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El discurso del Rey

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 30 de diciembre de 2020, 08:00h

Una vez más, como es costumbre en estas fechas navideñas, nuestro actual Monarca, Don Felipe VI, no ha tenido más remedio que echarse a la espalda el tradicional Discurso de Nochebuena, teóricamente para felicitar a todos los españoles las Pascuas. Y, como no podía ser de otra manera, dada su ascendencia celestial, según precisó Salvador Sostres, en un artículo de opinión, en el Diario Monárquico, “ABC”, parece seguir la estela divina de “escribir con renglones torcidos”, pues, a fuer de ser sinceros, a mi juicio, en esta nueva entrega del año 2.020, no ha hecho otra cosa, que hacer una faena de aliño, para salir del paso, y quitarse el mochuelo de encima de la manera más aseada posible, antes de que le devolvieran el morlaco a los corrales.

Y es, que, en realidad, el contenido del discurso fue bastante generalista, hablando del bien y del mal, poco menos que lo que se suele decir en las homilías o sermones eclesiásticos, en las Misas Dominicales, tras leer el párroco la Santa Palabra del Evangelio tratando de llegar al fondo del corazón de los fieles y mover su fibra sensible. O sea, que seamos buenos, perdonemos a nuestros enemigos y tratemos de hacer el bien y evitar el mal, solidarizándonos con los más desprotegidos o, como es habitual y se ha hecho viral ya en la actualidad, con los más vulnerables. Mas, a la postre, todo este rosario de buenas palabras e intenciones, de extraordinarios consejos e inmaculadas admoniciones, suelen acabar como agua de borrajas, cuando los feligreses salen a la calle después del oficio divino.

Y, en esta tesitura, su Majestad el Rey se dedicó a transitar por los lugares comunes de costumbre, aludiendo a los problemas que nos aquejan y que, por otra parte, ya sabemos cuáles son, y lo necesario, para salir del impass en que nos ha sumido la pandemia, no es que nos recuerden, una vez más, sus efectos dramáticos y los estragos que ha producido, está produciendo y producirá en el futuro, y los estragos en que se traduce su persistencia en la esfera sanitaria, económica y social, sino que nos alumbren luces que sean capaces de ayudarnos a salir del túnel, de la manera menos perjudicial, menos dramática y menos trágica, porque los efectos que se derivan de la misma ya los estamos padeciendo y los conocemos de sobra, por lo que, repito, la necesidad que estamos exigiendo, es el alumbramiento de soluciones firmes, eficaces, vigorosas y perdurables, para lo que sería necesario un examen ponderado de la gestión que sobre la pandemia ha realizado y sigue realizando este mal llamado y malhadado Gobierno Progresista de España, que desde su conformación no ha tomado otro derrotero y camino que el de destruir el orden constitucional por el que nos venimos rigiendo desde 1.978, llamándose andana respecto de todos los avisos que le ponían en guardia ante la gravedad que se avecinaba con el desmadre del Virus Covid-19, pasando olímpicamente de tales advertencias, en pos de seguir subvirtiendo el orden constitucional, con medidas, leyes y disposiciones, clara y taxativamente contrarias al Ordenamiento Jurídico y, por ende, a la propia Constitución, y sin que sirva de fundamento alegar que este Gobierno ha salido de las urnas democráticamente respetadas, porque, por esas urnas democráticamente respectadas, llegó al poder Adolf Hitler, y una vez ocupada la poltrona de la Cancillería Alemana, instauró un régimen tiránico, despótico, arbitrario, totalitario, dictatorial y extremadamente cruel, porque cierto es que las urnas no legitiman a nadie para, una vez obtenido el Poder, convertirse en un sátrapa o tirano, haciendo de su capa un sayo, ciscándose en la propia norma, la Constitución, en la que se basó, el ascenso al poder, dictando leyes contrarias a la misma y al Ordenamiento Jurídico en general, eliminando todo tipo de principios éticos y morales que deben regir la mano del gobernante, despreciando a la oposición y a todo aquél que discrepe de su ideario, gobernando en contra de quienes no acaten la voluntad suprema del Gobierno, sumiendo al pueblo llano en la pobreza, la ruina y la miseria.

