veremos que se dan una serie de circunstancias y de parámetros, que avalan mi augurio (que ojalá esté equivocado, por el bien de todos) y, además, en un proceso de aceleración que parece no tener freno.

Y no hay más que, como digo, abrir una ventana desde nuestro domicilio y asomar la cabeza, para constatar que este proceso de vivencia actual no puede llegar a buen puerto, porque y esto es lo grave, asistimos a una profunda y acelerada decadencia de nuestra propia sociedad, de nuestro propio entorno, fundamentalmente porque el ser humano ha ido abandonando toda esa serie de valores y principios éticos y morales mínimos que le califican de tal y que desde la tradición del cristianismo han presidido el fundamento de la civilización occidental fundamentalmente, y que, poco a poco, paulatinamente, se han ido abandonando, dejando al hombre, como ser principal de la creación y de la naturaleza, desarmado, y que constituían el basamento y fundamento de la convivencia en una sociedad que hoy, no nos cansamos de repetirlo, como unos loros cualesquiera, está, o debería estarlo, inmersa en lo que se repite hasta la extenuación, en la consecución de un Estado Democrático, de Derecho y de Bienestar Social. Mas cuando esos valores y principios, por comodidad, relativismo y descreimiento respecto del fin general que debe perseguirse en una sociedad del tipo que mencionamos, que no es otro que la consecución del bien y del interés generales, que han de revertir en el bien e interés particular de todos y cada uno de los ciudadanos, el kiosco se desmorona.

Pero nos creemos que somos los más listos del mundo y, por ello, sin encomendarnos ni a Dios ni al Diablo, nos lanzamos cuesta abajo y sin frenos, incluso desde la altura sin paracaídas, y más bien con desenfreno, olvidándonos de la alta responsabilidad que el ser humano ha de asumir en su lugar dentro de la naturaleza, cayendo en el submundo de la depravación, la degradación y la perversión, en la que hozamos como hozan los cerdos en el barro (recordemos los trágicos casos de Sodoma y Gomorra), y el resultado no es otro que los claros ejemplos que, un día sí y otro también, nos ponen ante los ojos los medios de comunicación, léanse casos de “La Manada” original, o sea, la integrada por los cinco salvajes sevillanos que abusaron sexualmente según la sentencia condenatoria expelida por la Sala Segunda de lo Penal de la Audiencia Provincial de Navarra, y que, más y lógico, parece desprenderse de los hechos probados una agresión sexual, o sea, una múltiple violación, salvo para la ceguera de ciertos jueces, hablando en romance paladino, claro y contundentemente, a la que ha seguido la cagada de poner en libertad a tales sujetos, aunque sea condicional y con fianza (ridícula, por lo demás, 6.000 euros, cuando por infracción de la mostrenca Directiva de la UE sobre Protección de Datos, te pueden sancionar, por una falta baladí, con cuantías millonarias, lo cual no es sino otro ejemplo de esta depravación, degradación y perversión que parece presidir el mundo actual), y a la que, miméticamente, han seguido otros casos análogos de “manadas” con violación, tales como la perpetrada por cuatro individuos en Barcelona, sobre una joven a la que abordaron a la salida de una discoteca y abusaron de ella en el maletero de un coche en un polígono de Molins de Rei, en las afueras de Barcelona o la llevada a cabo por cinco varones (uno de ellos menor), en San Bartolomé de Tirajana (Canarias), en la Playa del Inglés en la noche de San Juan sobre una menor, hechos recentísimos ocurridos a finales del pasado mes de Junio, incluso con alharacas y jactancias por parte de los acusados, y las que seguirán, pues ya sabemos que la imitación del mal es uno de los deportes en boga y lo que mola en esta sociedad actual.

Está claro que esta situación de deterioro moral y ético, está abonada por la Educación, que, con carácter general, en este país, aún hoy, a duras penas, llamado España, deja mucho que desear, con un basamento casi exclusivo de todo lo relacionado con la sexualidad, habiéndose bajado la guardia respecto al esfuerzo, el trabajo, el estudio, el sacrificio y la superación que supone el cursar estudios y carreras para formarse íntegramente como persona, y, particularmente, respecto de la rama elegida para el futuro ejercicio profesional, aunque, también es cierto, y hay que reconocerlo, existen las excepciones que no hacen sino confirmar la regla general.

