www.albaceteabierto.es

De corona a corona

Por Miguel López Valles
lunes 21 de julio de 2014, 08:38h
Miguel López Valles
Miguel López Valles

El modelo de estado se ha convertido en uno de los temas de conversación a raíz de la abdicación de Juan Carlos en su hijo Felipe.

La gente de mi generación aprendimos el significado de la palabra “rey” (además de jugando a la brisca y al tute de jóvenes y al mus o al truque poco después), en nuestras primeras clases de historia.

Como mi familia pertenecía a la clase obrera que se estaba transformando entonces en clase media, yo al ubicarme en la historia pasada siempre pensé que habría vivido en la parte de fuera de la muralla. Allí donde el barro atascaba las ruedas de los carros y donde los críos jugaban a buscar el chusco diario más por el engaño y la picaresca que por el trabajo.

Dentro de la muralla vivían los ricos, los guerreros y dentro del castillo los nobles y el Rey. Desde esa perspectiva si alguien me hubiera preguntado por el modelo de estado (la monarquía) habría dicho que era una porquería.

Cinco o seis siglos después, la cosa sigue estratificada de forma parecida. Hay quienes no pueden hacer otra cosa que trabajar para sobrevivir; otros han de recurrir al engaño y la picaresca (ahora llamada economía sumergida) para hacerlo; los ricos han cambiado el interior de la muralla por un despacho en el piso cuarenta y siete de cualquier rascacielos en una urbe gigante, o por un ordenador en su barco de 20 metros de eslora o la playa de una isla privada, y los que parece que mandan, los políticos, siguen estando dentro de la muralla de la corte donde compiten por el supuesto poder que da la capacidad de emitir leyes.

Una cosa importante ha cambiado, y es que ahora el poder no se lo ganan haciendo la pelota al rey sino a la plebe (hemos inventado la democracia).

El Cambio es muy relevante y sin embargo nuestro sistema nos gusta tan poco como en la edad media a los desheredados. ¿Será que la condición humana es así de injusta organizándose?.

Otro día profundizaré sobre mi impresión de lo que nos espera en el mundo de la política. Hoy quiero hablar del modelo y el papel de un rey o de un presidente de la república en la sociedad que hemos montado.

La lógica hace que chirríe en exceso pensar que el poder se herede de padres a hijos, aunque acabamos de decir que el rey ya no tiene poder.

Parecería más lógico pensar que quienes detentan el poder, “El Pueblo” debía ser el que eligiera al jefe del estado, pero tal y como estamos organizados, sepamos que ese jefe hoy por hoy saldrá del aparato o los aparatos gobernantes, lo cual sin duda le hará ser partidario y mermará su capacidad de ser moderador; una de las pocas tareas atribuidas al Jefe.

En el Rey o el Presidente de la República sobresalen dos funciones. La primera la de moderar las relaciones entre las distintas organizaciones que pugnan por administrarnos.

En este sentido, yo prefiero a una persona educada para desempeñar esta tarea y cuya educación haya sido de alguna forma tutelada por el sistema democrático, a que cada cuatro u ocho años sea un líder partidista quien asuma ese cometido.

La democracia además no me cabe duda de que tiene recursos para destronar a un posible rey parcial o malévolo con tanta rapidez como se ha dado el paso del cambio de monarca en España recientemente.

La segunda función, y no menos importante es la de mercader, o vendedor de la marca España.

Aquí tengo menos dudas. Si yo fuera empresario o trabajador de una empresa, que lo mismo da para el caso, preferiría que mi agente comercial, la persona que vende el producto que me da de comer,  fuera una persona conocida desde hace mucho tiempo en los círculos del auténtico poder, a que cada 4 años fuera una distinta y que cuando empieza a ser conocida e influyente la cambiemos.

Es una cuestión práctica más que teórica, y sé que lo resumido en este artículo da para muchas horas de debate. Diría que más que horas, días, meses, años,… toda una vida y seguiríamos discutiendo. Así somos los homos sapiens.

El éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo decía Churchill. No sé si viene a cuento pero me apetecía meter esta frase.

Para resumir diré que hoy por hoy, igual que me siento albaceteño, también me siento “felipeño”, con perdón por mis amigos tanto monárquicos como republicanos que de ambos bandos son muchos.

 

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios