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Radiografía de un país (XII)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 03 de abril de 2019, 04:12h

Es evidente que cuando las instituciones del Estado, incluidas dentro de las mismas todos los estadios de lo que se conoce como Administración Pública, o más bien, para ser más exacto, claro y comprensivo, Administraciones Públicas, para abarcar tanto las del Estado General, como las Autonomías, las Diputaciones y los Municipios, no cumplen bien y fielmente, con las funciones y las obligaciones que les competen y que están encomendadas a las mismas por las normas del Ordenamiento Jurídico, está claro que el gran perjudicado no es otro que el pueblo sometido (y nunca mejor dicho) a los dicterios de esas instituciones, que, de conformidad con las normas del dicho Ordenamiento Jurídico, incluida la propia Carta Magna, o sea, la Constitución Española de 1.978, que tanto ocupa la boca de nuestros políticos, tratando de utilizarla como escapatoria para sus desmanes, y que la santifican cual becerro de oro inamovible (en cuya reforma imposible se escudan nuestros mandamases, haciendo oídos sordos a las palabras que en su día pronunciara Miguel Herrero de Miñón, respecto a la innecesariedad de la reforma de la Constitución conforme a la mutación de los valores de la sociedad, o sea, cambiar la interpretación sin cambiar la norma: “permitiría conservar los textos constitucionales pero adaptando la interpretación de ellos a los tiempos actuales, mediante un recuerdo alcanzado entre los partidos políticos que luego se desarrollaría normativamente”), y que a los mismos impone el deber de cumplirlas y hacerlas cumplir, pues bien, como digo, cuando en esa cadena o concatenación de hechos, resulta que los prebostes de nuestras Administraciones Públicas, se saltan las normas a la torera, haciendo de su capa un sayo, con la única finalidad de seguir ocupando o asaltar la ocupación de las poltronas desde las que fustigar a la ciudadanía, en un remedo del autoritarismo más decrépito y sangrante, haciéndonos recordar las autarquías que camparon a sus anchas en tiempos pasados, es cuando la alarma social, la incredulidad del ciudadano y la desconfianza de éste, en las citadas instituciones llega a su punto álgido, porque no basta con que dichos mandamases se flagelen la boca repitiendo y recordando, como un mantra, que estamos en un Estado Democrático, en un estado de Derecho, y hoy, por mor de su desvergüenza y sus trapisondearías, en un Estado de Malestar Social, idea y consigna que solo cala en la cohorte o legión de adláteres, acólitos, corifeos, paniaguados y mamandurrieros que bailan al son que aquellos tocan, y que se muestran como los polluelos de un nido, abriendo la boca hasta límites insospechados, demandando la comida que les allegan sus padres, esperando que les llegue el turno de recibir alguna prebenda, alguna sinecura, alguna bicoca, alguna canonjía, algún momio, aunque por regla general, esta caterva de sumisos, lameculos, aduladores, serviles, pelotas, rastreros, zalameros y pelotilleros, acaban conformándose, aunque siempre esperen más, con las migajas que caen de la mesa de las comilonas del rico Epulón, dándose por pagados, incluso, a veces, con un simple apretón de manos o lograr una fotografía junto al preboste de turno, la cual colocan luego en lugar bien visible donde la puedan ver sus congéneres para darse pisto delante de ellos, y hoy en día, favorecidos por las redes sociales, colocarlas en las mismas para envidia de sus conciudadanos, aunque, por lo general, más que admiración , en realidad, provocan hilaridad, recochineo y cachondeo entre los cibernautas, y dejan al interfecto en el lugar que le corresponde, de payaso, lelo, memo, bobo, necio y mentecato. Pero, en fin, ya sabemos que el coeficiente intelectual de este espécimen deja bastante que desear, creyendo que tal o cual preboste va a recordar, con nostalgia y añoranza, que, en tal lugar y fecha y con tal motivo, aquel pobre desgraciado que aparece a su lado es fulano o mengano. Pero, en fin, la creencia (al igual que el odio, por mucho que lo hayan convertido en un delito, buscándole sitio en el Código Penal), forma parte de la intimidad de las personas y no es valuable a efectos de poder imponerle una pena a quien interfiere en el mismo, pero ya sabemos y corroborado queda, como sentencia, con más razón que un santo, nuestro inmortal poeta Antonio Machado, que “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa” y añade “Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea”.

Y es que hechos puntuales, hacen que en este país, aún hoy, a duras penas, llamado España, los ciudadanos acaben por descreer de nuestras instituciones y aborrezcan a los políticos, los cuales parecen, a su vez, intentar reírse del pueblo español, pues no hay más que echar un vistazo a la componenda de las listas electorales en aras de las próximas Elecciones Generales, para constatar, el pelaje y los méritos de ciertos personajes aupados a un puesto en esas listas, para saber, sin margen de error, que son personajes hueros, vacíos, sin sustancia, cuyo mérito sea simplemente el someterse, en sumisión perruna, a los dicterios de los mandamases, y encantados de poder llegar a ocupar un escaño, de la índole que sea, para asegurarse unos años el sueldo millonario, y luego la pensión más alta, compatible con cualquiera otra, sin pegar un palo al agua, y cuyo cometido será simplemente aplaudir a rabiar al gerifalte, hasta dejarse los dedos convertidos en dátiles y ¡ay, del pobre que ose, por un momento o descuido, dejar de aplaudir!, pues su futuro muta en más oscuro que cuando se avecina tormenta de verano o como las cagarrutas de las cabras.

