Todos recordamos la “extraordinaria película” (que diría José-Luis Garci, en su programa en la TRECE, “Classics”) “Bienvenido, Míster Marshall”, dirigida por el no menos extraordinario director, Luis García Berlanga, en 1.953, y con José Isbert, Manolo Morán y Lolita Sevillana, encabezando el elenco del reparto de actores, y que fue estrenada el 4 de Abril de 1.953 en el cine Callao de Madrid, siendo considerado el filme en cuestión como una crítica a la sociedad española de la época, y cuya sinopsis consiste en la historia de un pequeño pueblo castellano, Villar del Río, que, alertado por la autoridad competente, comienza los preparativos para impresionar a los visitantes estadounidenses, con la esperanza de obtener beneficios bajo el prisma del Plan Marshall, para lo cual invierten lo que no tienen en el bolsillo, para adaptar la imagen del pueblo a la de un pueblo andaluz, alertados por el “listo” de siempre, que alardea de haber estado en Boston y haber comprobado in situ los gustos de los americanos, para lo que el Alcalde, papel interpretado magníficamente por Pepe Isbert, mueve todos los resortes a su alcance para lograr caerles en gracia a los “indios”, tal como alguno de los moradores del pueblo (el hidalgo Don Luis, perteneciente a una familia noble, que durante el siglo XVI formaron parte de la conquista de América) los denominaba, encareciendo a los pobladores a pedir una cosa, solo una, por cabeza, a los americanos, lo que originó que un campesino soñara que los estadounidenses, convertidos en Reyes Magos, lanzaran sobre su campo un tractor atado a un para-caidas, mas la desilusión y la frustración llegaron cuando el día previsto para la visita de tan egregios y magnánimos personajes, éstos pasaron de largo dejando tras de sí una estela de aire polvoriento, que nubló de un tajo las expectativas e ilusiones forjadas en la mente de todo un pueblo que había puesto sus esperanzas de mejora y progreso en los regalos que, presumían, iban a ser repartidos, o sea, tirados a voleo desde los vehículos, por los benefactores americanos.
Pues bien, como hemos indicado más arriba, el filme se forjó y quiso poner de manifiesto una crítica, dicen los más redomados cinéfilos y comentaristas de la cosa, a la sociedad española de la época. Mas, yo discrepo, de principio a fin, respecto de esta conclusión, ya que el filme no hace sino reflejar de forma real y concluyente, el espíritu de los españoles sin concreción de época o tiempo, tan proclives al trasvestismo laboral, y el argumento, las conclusiones y las enseñanzas derivados del filme en cuestión, se han venido repitiendo a lo largo de la historia de nuestro país, ese llamado España, aun hoy, a duras penas, y constatando el mal consistente en el sueño de recibir dádivas sin ton ni son, por que sí, basadas en ese peregrino pensamiento de que es así porque somos simpáticos y caemos en gracia a los que han de soltar la guita, “gratis et amore”, y que constituye un mal endémico de nuestra idiosincrasia y nuestro ADN.
Y es por ello, que, en pleno siglo XXI, después de casi 70 años, hemos vuelto a rememorar el desasosiego y las tribulaciones de aquel pobre Alcalde de Villar del Río, encarnado sublimemente, por nuestro insigne actor, Pepe Isbert. En el que todo un pueblo se involucró en la forma de agradar a quienes, presuntamente, creían que les iban a sacar las castañas del fuego, en plan, como soñó uno de los pobladores de aquel perdido y pacifico pueblo, Reyes Magos de Oriente, aunque en este caso fueran simplemente los Americanos, dando pábulo a ese sueño tan esperpéntico como arraigado en las raíces de un pueblo, el español, en el que el pícaro tiene su podio asegurado y en el que trabajar, lo que se dice trabajar, que trabaje Rita la Cantaora, recordándome a aquel indigente que merodeaba por mi barrio, al que más de una vez le pagué el café con leche y las magdalenas, y al que un día le espeté: “Te voy a buscar un trabajo”, a lo que con total sinceridad y desparpajo me respondió: “Me parece bien, pero que sea un trabajo en el que no tenga que trabajar”. Y ahí quedó el reto.
