Sobre este enunciado, el Diccionario de Refranes, Dichos y Proverbios, de Luis Junceda (Espasa Calpe, 2.004), expresa lo siguiente: “Desde muy remotos tiempos, por ignoradas razones, ha dado en atribuirse al cocodrilo la rara habilidad de atraer a sus víctimas mediante la emisión de insinuantes gemidos. Y lo que es más; al decir de algunos autores, el temible saurio, aun después de devorada la presa, afligido porque ésta le hubiese durado tan poco, lloraba amargamente sobre los despojos. Todo esto, naturalmente, no era sino fruto de la fantasía, pero aun así bastó para dar pie al dicho lágrimas de cocodrilo, mediante la cual tildamos de falsas e insinceras las muestras de dolor que ocasionalmente dan algunos. En la primera fila del duelo, cómo no, estaban Rosi y Pili, las sobrinas predilectas, deshechas en lágrimas de cocodrilo”. En definitiva, bien podríamos decir que lágrimas de cocodrilo son las que vierte una persona fingiendo una pena o un dolor que no siente. Y yo me atrevería a insinuar que estas lágrimas de cocodrilo también puede vertirlas una persona, como una cortina de humo, para tapar o despistar acerca de que lo esperado de ella, por la confianza depositada en la misma, haya quedado en aguas de borrajas, es decir, por ejemplo, que al final de un mandato, el legado dejado por la misma adolezca de más sombras que luces, o que haya defraudado a quienes esperaban más o mejor resultado de su gestión, tratando, con esas derramadas lágrimas hipócritas enternecer el corazón de los receptores de su desaguisado, desatino o desacierto, tratando de salirse por la tangente y obviar su responsabilidad.
No de otra manera pueden calificarse de lágrimas derramadas por el prácticamente ya ex Presidente de los Estados Unidos de América, Barak Obama, en su línea de actuación desde que llegara a ser inquilino de la Casa Blanca y a ocupar, por ende, el Despacho Oval, quien ha venido actuando de una manera huera, artificial y vacía, sólo de cara a la galería, para lo que no tuvo vergüenza de utilizar a su esposa Michelle, incluso, a veces, a sus dos hijas, para tapar los desajustes y la inanidad de su actuación política, como Presidente de la mayor democracia del mundo, haciendo de sus ocho años de Presidente una teatralidad indecente, vacua, superficial, insustancial, trivial, fútil, nimia y, en no pocas ocasiones, pueril, fruto de ese calzonacismo y botaratismo (de calzonazos y botarate), tan en boga entre los mandamases actuales, que con su necia actuación y falta de profesionalidad, han conducido a los pueblos sobre los que han ejercido y ejercen su mandato, a la más estruendosa ruina y miseria, a base de restringir derechos, realizar recortes y ajustes bestiales, en aras de esa adoración idólatra y pagana al Becerro de Oro, o sea, a los Mercados, por los cuales pierden el culo y les falta el aliento para satisfacerlos, aun llevando el desaliento, el hambre, la pobreza, la penuria y la desolación a sus respectivos pueblos, con la vuelta de tuerca de una presión fiscal asfixiante, extrema, desoladora, rayana en la confiscación, mientras los gobernantes se mueven entre algodones en el Paraíso del País de las Maravillas, a costa del trabajo y el esfuerzo, con sudor y lágrimas y hasta con sangre, de sus ciudadanos, sometidos poco menos que a la esclavitud en loor de quienes sin pegar un palo al agua viven como Reyes, en el oropel y la suntuosidad más vergonzante e injusta que podamos imaginar.
Luego, ante el panorama que vivimos y soportamos, día a día, hay quien se rasga las vestiduras, porque, de vez en cuando, algún Tribunal (no todos) tengan la decencia de llamar a las cosas por su nombre y obligue a los oligarcas a inclinar la cerviz y doblar la rodilla. Pongamos que hablo, por ejemplo, de las cláusulas suelo en el mercado hipotecario, aunque para ello debamos pedir justicia allende nuestras fronteras a través del Tribunal de Estrasburgo.
Pues bien, en este marasmo o maremágnum en que se ha convertido en la actualidad la gobernanza de los llamados Países desarrollados o Estados Democráticos, no podía ser menos la Presidencia de los Estados Unidos de América durante los ocho años en que ha recaído sobre Barack Obama, cuyo legado pasará a la historia como el peor entre los peores desde que existen los Estados de la bandera de las barras y las estrellas. Basta una somera mirada al Editorial del Diario ABC del día 11 de Enero del corriente año: “El triste adiós de Obama. El presidente demócrata sabe que será juzgado más por su retórica que por sus resultados, los cuales, fríamente analizados, dibujan una presidencia mediocre tirando a negativa” y añade: “la reacción final de Barack Obama ante la victoria de Donald Trump está siendo la de un perdedor herido por la derrota más que la de un presidente que culmina dos mandatos consecutivos con un respaldo mayoritario de la población. Obama se despide de la presidencia con la peor transición de poderes que se recuerda, aunque esté liberándose del reproche que cualquier otro habría merecido, sobre todo si fuera republicano, porque aún conserva la bula de los medios de comunicación y de la opinión pública, especialmente la europea”. Y sigue: “Y lo que hay al cierre de la era Obama son cinco guerras inacabadas- Siria, Irak, Yemen, Libia y Afganistán, una crisis racial virulenta, una clase media fracturada por el aumento de la desigualdad, paralela a los buenos resultados de Walt Street y del empleo, y, sorpréndase el progresismo, más de tres millones de inmigrantes devueltos o deportados a sus países de origen”.
Huelga cualquier comentario, como no sea que el ser negro haya sido una discriminación en positivo (pues cualquier crítica de inmediato hubiera sido tildada de políticamente incorrecta), si no, no se entiende el prematuro e inmerecido Premio Nobel de la Paz (equiparable al Nobel de Literatura de Bob Dylan), lo que ha puesto de relieve el desplome de los valores de todo tipo en este siglo XXI que tiende aceleradamente a terminar con la Humanidad. Y justifica, con ese escaso bagaje, personal e intelectual, que ha escenificado en el traspaso de poderes, en realidad, quizás, porque el propio Obama se consideró, de nuevo, aspirante a la Casa Blanca en la persona de su Secretaria de Estado, Hillary Clinton, y ha demostrado el mal perder que tiene quien por el cargo que llegó a ocupar debiera haberse comportado como un señor y no como un mafioso y marrullero de la peor calaña, y como la serpiente herida de muerte, se haya dedicado a torpedear la transición de poderes y a adoptar decisiones, con su mandato ya extinto, sembrando de minas el camino a seguir por Trump, y que comprometen muy seriamente la labor de su sucesor, especialmente buscando un enfrentamiento con uno de los pocos hombres de Estado que pueden contarse con los dedos de una mano y aún sobran dedos, Vladimir Putin. Mas, en el pecado lleva la penitencia. Por ello, no de otra manera, hay que calificar esas lágrimas derramadas, fruto de la impotencia y de la rabia del mal perder y de la inanidad de sus mandatos. La historia le juzgará.
MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ
18 de enero de 2017