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Radiografía de un país (XI)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 27 de marzo de 2019, 08:00h

Este país, aun hoy, a duras penas, llamado España, da síntomas de haber adoptado, por mor de nuestros gerifaltes mandamases, un régimen autoritario, cuanto menos, si es que no han implantado ya una dictadura totalitaria de la peor raigambre y ralea, en la que todo gira alrededor de los medradores que nos gobiernan y ocupan cargos públicos, mientras al pueblo de a pie, al pueblo llano, lo inmolan en aras de un sacrificio como antaño se realizaban en las sociedades arcaicas y analfabetas, convirtiendo a la ciudadanía en una masa informe de carne, que baila al ritmo que aquéllos tocan, y a la que sumen en la pobreza, la ruina y la miseria, en un a modo de esclavitud, obligada a sobrevivir con lo que puedan, que suele ser poco, pues a todo lo que huele a dinero, como una aspiradora, lo absorben esos prebostes, que no tienen ni vergüenza, ni modales, y que, con más cara que espalda, se parapetan en sus poltronas y se dedican a esquilmar la Caja Pública de Caudales, con un morro que se lo pisan, y sin cortarse un pelo, engañando a los ciudadanos con el mantra de que España es una “democracia consolidada”, proclama ratificada por esa cohorte de tertulianos y opinadores, del bien y del mal, que no tienen, en la mayoría de los casos, ni repajolera idea de aquello sobre lo que están opinando, exhalando afirmaciones y aseveraciones, apretando el culo, tal como si de gallináceas se tratara y descansando después de haber puesto el huevo, con una satisfacción de mamones que raya en lo inadmisible, pero que, quizás porque en ello les va el plato de lentejas, se alinean con esa legión de adláteres, acólitos, corifeos, paniaguados y mamandurrieros, que pacen o pastan en los páramos aledaños del poder, y que, bajo ningún concepto, se van a ver concernidos con un ápice de arrepentimiento o mal trago, porque al fin y a la postre, carecen de los principios éticos y morales al respecto y aún así, si los tuvieren, la mediocridad que les preside les impide despejar las ramas para ver el bosque, unos por esa ignorancia supina inoculada en vena, y otros por su maldad congénita de odio al vecino al que desean todos los males posibles y su caída por el precipicio, aun cuando ellos mismos se despatarren cayendo por esos mismos precipicios, pero para los que el consuelo consiste en ver el mal de enfrente, aunque yo también me lleve mi parte.

Y en esta película, no hay que dejar de lado a los medios de comunicación, considerados como el cuarto poder del Estado, los cuales, en numerosos casos dejan de lado su principal razón de ser, cual es la de informar de la realidad, y se dedican a insuflar soflamas, arengas y alegatos, a favor de este o aquél partido, generalmente del que ostenta el poder para chupar también de la teta pública convirtiéndose, más que en medios de comunicación para informar a la ciudadanía, en verdaderos Ministerios de Propaganda del régimen, según quien gobierne, tomando partido, a veces, de una manera vergonzosa, en pos de unos y otros, exaltando al adepto hasta la extenuación, aunque carezca de méritos para ello, y tratando de destruir y destrozar al contrario, al que aniquilarían como en la época del estajavonismo, y a los que se les ve el plumero antes de que les salgan las plumas. Pero ya sabemos que, en este País, aun hoy, a duras penas, llamado España, lo repetiré hasta el paroxismo, el servilismo de los mediocres está a la orden del día, unos, como ya he apuntado, por carecer del intelecto suficiente para formar una opinión adecuada, razonada y convincente, y otros, por ese mal que inocula el odio, el cual no les deja ver más allá de sus narices, aunque a lo mejor, esto es así, porque de tanto mentir sus narices han adquirido un tamaño desproporcionado respecto al cuerpo del interfecto, sobrepasando la longitud de la de Pinocho, y retratados, perfecta y atinadamente, por aquellos versos de Francisco de Quevedo (¡Qué mala leche tenía el jodío!) según los cuales:

“Érase un hombre a una nariz pegado,

Érase una nariz superlativa,

Érase una alquitara medio viva,

Érase un peje espada mal barbado;

Era un reloj de sol mal encarado.

Érase un elefante boca arriba,

Érase una nariz sayón y escriba,

Un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,

Érase una pirámide de Egito,

Los doce tribus de narices era;

Érase un naricísimo infinito,

Frisón archinariz, caratulera,

Sabañón garrafal morado y frito”

Y en estas estamos, asistiendo impávidos a la corrida de toros (aunque joda a los animalistas) en que se ha convertido el suelo patrio (ya se decía, desde tiempo de los romanos, que España era una piel de toro) que día a día se lidia en esta plaza, sin que haya un director de lidia convincente, preparado, que valga, en definitiva, para dirigir y llevar a buen puerto a los más de 45 millones (¿o somos ya 47?) de españolitos, a los que, aún hoy, una media España les hiela el corazón, por lo que no puede acabar este panorama sino en el desmierde más absoluto que podamos imaginar a que pueda llegar un país en este siglo XXI, y haciendo bueno aquél dicho o refrán que reza (aunque duela a los antirreligiosos) “que cualquier tiempo pasado, fue mejor” y que nos ratifica que, quizás, estemos viviendo en la peor época de la humanidad, desde la aparición de los neandertales.

