Acaso, sea esta la fórmula para denominar el traje de color negro de un matador de toros, a fin de no incurrir en el dogma de lo “políticamente incorrecto” y obviar ser encasillado dentro de ese esquema o categoría de “racista” o “xenófobo”, todo con tal de no zaherir los sentimientos de las personas de color negro, o sea, de las que se enraízan en la denominada raza negra, de manera que, quizás, fuera conveniente, en aras de la instalación de ese prurito mentecato, suprimir ciertos colores de la gama de los ídem, tales como amarillo (por los chinos y japoneses), marrón (por los mestizos) y el rosa (por los nórdicos) y aún quedará alguno en el tintero que la mentecatez del día podrá alumbrar.
No viene así, expresamente definido en los Diccionarios, concretamente como “color negro”, aunque en el de la Real Academia de la Lengua Española se le de una salida al definir “betún” como “mezcla de varios ingredientes, líquida o en pasta, que se usa para poner lustroso el calzado, especialmente el de color negro”. Y, ahí en este último inciso, en esta última precisión, radique el anatema de la palabra,, al involucrar el “color negro”.
Pues bien, en esta sociedad de lo “políticamente correcto”, en la que prima la apariencia sobre el fondo, la cáscara sobre el grano, la palabra sobre el mensaje, cualquier pequeño desliz será considerado como una grave falta, cuando no comisión de un delito, por atentar contra la dignidad de ciertas personas o grupos de personas. Y es que, desde que el mundo es mundo, el color negro ha existido y existe, junto a una inmensa gama de colores, que nos los advierten la vista y querer hoy en día acabar con la lógica y el idioma de las naciones por un simple pensamiento de no herir los sentimientos de ciertas personas, amén de grotesco, raya en lo ridículo y lo imposible, pues a fuer de ser sinceros, deberíamos reexaminar y reeditar todos los tratados de la gramática y los diccionarios para dar pábulo a ciertos insensatos y alucinantes pseudoataques a la dignidad de la persona humana.
Yo recuerdo, desde niño y en mi infancia, cuando calzaba pantalón corto, las cabalgatas de los Reyes Magos de Oriente la víspera del día seis de Enero de cada año, en la que desfilaban los tres Reyes Magos de Oriente, Gaspar, Melchor y Baltasar, con sus correspondientes pajes y demás aparataje que venían al caso, y en la que podíamos ver a Gaspar y a Melchor ataviados de pobladas y luengas barbas y al Rey Baltasar adobado de betún para equipararlo al Rey negro de la comitiva (y sin barba, para destacar más ampliamente su color). Recuerdo, perfectamente, aunque me convenía seguir creyendo en la existencia de los Reyes Magos, por aquello de los regalos que en nuestras cartas les pedíamos llegaran a posarse sobre el zapato dejado en el balcón de casa, con algunos alimentos y agua para los camellos y sus propias señorías, me mosqueaba que precisamente el Rey Negro, el Rey Baltasar, presentaba toda su cara, efectivamente negra, por mor del baño de betún a que había sometido la misma, pero que se atisbaba a la altura baja del cuello su color blanco. Parecía una contradicción, un oxímoron, un sudoku, ¿de qué color es el cuello del Rey Negro de la Cabalgata de los Reyes de Oriente? Ahí estaba mi perplejidad, que se despejó larga y tendidamente cuando me fue revelado el gran secreto de esta parodia: que los Reyes Magos de Oriente son los padres y, en algunos casos otros parientes, a los que confiadamente echábamos nuestra carta ante un paje situado a las puertas del Corte Inglés, o, quizás, por aquella época, de Galerías Preciados. Una vez supe la solución a este crucigrama, con toda la lógica del mundo, pensé, ¿tan difícil era que el papel del Rey Baltasar lo representara una persona de raza negra? Probablemente en la época de que hablo no sería fácil encontrar a una persona de esta raza por estos páramos, y aunque posteriormente sí los había (y yo pensaba que bien le vendría a una de estas personas llevarse un tanto al bolsillo por desempeñar tal papel), mi gozo en un pozo, pues con el advenimiento de la democracia y esa ansia de nuestros actuales políticos de que los encontremos hasta en la sopa, fueron los concejales del Consistorio los que se disfrazaban de tal guisa, por lo que el papel del Rey Baltasar, siguió siendo representado por un blanco embetunado de betún por todo su rostro. Aunque hoy, ya es bastante normal que el citado papel se lo confieran a un negro de verdad, aunque nuestros gerifaltes tengan que hacer de tripas corazón.
