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La degradación humana (I)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 05 de junio de 2019, 06:53h

Está claro, que siendo el hombre (ser humano, para incluir a hombres y mujeres, no sea que seamos, valga la redundancia, pasto de lo que voy en este propio artículo a relatar y de la inclusión en lo llamado políticamente incorrecto) el ser dotado de inteligencia y voluntad y colocado por el Dios Creador del mundo en el centro de la Creación, para gozar y disfrutar de todo lo creado por el mismo y para ejercer el poder y la autoridad sobre el resto de seres, sean animales o vegetales, no deja de ser chocante que bien pareciera que, en no pocas ocasiones, quizás más de las deseadas y esperadas, esa inteligencia, que se supone dada u otorgada para distinguir claramente el bien del mal, lo esencial de lo banal, lo importante de lo accesorio, etc., acaba desbarrando más de lo normal y acabe ese desbarramiento el constituir el habitual proceder y comportamiento del, en estos casos, mal llamado “homo sapiens”, poniéndose en ocasiones en ridículo espantoso, con un comportamiento que no se le ocurriría ni al que asó la manteca.

Pruebas de ello las hay en abundancia, en el día a día de ese llamado ser humano que más que tal pareciera, en innumerables ocasiones, constituir un arquetipo contrario a todo aquello que debiera predicársele, por su propia naturaleza, esencia y destino.

Y por poner, pondremos como un primer ejemplo, de cómo ese ser humano, el rey de la Creación, entra en barrena, desdice de su propia naturaleza y pareciere ser adelantado, por su derecha e izquierda (ahora tan de moda, de nuevo, dentro de ese galimatías o corral de comedias en que se ha convertido la política española, un circo más bien que una cosa seria y formal, que es lo que debiera desprenderse del actual conglomerado que se pasea, con total impunidad y desvergüenza, por el patio político), por arriba y por abajo, o sea, por los cuatro puntos cardinales y lo que es peor sin darse por aludidos en ningún momento, y que contribuyen a que seamos superados por cualquier bicho viviente, distinto del ser humano, que progresa adecuadamente, con arreglo a su verdadera naturaleza y en cuyos sesos no caben, ni por asomo, las naderías e insustancias que corroen como el salfumán, el caletre del presunto cívico ciudadano de a pie y de a caballo, pues nadie está exento de inmiscuirse en el atolondramiento general que, hoy por hoy, invade la mente del ser humano típico, ratificando la proclama que ya pusiera de manifiesto nuestro inmortal poeta Antonio Machado, según la cual “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea”.

Y así nos encontramos con ese ejercicio de nuevo turismo en que se ha convertido el ascenso al pico más alto del mundo (8.848 metros, o sea, más de ocho kilómetros y medio) y sin ascensor. Se trata de ese “bobo moderno” a que se refiere Juan Manuel de Prada, dando lugar a esa imagen de turistas “en reata”, integrada por “todos esos majaderos que jamás han subido al teso desde el que se otea su pueblo”, según implementa el citado columnista. Quizás movidos por esa fiebre que invade al nihilista, al sinsentido de turno, que, lamentablemente, se multiplica como las setas tras la lluvia otoñal, que se extiende como una mancha de aceite sobre una camisa, y al que se le ha quedado pequeña la pista a la que acude a esquiar porque es la moda y cómo yo, fulano de tal, voy a ser menos que mi vecino del quinto, o que mi compañero de oficina, y a la que acude un domingo cualquiera a lucirse equipado con el último grito en esquí, quizás, el más caro y el más grotesco, sin saber esquiar y sin averiguar la razón que le impele verdaderamente a lanzarse a tal aventura, acabando, como poco, con la pata quebrada o las costillas rotas, y por lo que se ve respecto de la cima del Himalaya, cavando su propia fosa camino de la cima del Everest, convertido por mor de esta inepta y absurda implosión en el cementerio más alto del mundo. Y es que, de descabellados, insensatos y de tontos del culo (ya sabemos ese dicho o refrán, que expresa que en este país, o mundo, no cabe ya un tonto más, y, además, generalmente, con título) están los pueblos llenos, asiendo con desparpajo e irresponsabilidad el síndrome del “y yo también”. Siendo ridículas esas interminables colas camino de la cima, en actitud hormigueril, hacia la cumbre del citado pico, más largas que las que se forman a la puerta del establecimiento de lotería de Doña Manolita, en Madrid, en pos de un décimo portador del Gordo de Navidad. Indiscutiblemente, en el pecado llevan la penitencia, pues en el pasado mes de mayo se han dejado la vida una docena de neófitos alpinistas, si es que a toda esa caterva más bien cuaternaria, se le puede catalogar dentro del tradicional alpinismo, constituyendo, en realidad, un castigo divino, pues ya sabemos que Dios castiga la soberbia y la osadía, tal como ya hiciera con la Torre de Babel, confundiendo con mil lenguas a los ingenuos botarates que pretendían llegar al Cielo a través de la citada Torre. Pero a ver quién es el guapo que se abstrae a esa tentación de probar lo arriesgado, dejándose explotar por el economicismo de unas agencias, que, como tales, van a lo suyo y jugando con el nihilismo y el relativismo, o sea, más bien abusando de la idiocia de una buena parte del género humano, hacen su Agosto sobre la nieve de la mítica montaña (varias compañías ofrecen “paquetes” de ascenso al Everest que oscilan entre los 25.000 y los 100.000 dólares), que, en realidad, cuando es hollada por inexpertos, en masa y de cualquier manera, queda destrozada para los restos, como lo corroboran las once toneladas de residuos que se han recogido tras la última limpieza, convirtiéndose el ser humano en el mayor depredador y destructor del planeta, sin sentido y sin necesidad, y seguramente, la mayoría de esos mentecatos que ascienden a la cumbre como sacos de patatas, se abanderen como los más ecologistas y defensores del medio ambiente, actitud innata a todo este estereotipo de mendaces y falsos deportistas, que tienen, encima, el morro y la insensatez, de autonominarse “alpinistas”. Y es que, como ya propuso, en su día, el Presidente de la Republique de France, Monsieur Emmanuel Macron, y también el Presidente de Vox (ese vituperado partido político, por decir verdades como puños, que ya sabemos que soliviantan a tirios y troyanos y que el ser humano prefiere vivir engañado, subiendo, por ejemplo, a la cima del Everest en la forma borreguil antedicha), Santiago Abascal, sería necesario recuperar la obligación del “servicio militar o social”, a fin de que la chusma, los integrantes de esa masa de carne con ojos, y, a veces, incluso, sin ojos, pudieran saber lo que vale un peine, lo que es la disciplina, y en definitiva, servir a tu país, como un verdadero patriota y salir más tieso que un ajo, que es lo que necesitan los que ni estudian ni trabajan, o sí que trabajan, pero en estudiar la forma en que pueden joder al vecino o al ciudadano en general.

MIGUEL-ÁNGEL VICENTE MARTÍNEZ

5 de Junio de 2.019

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