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El perro paga el pato

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 15 de octubre de 2014, 01:51h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

Aunque parezca una “contradictio in términis”, esto es lo que ha ocurrido con el perro de Teresa y Javier, con el que se han ensañado las autoridades para intentar tapar la incompetencia y la desidia de quienes ejercen cargos públicos que deberían abandonar de inmediato, si es que conservaran un àpice o mínimo de vergüenza y dignidad, pero ya sabemos, por lo que está cayendo sobre la piel de toro, que, precisamente, la ausencia de esas virtudes son las que principalmente adornan el “currículum vitae” de tales personajes, más bien personajillos, que se aferran al poder y a la consiguiente poltrona, de la que no saldrían ni aún con agua hirviendo.

Me estoy refiriendo a la mascota de la auxiliar de clínica infectada del virus del ébola, por su profesionalidad y su servicio y sacrificio por los demás, exponiéndose a lo que, finalmente, le ha sucedido, contaminarse de la enfermedad a la que, con su colaboración, se trataba de erradicar de los cuerpos enfermos de los dos misioneros que, quizás, tan alegre, como negligentemente, han sido repatriados a nuestro país para ser atendidos de sus dolencias y, como digo, tratar de sanarles de las mismas. Este era un riesgo que, al parecer, nuestras autoridades políticas en general y político-sanitarias, no midieron ni sopesaron adecuadamente, dada la situación terminal en que parecían  encontrarse aquéllos, más teniendo en cuenta las carencias con que se afrontaba esta, digamos, experiencia: falta de un centro adecuado para su internamiento, aislamiento y tratamiento (la única zona del Hospital Carlos III que, en su día, estaba destinada al tratamiento e internamiento de personas afectadas de enfermedades altamente infecciosas, había sido desmantelada), del material apropiado para evitar incidencias y accidentes (equipos defectuosos o de mala calidad, entre otros) y falta de preparación del personal sanitario que debía afrontar la tarea de tratar a los afectados por tan peligrosa enfermedad. En definitiva, una decisión tomada a la ligera e insensatamente, que no se le hubiera ocurrido ni al que asó la manteca, aunque nuestros gerifaltes políticos sigan erre que erre, mirando para otro lado y silbando al viento, intentando justificar lo injustificable y sin que podamos dar por buenas las razones de los mismos, tal como en el Diario El País, de este pasado lunes, ha hecho constar nuestro Ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo: “hicimos lo correcto al repatriar a los religiosos”, “el gobierno hizo lo que tenía que hacer. El deber de un Estado es proteger a sus ciudadanos y más aún cuando están en circunstancias difíciles lejos de España”; todo lo cual parece, en principio, “dabuten”, pero, puestos a proteger a los ciudadanos, parece más sensato que la balanza se incline del lado de los cerca de 47 millones de ciudadanos que habitan en España, que del lado del plato de la misma en la que se sopesan a los dos religiosos repatriados, máxime teniendo en cuenta la gravedad de la enfermedad importada y el estado casi terminal de dichos religiosos, sin que se compadezca por parte del Gobierno su interés por luchar y atacar tan grave enfermedad, al haber reducido los fondos para cooperación en un 80%. Aquí, hay que reconocer que el Gobierno con su Presidente a la cabeza ha dado muestras del quijotismo español que, en cualquier caso, debería haber sido desechado por quienes tienen la responsabilidad de velar por la vida y la salud del conjunto de los ciudadanos españoles, y mirando por impedir la posibilidad de extensión de la enfermedad a otros países de Europa. Lo que, no es sino un gran fiasco de nuestro máximo mandatario, Don Mariano Rajoy Brey, que parece gobernar desde el engolamiento y la falta de sensatez y capacidad que  se presumen y le son requeridas a un Hombre de Estado.

A todo ello hay que añadir la torpeza y la improvisación con que se ha hecho frente al que se ha denominado primer contagio del ébola en Europa (o en el mundo), fuera de África, desde que, contagiada, Teresa, acudió a su centro hospitalario de Alcorcón, hasta que se dio la orden de su traslado e ingreso en el Hospital La Paz-Carlos III, en un ínterin temporal, que ha puesto en riesgo la salud de la población en general y de una posible y no descartable pandemia, por mucho que, a toro pasado, nuestras autoridades traten, por todos los medios habidos y por haber, quitarle hierro al asunto y minimizando los riesgos, hasta el punto de que, prácticamente, hay que llegar a la conclusión de que el ébola es bueno y de que se puede ir por la vida portándolo tan campante, como si nada. Y es que, la estulticia y la necedad de nuestros políticos y de las autoridades político-sanitarias es de tal naturaleza, que pretenden convencernos de que lo blanco es negro y viceversa, según la conveniencia de los intereses de los mismos, considerando al pueblo (populacho para ellos) como una masa de incapaces, aunque, cierto es, que aún existen quienes siguen comulgando con ruedas de molino, quienes siguen creyendo, a pies juntillas, que los burros vuelan y quienes piensan que los niños vienen de París y que los traen las cigüeñas, como si éstas no tuvieran otra cosa que hacer que dedicarse a alimentar la idiotez y la imbecilidad de algunos ciudadanos.

