Como hemos ido viendo no hay día que amanezca en que no nos encontremos con un hecho atroz, que aunque parezca mentira, nos vuelve a poner la piel de gallina o los pelos como escarpias, teniendo en cuenta que a la maldad y a la barbarie la naturaleza humana no se adapta ni se aviene a una costumbre que deja en el camino una siembra del mal y su deriva hacia la zozobra, el malestar, el dolor y la rabia, no sólo en los más cercanos a hechos tan deplorables como los que se producen, sino a toda la sociedad que contempla extasiada, atónita, con incredulidad y en estado de shock, cómo es posible que el mal acabe triunfando sobre el bien.
Siendo, como es, prácticamente, ininteligible e inexplicable, amén de injustificable, esta ola que amenaza, a la manera de un tsunami, acabar con la civilización, hay quien se afana en explicar lo inexplicable, en justificar lo injustificable, mediante estudios, tales como el llevado a cabo en Estados Unidos, con 40 asesinos o violadores, según el cual, éstos, muestran daños en la red neuronal de sus decisiones morales. Así, un grupo de investigadores de EEUU, ha trabajado sobre varias decenas de casos en los que personas que eran o llevaban una vida normal, empezaron a cometer crímenes tras una lesión cerebral, y aunque hay muchos estudios que relacionan conducta criminal con problemas mentales, pocas veces como en esta se ha llegado a establecer una conexión temporal entre daño en el cerebro (primero) y crímenes (después). Conclusiones que no parecen tener mucho fundamento, tal como las ha puesto en almoneda Mario Méndez, director de neurología de la conducta del departamento para veteranos de guerra del área metropolitana de Los Angeles, según el cual, el problema de estos estudios es que no indican “cómo la red de lesiones anormales realmente afecta a la moralidad” y cómo esa moralidad está conectada con la conducta criminal; “siempre y cuando los individuos entiendan que tienen opciones en su comportamiento (como reconocer que algo esta bien o mal, temer la implicación del castigo, recordar las reglas sociales del comportamiento, reconocer que otras personas tienen pensamientos y sentimientos, control emocional entre otros), y si retienen el control sobre sus respuestas, el tener una lesión cerebral no excusa la criminalidad”. Ese referido estudio parte de la historia de Charles J. Whitman, ex marine de EEUU, que el 1 de Agosto de 1.966, tras matar a su madre y a su mujer, se subió a la torre del reloj de la Universidad de Texas en Austin para disparar a todo lo que se movía, asesinando a otras 13 personas e hiriendo a una treintena antes de ser abatido. Un mes después, la autopsia que se le practicó desveló que tenía un tumor cerebral. Bien pudiera ser que el conocimiento de una patología de tal calibre produzca un estado de desesperación y agitación en el enfermo, pero, en modo alguno, cabe justificar una conducta criminal como la descrita, ni aunque fuera una sola víctima, pues no todo el mundo que padece una enfermedad de tal calibre, adopta una conducta criminal, como la que se trata de justificar. Se trata de la elección entre el bien y el mal, pues no tengo noticias de persona alguna que con tales patologías mentales le dé por repartir billetes de 500 euros entre sus conciudadanos, ni que, antes de matarse o ser abatido, se lleve por delante un buen número de seres inocentes que nada o poco tienen que ver con el concernido, ni siquiera aunque tengan que ver con el mismo. Bien pudiera entenderse, y quien no lo entienda es que no quiere entenderlo o se alinea con el criminal, que quien comete actos tan execrables, tan injustificables, tan extremos, es, simplemente, porque encarna la maldad en su grado máximo, es como si fuera la reencarnación del diablo, en definitiva, alguien al que es preciso exterminar antes de que extermine o siga exterminando a seres inocentes por razón del azar.