Y una de las pruebas del algodón, de la decadencia del ser humano, la han puesto de manifiesto los investigadores del Ragnar Frisch Center para la Investigación Económica en la prestigiosa revista PNAS (Proceedings of the National Academy os Sciences) que han detectado que desde hace una treintena de años el coeficiente intelectual del ser humano está en regresión, o lo que es lo mismo, en involución, apreciándose a partir de 1.976 un declive de al menos siete puntos por generación en dicho coeficiente intelectual, lo que, hablando en romance paladino, alto y claro, significa que el ser humano es cada vez “más tonto”, contradiciendo y rompiendo la progresión positiva que desde la Segunda Guerra Mundial, hasta ese nefasto dato desde 1.976, de que el coeficiente intelectual crecía cada año 2,93 puntos. De lo que se deduce, clara y sin lugar a dudas, que la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin, respecto al ser humano, ha entrado en barrena, si es que no ha tocado fondo, y si la evolución nos hacía desmarcarnos, en su momento, del mono, ahora, en pleno siglo XXI, con todos los adelantos tecnológicos, técnicos y científicos, deberíamos hablar de la involución de las especies, más concretamente respecto o casi exclusivamente, respecto del ser humano, entrando en una preocupante involución, porque a diferencia de los demás seres vivos, y esto se constata fácilmente, sean animales o plantas, que nos dan sopas con onda, éstos evolucionan o siguen haciéndolo, bien, adecuada y favorablemente, con arreglo a su respectiva naturaleza.

O sea, que en vez de p’alante, vamos p’atrás, de una manera dramática, insoslayable y vertiginosa, de una manera sibilina, inconsciente, diría yo, pero que abruma y preocupa por su constatación científica. Y síntomas de esa decadencia los encontramos a diario y a miles. Uno de ellos, muy significativo, podría ser el hecho de que hoy en día se ponga en almoneda la naturaleza masculina o femenina del ser humano, la cual parece dejarse al albur de una elección por parte de cada cual, en un viaje que podríamos denominar en busca del sexo perdido, como si éste no fuera un signo propio de la naturaleza de las cosas, y cualquiera, con carácter general, debiera estar en disposición de una vez llegada a cierta edad decidir sobre el sexo propio, olvidando las evidencias de la naturaleza, obviando, por supuesto, los excepcionales casos en que esa misma naturaleza pudiera llevar a confusión y transtorno sobre dicho sexo.

Choca por ello y ratifica esta línea, el hecho de que en el suplemento del Diario “El Mundo”, “La Otra Crónica”, del pasado 23 de Junio, una tal María-Pilar León (Mapi, para los amigos), en portada y a todo trapo, se confiesa “futbolista, del Barça, de la Selección y (¡ojo al parche!) LESBIANA”. Como si ésta última connotación fuera un plus y decisiva para identificarla y concretar sus cualidades, no sólo como persona, sino como profesional de la patada al balón que practica, y sin cortarse un pelo, y metiéndose en camisa de once varas, anima a que los jugadores masculinos salgan del armario (así, con carácter general, metiendo a todos en el mismo saco), “lo que haría cambiar la mentalidad machista del fútbol”, según apostilla. Por lo que, si le tomamos la palabra al pie de la letra, los vestuarios habría que sustituirlos por armarios, sin que sepamos si seguirían en el sótano, o se implantarían al pie del césped. Desde luego sería todo un espectáculo añadido al espectáculo que ya, de por sí, constituye todo partido de fútbol.

En fin, no deja de ser contradictorio que quienes luchan por la igualdad en todos los aspectos, se vean concernidos a publicitar, en este caso, su tendencia sexual que, en todo caso, debiera quedar en el ámbito de la intimidad, porque fuera de él, a quién importa la misma, y contradice toda la normalidad con que debiera tomarse, en su caso, esa dicha tendencia.

MIGUEL ANGEL VICENTE MARTINEZ

4 de Julio 2018

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