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Es la hora de la verdad

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 16 de junio de 2021, 10:01h

Nos hallamos, en este preciso momento, y no sólo en este País, aun hoy, a duras penas, llamado España, sino también en lo que denominamos Unión Europea, y por extensión, en el mundo mundial, ante la hora de la verdad, ese momento histórico, en que un país, individualmente, o un conjunto de tales, globalmente, se halla al borde del precipicio, o sea, al borde del ocaso de una civilización, tal como ocurriera, a lo largo de la historia, con grandes imperios, pongamos, por ejemplo, el de Roma, sin ánimo de adentrarnos en pelos y señales de otros muchos fiascos, que han arrumbado, en el olvido, toda una civilización.

Aquí y ahora, empezamos ya a comprobar, cómo el abandono de los principios que constituyeron el fundamento de la civilización occidental, rescatados del fondo del baúl, y cuyo abandono fraguaron la hecatombe de civilizaciones milenarias, y que, en resumen, no son otros, que los éticos y morales, el imperio de la ley, para todos y para todas y todes, la aplicación de una justicia recta y de equidad en el mismo plano igualmente para todos y para todas y todes, la protección del derecho más fundamental de todos, a saber, el derecho a la vida, con su corolario inseparable, del derecho a la libertad, así como el velar por los menores, los incapaces o disminuidos, y el actuar siempre, desde todas las Administraciones Publicas, en pos del bien común y el interés general, y cuantos puedan extraerse de todos ellos, a fin de configurar un Estado (más bien, un Mundo) del Bienestar General, sin exclusión alguna para que la convivencia sea un bálsamo y no una tortura diaria, que, poco a poco, haga salir la maldad innata del ser humano a la palestra, obviando ese otro equipaje de bien y de bondad, igualmente innata a dicha naturaleza, pero que para su esplendor, requiere un sacrificio, no sólo general y global, sino, principalmente, individual, sólo fructífero con el trabajo, el esfuerzo y la dedicación exclusiva a ese afán, en eras del aprovechamiento general en beneficio de ese interés común y general que requiere una convivencia social pacífica y fecunda.

Empero, ya estamos atisbando los bordes que se desbordan, a la manera de una avalancha o alud de nieve o de riada, sin control y sin posibilidad, por tanto, de detener lo que también podría ser la erupción de un volcán, tal o como, gráficamente, podemos recordar, la del Vesubio, sobre Pompeya, Herculano y Estrabia, ciudades a las que arrasó y sepultó, porque ya llevamos unos cuantos años, por no decir décadas, en ese fan de abandonar la dirección que nos indican los principios morales y éticos (reducidos en ese mandato evangélico, según el cual “ no quieras para otro, lo que no quieras para ti”, así de sencillo y así de claro), dirigiéndonos hacia una inmersión hacia el fondo del océano (por hablar gráficamente), que no es otra que el camino derecho y directo, hacia el infierno, en el que llanto y el chirriar de dientes ensordecerán nuestros oídos, a la manera de sinfonía diabólica e infernal. Y lo que es peor, ese abandono se viene produciendo, sin solución de continuidad, desde el púlpito de los poderes Públicos, que serían por lógica los primeros obligados a salvaguardar ese bien común y el interés general, que deviene en bien e interés particular de unos cuantos, precisamente, la mayoría , integrantes de esos Poderes, que usan al resto de la población como lacayos, como cobayas, si se me permite decirlo, y a los que sumen en la miseria, la ruina y la pobreza, no solo material y económica, que también, sino también, valga la redundancia, moral y espiritual, amén de intelectual, de manera que los ciudadanos no constituyen para esos mandamases, más que una masa de carne con ojos, y, a veces, incluso, sin ellos, para usar y abusar de los mismos en pos de la mayor gloria y bienestar en el que se mueven Usías.

Y, la falta de una base ética, moral y espiritual, donde todo se banaliza, la encontramos, por hablar de nuestro país, ese país del que los míseros ciudadanos, asumiendo la cohartada que les brindan aquellos, para que la sumisa ceguera les impida ver lo que los mismos pretenden, se halla en ese patético y ridículo cántico de “Soy Español, Español, Español”, lo cual, en su caso y ante la perspectiva actual, constituye una voluntariedad de convertirnos en cornudos y, además, apaleados, o, también, en agradecidos porque nos den por la retambufa, o, más claramente, en el argot barriobajero, que también canta las verdades del barquero, que nos den por culo, respondiendo los afectados con un agradecimiento sin límites porque nos permiten comer, o más bien, raer, las migajas que caen de la mesa del rico Epulón al suelo.