Si no fuera así, no se entienden muchas cosas que causan aflicción, dolor y quebranto, en el alma y en el corazón de los ciudadanos en este país (ya saben, aun a duras…), tales como la adaptación de la Ley de Protección de Datos a las Directivas Europeas (no es de extrañar que la Gran Bretaña haya dado la espantá a la Unión Europea, nido de burócratas y caraduras, que ha descosificado a cada uno de los países que, torpe e inconscientemente, se han dejado arrastrar hacia la misma, como las ratas que, bobaliconamente, seguían la melodía del Flautista de Hamelin, cuyo Brexit ha supuesto un rejón casi de muerte en todo lo alto, una revolución contra quienes han laminado la soberanía nacional de los Estados miembros, convirtiendo a éstos en unos verdaderos y auténticos eunucos, y por ello esa animadversión hacia el Reino Unido y, sobre todo, hacia la Premier, Theresa May, que “con un par”, como tienen pocos de sus congéneres parlamentarios y no digamos de los demás mandamases europeos, calzonazos impenitentes, ahí sigue, intentando que la vis retroactiva de la Comisión Europea logre su meta de hacer descarrilar el dicho Brexit y que los ingleses vuelvan a la reata europea, para lo que están boicoteando cualquier acuerdo y posibilidad de que Inglaterra logre zafarse de las garras del demonio, a fin de recobrar su soberanía, su independencia y, en definitiva, su libertad). Y es que, la citada Ley de Protección de Datos es, en realidad, un laberinto del que es casi imposible, si no imposible, totalmente, salir airoso, una red de normas que tratan de atrapar al ciudadano con la única finalidad de hacerle la vida imposible y amargarle la existencia, eso sí, siempre con el hacha blandida sobre sus cabezas, para dejarla caer (económicamente, que de esto se trata) sobre la de aquél que intente pensar y obrar libremente, con una madeja de requisitos exigibles, todos de carácter improductivo, cercitivos y sin sentido (¿no hay ninguna entidad que haya calibrado el coste económico que, entre otros, este de la citada ley, tiene para la empresa?), mas está claro, que de lo que se trata es de tener al ciudadano entretenido en cosas baladíes, inútiles e imbuir en el mismo un sentimiento de temor, miedo y espanto, a fin de que no piense en otras cosas, entre otras, especialmente, en cómo los políticos entran a saco en las Cajas Públicas de Caudales, esquilmándolas y dejándolas más secas que la mojama. Y nada más concluyente al respecto el hecho de que los Partidos Políticos, saltándose la tan divina Ley de Protección de Datos a la torera (seguimos con símiles taurinos, recordemos, una vez más, lo de la piel de toro) y según norma aprobada por el Parlamento Español (o sea, por los propios Partidos Políticos), permite a estas formaciones recopilar en campaña datos sobre las opiniones políticas de los ciudadanos (lo que debería ser, precisamente, un puntal de la Protección de Datos) para enviar propaganda, lo que ya es el colmo de la sinvergonzonería de nuestros políticos, a los cuales, siguiendo con la tauromaquia, habría que castigarles con banderillas negras. Y no digamos con la obligatoriedad de delatar los veinte dígitos de una cuenta corriente o de ahorro en una escritura pública, la cual gira como gira el mundo, o sea, más vueltas al mismo y en menos de los ochenta días que consiguió Julio Verne. Pero esto, una vez más, es la demostración del desmierde, el descontrol y la injerencia de los Partidos Políticos, en general, que, por cierto, reciben al año más de 200 millones de euros de dinero público en subvenciones, un 80% aproximado de su financiación: no es de extrañar que se peguen leches por ocupar puestos en las listas electorales y se claven, unos a otros, cuchillos de cocina por la espalda. Y eso sin contar las otras subvenciones disociadas, pero que van a desembocar al mismo mar del chanchullo, tales como las que se otorgan a ciertas Fundaciones vinculadas a los Partidos Políticos, pongamos, por ejemplo, las que recibe la Fundación Faes, del señorito Aznar, sin que las mismas den fruto alguno que sirva para la comunidad y el interés general, y sólo para mantener a nuestro ex Presidente y unos cuantos más, en su actividad de “pensar”. ¿Cuánto debiera recibir el “Pensador de Rodin”?.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

27 de marzo de 2019

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