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Refritos del verano (III)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 21 de agosto de 2019, 02:19h

Ahora, le ha tocado el turno a Plácido Domingo, el tenor o barítono, o ambas cosas a la vez, quizás, según cuentan las crónicas, con más empaque, tablas y virtuosismo del mundo de la ópera. Le ha tocado el turno, o sea, le ha tocado la china, en este envolvente mundo que, de un tiempo a esta parte, ha marcado y marca, el movimiento “Metoo”, que bien pudiera definirse como la corriente dirigida a levantar el polvo del fondo de los armarios y arcones, con el fin de poner los puntos sobre las íes de la laxitud con que, en tiempos pretéritos, en algunos casos, bastante pretéritos, se mantenían y constituían y permanecían las relaciones entre el jefe y el empleado, por así decirlo, o entre el genio o figura que ya ha llegado a tocar techo y quienes desde el suelo, puro y duro, pelean por buscarse un sitio desde donde despuntar, en aras de poder llegar también, en el futuro, a tocar ese techo tan ansiado y deseado por los artistas, entendiendo por artista, en el sentido bueno de la palabra, tal como lo define Maria Moliner, en su Diccionario de Uso del Español, como la “persona que cultiva alguna de las bellas artes (escultor, pintor…). Y también los que actúan en espectáculos públicos se llaman generalmente artistas de teatro, de cine, de circo, etc.” Y todo ello con el aditamento de sus correspondientes sinónimos o significados: artífice, creador, autor, inventor, virtuoso, ejecutante, actor, comediante, protagonista y “estrella”, y subrayo éste último epíteto, porque en él se resumen o reúnen las características de quienes se dedican a tales menesteres, que buscan y desean alcanzar la gloria, convirtiéndose en una verdadera “estrella” del espectáculo que sea, según las habilidades y virtudes de cada cual, tratando cada uno en su especialidad de salir, usando el parangón taurino, por la puerta grande, tras una faena de encaje y bolillos, tras cortar las dos orejas y el rabo del morlaco. Mas, todos sabemos que para alcanzar este estrato primigenio de llegar a ser figura, estrella, en el respectivo trabajo o profesión, se requieren unas serias y buenas dotes personales, innatas, en muchos casos, o yo diría que siempre innatas, las cuales cada cual ha de desarrollar y perfeccionar durante toda su vida, con trabajo, esfuerzo, sacrificio y denuedo, a fin de ahormar y dirigir esas virtudes personales hacia los límites de lo glorioso, de lo insigne, de lo memorable, en realidad, que sean capaces de emocionar, de impresionar, deslumbrar, asombrar y sorprender al público en general, haciéndoles pasar un rato imborrable e inolvidable, de henchir de felicidad al auditorio más exigente, y de crear en el mismo una necesidad de volver a repetir a ver el espectáculo. Pero, claro, las personas que alcanzan ese sublime, excelso, grandioso, insuperable y excepcional, estadio, se cuentan con los dedos de las manos y aún así, a veces, sobran dedos. Bien puede decirse, como dice el Evangelio respecto de los seguidores de Cristo, que muchos son los llamados y pocos los escogidos. De tal manera que, los aspirantes a escalar por esa escalera de peldaños, a veces, no muy firmes, corren el riesgo de no alcanzar jamás la cima del estrellato, para cuya finalidad no dudarían en poner en almoneda alguna de sus virtudes personales como contraprestación a una ayuda o empujón que les impulse hasta, por lo menos, poder coronar la cima del Everest, lo que, tal como hace poco se ponía de manifiesto, está al alcance de bastantes mediocres, que arriesgan su vida, por lo que no es de extrañar que aquéllos o aquéllas, puedan sacar a subasta el don más preciado de su virginidad o de la sexualidad de su cuerpo, en definitiva, su dignidad personal.

Decíamos que, ahora, le ha tocado al maestro Plácido Domingo, enfrentarse al duro toro del acoso sexual, al haberse publicado por la Agencia “Associated Press”, en un reportaje, la acusación de tal comportamiento por parte de nueve mujeres vinculadas, de una u otra manera al maestro en relación con la ópera, aunque de ellas, solamente una, la mezzosoprano Patricia Wulf, se ha identificado, permaneciendo las otras ocho en el anonimato, y aunque la que ha salido a la palestra reconoce que “nunca le tocó”, manifiesta que “aquello que hacía conmigo era acoso, preguntarme tantas veces si me iba a casa…”, añadiendo que “llegué al extremo de salir a hurtadillas del escenario y esconderme tras una columna para que no me viera, pero aun así me encontraba”. La citada Agencia declara haber entrevistado a una treintena de “cantantes, bailarines, músicos de orquesta, miembros del personal detrás del escenario, profesores de voz y un administrador” y que todos ellos sostienen haber sido testigos de un “comportamiento sexual inapropiado” y de cómo Domingo “perseguía a las mujeres más jóvenes con impunidad”. En cualquier caso, esas denuncias se retrotraen treinta años atrás, lo cual pone un poco en jaque la oportunidad de destapar algo así ahora y si no es simplemente con la finalidad de perjudicar la imagen personal y artística del llamado Maestro por excelencia, ya que estos presuntos hechos delictivos debieron haber sido denunciados en su momento, si es que los mismos no fueron la contraprestación para lograr una posición preeminente en la parrilla de salida para alcanzar la meta pretendida, lo que, aún así, no justificaría, bajo ningún concepto ni punto de vista, un comportamiento tan ruin, indigno, inmoral, abyecto, despreciable y mezquino.