No hay que olvidar en todo este asunto la esperpéntica, grotesca y ridícula primera rueda de prensa (¿rueda de prensa llaman a eso?) de nuestra Ministra de Sanidad, Ana Mato, rodeada de tantos incapaces como incapacidad atesora la interfecta, la cual parece estar volada y no enterarse de nada de lo que ocurre a su alrededor, sin abrir la boca, pensando que en boca cerrada no entran moscas y para no cagarla aún más. Y todo ello rematado y adobado por el espantajo elevado a la enésima potencia que instrumentó el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, con apariciones improvisadas e irresponsables, derivando toda la responsabilidad sobre la auxiliar de clínica contagiada, llegando a acusarla de mentir y considerarla culpable de todo lo que le ha ocurrido y del peligro en que ha puesto a la población, con una ligereza e imprudencia temerarias, rayanas en la ignominia,  hasta el punto de que, hablando de perros, deberían haberle puesto un bozal para que no ladrara tanto disparate  y tanta estupidez. Con esos modales y esas formas de comportarse y de arremeter contra quien se está jugando la vida por intentar salvar la vida al prójimo, nos lleva a pensar en el trato que, otrora, fuera capaz de haber dispensado a sus pacientes.

Y tampoco podemos dejar de lado, algo que, al parecer, todo el mundo ha obviado, puesto que puestos, valga la redundancia, a buscar culpables de los sucesos acaecidos estos días y siguiendo el brocardo  latino de que “la causa de la causa es causa del mal causado (causa causae est causa causati)”, es evidente que hay uno, colegiado, el Gobierno de España, y, a su cabeza, nuestro evanescente Presidente, Don Mariano Rajoy Brey, al haber adoptado una decisión precipitada e improvisada, al dar luz verde a la repatriación de los dos misioneros contagiados en África, al no contar con los medios materiales y personales adecuados para hacer frente a esta temible enfermedad y, sobre todo, poner en riesgo la salud de toda la población española, mas ya sabemos que este hombre, lejos de dar la cara, se esconde siempre detrás de unas faldas, sean las de la Ministra de Sanidad, Ana Mato, las de la Vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santa María, o las de la Secretaria General del PP, María-Dolores de Cospedal, aunque ésta parece que en este caso ha hecho mutis por el foro, mientras su televisión silenciaba el caso en sus albores como en los mejores tiempos de la dictadura.

Y a lo que íbamos, para tapar la incapacidad, la ineptitud, la incompetencia y la torpeza, de todo el elenco y estamento de autoridades públicas, políticas y político-sanitarias, es por lo que se decidió, dar muerte al, quizás, único inocente de esta tragedia, el perro de Teresa y Javier, el cual fue dejado en el hogar familiar, con quince kilos de comida y agua por doquier, con ventanas y balcón abiertos, por el esposo, en la creencia de que su vuelta a casa sería más bien temprana que tarde, y aunque la voluntad de éste fuere contraria a la ejecución del perro, negándose a conceder la autorización para pasar al domicilio y firmar la sentencia de muerte del mismo, y pese a la movilización que él mismo inició, a través de Internet, se cumplió la desgraciada suerte del can, el cual fue adormecido con dardos anestésicos, para después inocularle la dosis letal. ¡Qué gran diferencia con el perro de la enfermera contagiada en EE.UU., que ha sido igualmente aislado para su control!. Para la posteridad queda la imagen de Excálibur asomado al balcón de su casa y mirando al cielo como preguntándose ¿qué nos está pasando? ¿cuándo volverán mis amos a casa y podremos seguir la vida como siempre?. Pues ya no volverá a ser, ya no podrá volver a ser, pero tu alma vuela hacia el cielo canino infinito desde donde, espero, puedas ver la recuperación de tu dueña y la vuelta a casa junto con tu amo, aunque, desde luego, la vida no volverá a ser igual, principalmente, porque tu humanidad perruna faltará en ese hogar y tus dueños te llorarán, sin consuelo, mientras vivan.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

 15 de octubre de 2014

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