Por todo ello y en este contexto, chirría como las ruedas de un carro sin engrasar (recordemos aquella canción de Atahualpa Yupanqui, en la que decía: “porque no engraso los ejes, me llaman abandonao, porque no engraso los ejes, me llaman abandonao, si a mí me gusta que suenen, pa´ qué los quiero engrasar…”) el tema elevado a razón de Estado de que hace casi 20 años el aún Primer Ministro Canadiense Justin Trudeau, se disfrazara de Aladino, en una fiesta dedicada a “Las Noches de Arabia”, con el rostro ennegrecido con el betún de marras, para aparentar lo mas fiel posible el papel de tal Aladino y la Lámpara Mágica, por lo que la prensa canalla, esa que come de la mano de su señor y que se vende al mejor postor en cuanto se descuida aquél, amén de los enemigos o contrarios del partido del primer Ministro, han destapado la caja de los truenos, poniendo la chupa de dómine al timorato Justi, que, en contra de lo que debe hacer un hombre de Estado, con agallas y con pelos en el pecho, no ha hecho otra cosa que reconocerse culpable de tal hecho, pidiendo perdón como un conejo preso en su madriguera, dándole la razón a todos quienes han puesto el grito en el cielo, en este mundo actual, de la corrección política formal (que más les valiera a todos los que por tan inane hecho despotrican, poner sus barbas a remojar y hacer propósito de la enmienda ¿o es que todos estos meapilas mean agua bendita y han sido concebidos sin mácula del pecado original?). “Lo lamento profundamente. Jamás debí hacerlo. Fue un error”, dicen que ha dicho Justin, contrito y arrepentido, en una confesión de parte deplorable, porque la procedente hubiera sido la siguiente: “Señores, me disfracé de Aladino, con turbante y embadurnado de betún hasta las cejas, en una fiesta de disfraces que tenía por tema “Noches de Arabia”, entre otras cosas porque quería ser realmente el personaje que representaba. Lo chusco hubiera sido aparecer como Aladino, con la cara blanca o rosa, tal como la mía de todos los días. Eso, quizás, sí hubiera sido ofensivo para Aladino y para toda esa ralea de petimetres y papanatas que ahora se han rasgado las vestiduras. Que se miren bien el culo y los calzoncillos, no vaya a ser que los lleven hechos unos zorros. Y si volviera a presentarse otra vez la ocasión, lo volvería a repetir tal cual lo hice allá por 2.001.Y el que se escandalice, ya sabe lo que dice el Evangelio: que se ate una piedra al cuello y se arroje al mar”. Ítem más, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Y punto.
Y es que, dentro de ese absurdo de la corrección, resulta que vamos a poner en almoneda la libertad y dentro de ésta la de expresión, que es lo que a la postre persiguen todas esas cabezas que embisten en vez de pensar, y que no desean otra cosa que no se mueva un pelo, mientras los muñidores de turno se ponen las botas a costa del pueblo llano y sencillo, creyéndose que ellos, sólo ellos, están en posesión de la verdad absoluta. En ese grupo parece encontrarse el líder del Partido Conservador canadiense, Andrew Scheer, que ha sentenciado: “Trudeau no es apto para gobernar este país”, abriendo, sin quererlo, las compuertas de la presa, ¿cuántos políticos actuales, de Canadá y del mundo entero, incluso Presidentes de Gobierno, habría que considerar aptos para gobernar? Si tuvieran que pasar un examen, como en una oposición, pongo por caso, a funcionario de la limpieza, seguramente no pasaba ni uno. Así que a otro perro con ese hueso y mírese bien los calzoncillos Sr. Scheer que seguramente los lleva llenos de perdones. Porque realmente, quien no es apto para gobernar Canadá ni ningún otro país, es quien se escandaliza por la fotografía que analizamos.
MIGUEL-ÁNGEL VICENTE MARTINEZ
25 de Septiembre de 2.019