Ahora, un ejemplo de este desvaído principio moral y ético, que debiera regir el orden constitucional, lo estamos comprobando con el tema que trae de cabeza (es un decir, porque reconocer cabeza al Pseudo-Doctor-Sánchez y a toda su tropa ministerial, engrosada con esas legiones de adláteres, corifeos, acólitos, paniaguados y mandurrieros que le lamen el culo, e, incluso, capaces de beber su orina y tragarse sus heces fecales, la cabeza no la tienen para otro propósito que cubrirla con el sombrero), a cuenta de los indultos a los doce condenados por el “procés”, a quienes, contra la contundente sentencia e informe negativo del Tribunal Supremo, pretende “indultar”, en base a la “magnanimidad” del que Pinochón quiere revestirse, a la manera de un Dios venido del Olimpo, adornada de la utilidad y oportunidad, dirigida a limar aristas con los independentistas (los cuales le traen al pairo al Pseudo-Doctor, así como todos los Españoles y la propia España), sólo con el ánimo de poder seguir aposentando su antifonario en la poltrona y en el inodoro de la Moncloa, en el que, por lo que parece, le encanta mear y defecar. Cabría preguntarse si, por esas misma razones, añadida la de “misericordia”, no debiera indultar a Juana Rivas, cuyo delito (si es que lo es el amar sin límites a sus dos hijos) no tiene comparación con el cometido por los golpistas catalanes, y cuya concesión marcará el principio del fin de una sociedad que parece solazarse en los derechos de bragueta, a los que se refiere regularmente, Juan-Manuel de Prada. Por cierto, esta pretensión de independizarse Cataluña de la Madre Patria, puede llevarnos a traer a colación el conflicto que se ha desatado con Marruecos, a cuenta del Sahara Occidental, y su correlación con Ceuta y Melilla, sobre las que la Ministra de Defensa, Margarita Robles, acostumbrada a nadar y guardar la ropa, ha vaticinado que “Ceuta y Melilla son parte indisoluble de España”, y a la que habría que recordar que en la misma tesitura se halla Cataluña, amén del estéril empeño en que el Peñón de Gibraltar nos lo devuelvan los ingleses, lo que ocurrirá cuando las ranas críen pelo, y como buenos cobardes asentados en el Consejo de Ministros, dirigido por el Pseudo-Doctor o “Cum Fraude”, en vez de dar la cara ante Mohamed VI hemos ido a escondernos bajo las faldas de la UE y que no se cran que Marruecos se va a conformar con la Resolución del Parlamento Europeo condenando a Rabat por utilizar a menores en Ceuta para presionar políticamente a España. Claro, que viendo a quien tenemos al frente de la Diplomacia española, la Ministra Arancha González Laya (un mamarracho a la que cualquiera pudiera confundir con una indigente), la cuestión no va a acabar ahí.

Y la espita que puede precipitar ese ocaso de nuestra actual civilización, podría ser la pretensión del Parlamento Europeo (que estaría más “bonico” si permaneciera callado) de insertar el aborto como un “derecho humano”, lo que, de principio, es una contradictio in terminis, puesto que todos los derechos humanos, habidos y por haber, han de predicarse de un ser humano vivo, siendo, además, el DERECHO A LA VIDA, sin el cual esos otros derechos quedarían en aguas de borrajas, con la agravante de derogar la objeción de conciencia médica, que se configuraría como una “denegación de la atención médica”, que llevaría aparejada, como delito, la pena de prisión correspondiente: ¿se indultarían a los profesionales que, basándose en sus creencias religiosas, morales o éticas, fueran condenados por negarse a practicar un aborto?. Esta pretensión es de tal aberración que al más pintado, le hará vomitar incluso la hiel, porque sería la consagración definitiva de la santificación de un genocidio universal sin precedentes. En todo caso, puestos en esta tesitura, si sobre un ser vivo en el vientre de una madre, puedo disponer en cuanto a su vida o su muerte, ¿Qué diferencia hay entre asesinar a un feto en los albores y su vida y el asesinato de las pequeñas Anna y Olivia por el malnacido de su padre?

Pero, en fin, estamos salvados, porque, al fin, el Pseudo-Doctor, se ha visto, de lado y de perfil, con Joe Biden, veinte escasos segundos, tras más de 130 días ninguneado por éste, a la espera de una llamada telefónica, lo que se vende en la Moncloa como un éxito sin precedentes: ¿Qué le habrá dicho, en verdad, si le ha dicho algo, Biden, a nuestro efebo Cum Fraude?. No cabe mayor esperpento y ridículo que el protagonizado por quien se cree que allende nuestras fronteras reluce la belleza de nuestro Pseudo-Doctor, que más parecía un fantoche al lado del Presidente Norteamericano: ¿qué esperaba Pinochón?: un hola y adiós y déjame en paz y sigue tu camino.

MIGUEL-ÁNGEL VICENTE MARTINEZ

16 de Junio de 2021

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