Desde luego, sin entrar en mayores consideraciones, la reacción del tenor o barítono, o ambas cosas a la vez, no ha ayudado a espantar los demonios y clarificar los hechos denunciados, antes, más bien, al contrario, han llegado a impulsar la veracidad de los mismos, ya que Don Plácido, emitió un comunicado con el siguiente contenido literal: “Las acusaciones de estas personas no identificadas, que se remontan hasta treinta años, son profundamente preocupantes e inexactas tal como se describen. Aun así, es doloroso saber que puedo haber molestado a alguien o haberles hecho sentir incómodas, sin importar cuánto tiempo haya pasado y pese a mis mejores intenciones. Yo creía que todas mis interacciones y relaciones fueron siempre bienvenidas y consensuadas. La gente que conoce o ha trabajado conmigo sabe que no soy alguien que dañe, ofenda o avergüence a nadie a propósito. Sin embargo, reconozco que las normas y estándares por los que se nos mide hoy son muy diferentes de lo que eran en el pasado. He tenido la bendición y el privilegio de haber tenido una carrera con más de 50 años en la ópera y me atendré a los estándares más altos”.

En fin, se trata de una cuestión, que de seguir adelante, corresponderá dilucidar a los Tribunales de Justicia, sopesando las pruebas que puedan presentarse por las partes implicadas y las que, en su caso, pueda recabar por sí el propio Tribunal, aunque, en todo caso, parece que los hechos, de haberse llegado a cometer, estarían, a ojos de la ley humana, prescritos, no así en el ámbito de la ley divina y de la ética y la moralidad, exigibles a un ser humano, y más, siendo un personaje público que debiera ser y dar ejemplo de un comportamiento adecuado, correcto y digno.

No obstante, la bomba ha levantado a innumerables amigos, compañeros y admiradores del Maestro que, en un todos a una, como en Fuenteovejuna, o recordando el Catenaccio (aquella defensa que los equipos de fútbol italianos aplicaban en los partidos y que constituía una muralla ante su portería, prácticamente infranqueable para el equipo contrario, renunciando al ataque, por lo que no era infrecuente que los partidos acabaran siempre empate, como mucho a uno), han dado suelta a la pléyade de virtudes que adornan al Maestro: “!Es un artista fenomenal, la persona más amable y correcta!” (Violeta Urmana), “Siempre ha sido no sólo el más amable y consumado colega, también siempre el más elegante e impecablemente respetuoso de los caballeros” (Ermonela Jaho), “!No pasarán! ¡Plácido Domingo es el colega más amable y humano!” (María Guleghina), “Siempre ha sido un caballero y me ha tratado con respeto y dignidad” (Ana María Martínez), y así, un sinfín de manifestaciones de apoyo al Maestro, definiéndole “como siempre respetuoso y educado”, destacando la categoría artística (que no está en entredicho), así como su educación, sus modos respetuosos y su permanente apoyo a los jóvenes cantantes, o sea, lo que se dice “todo un caballero”. Y como siempre que se toca la fibra nacional (Plácido es considerado como un trozo de territorio español, por algunos), el impetuoso Alfonso Ussía, parece lanzarse por el tobogán de Estepona, quedando con el culo quemado, escocido y lleno de moratones, al hacer hincapié en que “lo que sucedió hace cuarenta años entre un hombre y una mujer –siempre que fuera verosímil o simplemente cierto-, pertenece a una época donde las costumbres distaban mucho de las que imperan en la actualidad. Plácido Domingo, además de un genio y una gloria cultural y artística de España, universalmente reconocido y admirado, es un señor educado, amable y generoso, y así lo han definido los que han tenido el honor de actuar junto a él”. Y ya, saliéndose de madre y sin venir a cuento, perora, queriendo buscar símiles, con que Picasso se acostaba con sus modelos y con que Herbert Von Karajan fue un depredador sexual y que pese a ello, “no existe museo o galería en el mundo que retire una exposición del genial malagueño por acostarse con sus modelos. Como no hay empresa discográfica que retire las grabaciones de los conciertos de Herbert Von Karajan, el fabuloso director que jamás dejó de usar la batuta”, y yo, añadiría y “su pene”, en concomitancia con la declaración respecto del Sr. Ussía. En fin, se trata de confundir la velocidad con el tocino, porque, de ser ciertas las denuncias realizadas, no es excusa absolutoria, ni eximente ni atenuante, que el Sr. Plácido sea educado, respetuoso, atento, simpático y un largo etcétera de bondades y virtudes, incluido su genio artístico, ni mucho menos que las costumbres, normas y estándares de antaño constituyan una de esas excusas para considerar ético y legal el acoso sexual de ninguna mujer, totalmente repudiable antes, ahora y después.

MIGUEL-ÁNGEL VICENTE MARTÍNEZ

21 de Agosto de 2.019

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