En cualquier caso y por poner un ejemplo de que las instituciones, en su tejemaneje cotidiano, dejan bastante que desear, y unas veces, por desdén, otras porque es más fácil no molestarse en trabajar, algunas por ignorancia y en bastantes por prevaricación, o sea, hacerlo mal de consuno y con plena consciencia y conciencia del sujeto activo, como digo, por poner un ejemplo muy clarividente y para que lo entienda hasta el más lerdo o ayuno de conocimientos elementales, podemos poner la Sentencia, pendiente de recurso ante el Tribunal Supremo, de la Audiencia de Navarra, corroborando la pena a nueve años de prisión para los ya célebres, en sentido despectivo, cinco miembros de la “manada de Pamplona”, al calificar los hechos acaecidos en una infausta noche sanferminera de 2.016 sobre una muchacha, indefensa y posiblemente narcotizada, como “simplemente” (que ya es fuerte este calificativo) de abuso sexual y no de agresión sexual, hasta el punto de haber contado con un voto particular en primera instancia, solicitando la absolución de los condenados, con la agravante de que los cinco energúmenos se pasean libremente por las calles del suelo patrio, hasta que el Supremo decida, que pudiera ser para “ad calendas graecas”, si adopta el camino que el Tribunal Constitucional ha tomado respecto a la resolución del Recurso planteado ante el mismo por cincuenta y tantos diputados del Partido Popular (que ahora dicho partido no quiere saber nada sobre el tema) contra la Ley de Aborto de Bibiana Aído, la nefasta Ministra de Igualdad bajo el mandato del también nefasto e infausto, José-Luis Rodríguez Zapatero, el Sr. Rodríguez, que va ya para nueve años, pareciendo respecto de este asunto, dormir el sueño de los justos o esperar a que el fin del mundo les releve de meterle el diente a la cuestión, en modo alguno baladí y que debiera mover sus conciencias, para bien o para mal, ya que ante su parsimonia e indolencia, cien mil almas al año no pueden disfrutar de ver la luz del día y ver respetado su derecho a la vida, como todo ser viviente, sin que empezca al respecto que “ el hijo del mito” (por referirse a Adolfo Surez, padre), que ocupa el número dos de la lista por Madrid al Congreso de los Diputados, solamente detrás del número uno, Pablo Casado, Adolfo Suárez Illana, considere o no que los neandertales abortaran a sus neófitos una vez nacidos cortándoles la cabeza. Pues bien, la citada sentencia de la Audiencia de Navarra, no ha hecho sino servir de espoleo a que, desde su dictado, hayan aparecido numerosos casos de violaciones en “manada” en nuestro país, las últimas en las fiestas de La Magdalena en la ciudad de Castellón, habiendo supuesto aquella sentencia, un efecto llamada, incardinando en estos hechos delictivos a menores, que acabarán, simplemente, siendo reprimidos con una admonición o algún ingreso en un centro de menores, y sin que las víctimas puedan llegar a alcanzar la reparación en mínimo grado, pues los hechos ya no pueden enmendarse, pero sí la satisfacción de una condena ejemplar que sirva de desincentivación para otros posibles sujetos que osen cometer estos deplorables hechos delictivos. Más bien parece que estas resoluciones judiciales animen a los depravados y sinvergüenzas a cometer estos infernales, diabólicos e inadmisibles hechos, y llevan a la ciudadanía a pensar si esos jueces que tienen la osadía de dictar tales sentencias no desearían haber sido miembros de las manadas referidas, bien directamente, bien indirectamente, al adoptar las mismas, en las que parecen dar la razón a los delincuentes y considerar tales a las víctimas.

Y esto no es un invento imaginario, pues, como ha puesto de manifiesto Ángeles Escrivá, en el suplemento CRÓNICA del Diario El Mundo del pasado Domingo, desde la sórdida y vomitiva violación grupal en los Sanfermines de 2.016 hasta hoy, se han contabilizado, al menos, 101 manadas, teniendo en cuenta a mayor inri que muchos de estos lamentables actos no llegan a denunciarse nunca; y solo desde que empezó este año 2.019, 18 mujeres han denunciado una agresión sexual infligida por hombres en grupo. Esto es lo que pasa cuando las instituciones del Estado se relajan, si es que no se pervierten a su vez, y se muestran comprensivas con los actos de los violadores a los que solo cabe que les den una medalla y una pensión vitalicia por sus hazañas.

Y que quede claro para Pablo Casado y para Albert Rivera que el problema de la despoblación territorial en España, no se soluciona subiéndose a un tractor con la finalidad de difundir una fotografía, pues más que ayudar a resolver el problema, parecen emular a la canción del tractor amarillo.

MIGUEL ÁNGEL VICENTE MARTÍNEZ

3 de Abril de 2.019

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