Lo que está claro es que la educación y la prevención médica sobre quienes denoten comportamientos extraños o asociales, pueden ayudar a disminuir hechos tan abominables como los relatados en entregas anteriores. Pero, en este tema, hay que tener en cuenta que hay que contar también, como premisa inescindible e imprescindible, que nuestras autoridades educativas y políticas en general, pasen también el test de moralidad, eticidad y cabalidad mental, pues no siempre es así y de esta guisa arreglados estamos cuando quienes ponen de manifiesto con sus propuestas sus desequilibrios mentales, sean quienes nos induzcan a establecer los parámetros de conducta derivada de los programas educativos. Por poner un solo ejemplo, y remitiéndonos a nuestra propia Comunidad Autónoma, nos encontramos con la llamada, eufemísticamente, asignatura “Educación para la Igualdad, la Tolerancia y la Diversidad”, que este curso el Gobierno de Castilla-La Mancha ha implementado de manera piloto en 5º de Primaria y 3º de la ESO, la cual no es sino una nueva versión de aquella “Educación para la Ciudadanía” que se pergeñó durante el Gobierno nacional del nefasto José-Luis Rodríguez Zapatero, “el Sr. Rodríguez”, que generó una gran controversia, y que supone la nueva asignatura una “reproducción, y de forma más agudizada, lo que suponía Educación para la Ciudadanía”, según pone de manifiesto Marisa Pérez Toribio, de “Educa en Libertad”, y que ha generado un amplio rechazo de las asociaciones de padres, de profesores y de familias, que en una rueda de prensa conjunta exigieron al Consejero de Educación, Angel Felpeto, que retire tal asignatura por el “adoctrinamiento que se va a hacer de nuestros niños en los colegios”, a lo que el político socialista se opuso negando la mayor. “No se puede decir a un niño de diez años que no es hombre ni mujer”, se quejó Fernando López Luengos, presidente de la Asociación de Profesores Educación y Persona, añadiendo que con esta asignatura “se les intenta convencer a los niños de que para ser igualitarios no hay que tener una diferencia masculina-femenina” y que en el fondo se intenta la implantación de un “pensamiento único”. Por su parte, para Pedro-José Caballero, Presidente Nacional de Concapa (Confederación Católica de Padres de Familia y Padres de Alumnos) esta asignatura incumple dos artículos de la Constitución: el 16.1 sobre la conciencia de los menores y el 27.3 sobre la libertad de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones morales y religiosas, calificando a la asignatura de “infumable”. A todo ello el titular de Educación de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Angel Felpeto, contraataca negando que con esta asignatura se pretenda el adoctrinamiento de los niños (¡Ay, no me lo jures Felpeto!) y que por contraposición esta materia “fomenta la convivencia basada en el respeto, la solidaridad, la igualdad y la construcción de una cultura de paz y de prevención de conflictos mediante el diálogo y la igualdad efectiva entre hombres y mujeres” (¡Casi ná, alto me lo fiáis, Felpeto), con el peligro de que dicha asignatura se trata de implantar como obligatoria a partir del curso que viene. En definitiva, un paso más hacia la degradación del ser humano, desde la más tierna infancia, tratando de confundir a los niños acerca de su sexualidad, que parece ser negada de entrada, con arreglo a la naturaleza, y que parece que sea una materia de elección libre y voluntaria, habiendo nacido asexuados, o sea, un camino en busca del sexo perdido, buen título para una película pornográfica. En fin, un ejemplo de cómo quienes nos gobiernan deberían pasar por un análisis clínico, físico y sobre todo psicológico, pues de su buen estado dependerá que las normas que su caletre pergeñe sean buenas, adecuadas y propicias para conseguir todos esos fines que, como un mantra y de memoria, sin, al parecer, saber lo que dice, repite el Consejero y que hemos transcrito anteriormente.
En fin, sin olvidar los numerosísimos casos de pederastia que se descubren igualmente un día y otro también, lo sean a cargo de clérigos o laicos, la última con la documentación en Australia de más de 8.000 víctimas de pederastia en la Iglesia y otras instituciones, y que parecen la pescadilla que se muerde la cola.
MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ
3 de enero de 2.018