Y, volviendo al Discurso del Rey, se ha echado en falta valor y coraje, exigibles a quien ostenta la Jefatura del Estado y es el Jefe Supremo de los tres ejércitos, Tierra, Mar y Aire, porque al pueblo al que debe servir aquél y que es su razón de ser y de existir, no le bastan buenas y bonitas palabras, porque de éstas no vive el hombre, sino de hechos y realidades, en las que se materialicen aquéllas, y no basta con enunciarlas y cargarle el muerto a otros. Y es que el ejercicio de la Monarquía y su justificación (dejemos de lado su deriva divina, tal como dije antes), exige un compromiso ineludible en quien ostenta el cargo de Rey o Monarca, sobremanera cuando se está viendo al pueblo a quien debe servir, postrado, desasistido, abandonado y maltratado por un Gobierno que se autotitula “Progresista” y que ha resultado más retrógrado y retrocesivo que un cangrejo, y, si me apuran, criminal y genocida. Y es, en estos momentos y circunstancias extremas, cuando el pueblo exige a su Monarca acción, movimiento y decisión para acabar con lo que se está convirtiendo en una pesadilla de la que difícilmente despertaremos si seguimos por los derroteros actuales, de sumisión lacayuna, en definitiva, se exige un “facere” y un abandono del “laisser faire, laisser passer”, que tantas desgracias ha incardinado en la humanidad.

Y, a cuento de todo esto, sobran los lameculos, los sumisos, los aduladores, los rastreros, los serviles, los zalameros, los pelotas, dispuestos a vender su alma al diablo, incluso, si necesario fuere, de vender a su propio padre, con tal de seguir en el machito, aunque sea a base de rosegar del suelo las migajas que caen de la mesa del banquete del Rico Epulón, o conformarse con un plato de lentejas. Y la prueba de ello, son los comentarios absurdos, las interpretaciones arbitrarias e inventadas, inducidas de ese sometimiento a la persona de su Majestad, esa cautividad y esclavitud de quienes, debiendo servir a la verdad y a la ley, tratan de interpretar las palabras del Discurso, induciendo de las mismas, mediante una tramoya vulnerable e inadmisible, unos mensajes y unos contenidos existentes solo en la mente de sus autores, en busca de congraciarse con su persona y tratar de salvarle el culo, pero son tan exagerados, tan estrambóticos en sus apreciaciones e invenciones, que no acaban sino sirviendo de mofa y risa al patio de butacas y al anfiteatro, es decir, al pueblo pleno en general. Surge así toda una pléyade de arúspices, de intérpretes de las sagradas escrituras, intentando convencernos de lo que se dijo, sin decirlo, de los mensajes cifrados incapaces de descifrar, de añadir lo que conviene, donde sólo hubo silencio o abandono. Y así, hay quien entresaca haciendo un esfuerzo semejante al de una parturienta, en el momento de expeler al fruto de su vientre, la referencia a “las sillas vacías para siempre en setenta mil mesas, de los ancianos muertos en la hecatombe” (Ignacio Camacho, sábado 26, ABC), o “el esperado y necesario guiño crítico a las andanzas de su padre, al recordar los “principios morales y éticos que nos obligan a todos, sin excepciones personales y familiares” (Luis Ventoso, sábado 26, ABC), considerando algunos (Editorial de “Expansión”, sábado 26) “una referencia clara y contundente a la situación de su padre, Don Juan Carlos, subrayando que los principios morales y éticos “obligan a todos sin excepción”, resaltando la mención al paro asfixiante que sufren las generaciones más jóvenes, llamando a que la generación actual “no sea una generación perdida”, “el Rey dice basta a Sánchez” (Eduardo Inda, sábado 26, en La Razón) o “incluso fue muy claro y contundente en lo que afecta a Don Juan Carlos” (Francisco Marhuenda, sábado 26, en La Razón) etc, etc, etc.

Mas, si su Majestad cree que con este Gobierno Progresista de España (que como muestra de su prepotencia, su iniquidad y su maldad se ha apoderado de la vacuna pegando el logotipo del Gobierno sobre las cajas contenedoras de la misma, lo que pone de relieve su baja estofa y su insidiosa ralea), que le vitupera, le ningunea, le maneja como un títere o marioneta, y no hay más que fijarse en que le esconden o le prohíben viajar a Cataluña, y que su Discurso ha de obtener previamente el “refrendo de La Moncloa”, la consecuencia es que estamos listos y todo seguirá igual hasta que las ranas críen pelo. Y volviendo al símil divino, recordarle que Jesús, Jesucristo, Hijo de Dios, no solo se limitó a divulgar la palabra de Dios, su Padre, sino que también pasó a la acción (sanando a un poseído, a leprosos, resucitando a un muerto, etc.), y tal como, sirva de ejemplo, expulsando a latigazos a los fariseos y mercaderes del Templo de Dios. Y que los arúspices, tantos como haylos, interpreten qué quiero decir con estas palabras.

En definitiva, Majestad, si persiste en su actitud pasota, de marioneta, de Don Tancredo, asumiendo los insultos, las indignas proclamas contra su persona y contra su naturaleza, la ruina y la pobreza de su pueblo, sin mover un solo pelo de sus pestañas, me parece que, muy a pesar nuestro, a toda esta tropa de independentistas y de perroflautas, habrá que convenir darles la razón y que, en realidad, sí que su Alteza sobra.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

30 de Diciembre de 2.020

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