Pues bien, ahora, repito, en pleno siglo XXI, hemos vuelto a las andadas, hemos vuelto a rodar (o mejor, remasterizar) la película “Bienvenido, Míster Marshall”, solo que ahora, en vez de la referencia a los americanos como símbolo de altruismo sin par, en el papel estelar, el Emir de Qatar, ese país del Golfo Pérsico, que no sabemos si escribirlo con “C” o con “Q”, que el Diccionario Español da para mucho recorrido.
Y como en aquel Villar del Río, ahora ha sido el Estado en pleno, el que se ha volcado en el afán de agradar y contentar a nuestro visitante, el Emir Catarí, Jeque Tamim Bin Hamad Al Thani, junto con su tercera esposa (las otras dos se quedaron en casa, que siempre es la última la que más lisonjas y parabienes se lleva), y al que no sabíamos cómo lisonjear ni qué darle en señal de ello y para ello, llave de oro de la Ciudad de Madrid, Medallas de Honor del Congreso y del Senado, el collar de la Orden de Isabel La Católica, y lo que no está en los escritos, dedicándose los medios de comunicación (abandonando su fin primordial y razón de ser, de informar verazmente)a publicar editoriales como castillos de fuegos artificiales sobre las bondades del Emirato y del Emir, y como siempre dispuestos a ayudar a su señor, poniendo su granito de arena o, quizás, todo un desierto de tal, nunca mejor dicho, coadyubando indefectiblemente a tal menester o finalidad, y sin que les duelan prendas ni se les caigan los anillos, tal como se pone de relieve en este párrafo, entresacado del Editorial del Diario “ La Razón”, del miércoles 18 de este mes y año: “… hablamos de un firme aliado de Occidente en la región del Golfo, comprometido con la seguridad mutua, y que ha demostrado en numerosas ocasiones, la última, durante la retirada estadounidense de Afganistán, una capacidad de interlocución internacional especialmente notable. De ahí, que no podamos estar más de acuerdo en la decisión de la Jefatura del Estado y del Gobierno de otorgar el más alto nivel diplomático y protocolario a la estancia de quien es, sin duda, un buen amigo de España con el que siempre se puede contar, como demuestra la concesión por parte de sus Majestades al Emir de Qatar del Collar de La Orden de Isabel La Católica, una de las máximas distinciones españolas, que reconoce, entre otros méritos, a quienes contribuyen a la excelencia en las relaciones de la Nación Española con la comunidad Internacional. Por supuesto, desde algunos sectores de la izquierda de ha tratado de desvirtuar la visita, con acusaciones contra el régimen catarí en materia de derechos humanos que son, simplemente, infundadas, cuando no están sacadas torcidamente de contexto. Porque Qatar es el único país del Golfo, junto a Kuwait, con un Parlamento elegido por sufragio universal, dispone de una legislación laboral de las más avanzadas del mundo y ha conseguido conciliar la diferencia a la libertad individual de los ciudadanos extranjeros que residen y trabajan en su territorio con el resto de sus arraigadas costumbres…”. Dejémoslo ahí. Pero, basta observar la vestimenta de la jequeresa, me imagino que abrasada por este tórrido calor sarraceno que agosta nuestro país y en que los maricones deben tentarse los machos, valga el eufemismo.
En cualquier caso, la inversión anunciada por el Jeque de 4.700 millones de euros, dada la situación económica de nuestro país (más de 10.000 millones costará la extra de las pensiones), no da ni para pipas y se los cepillarán en un pis pas, Garamendi y cuatro más, cuando lleguen si es que llegan, y teniendo en cuenta que esta partida no es una dádiva o donación que tiene a bien hacernos el Jeque Catarí, porque, supongo, que estará basada en el Adagio Romano “do ut des” (te doy para que me des), o sea, que el mismo tendrá que sacar rendimiento a tal movimiento de ficha. Pero, en fin, “to es bueno, p´al convento”, tal como mascullaba un fraile que andaba con una furcia al hombro.
Y mientras nos deshacemos en honores y bagatelas mil hacia nuestro egregio invitado, incluido el papel de mantenedor asignado por La Moncloa a nuestro Monarca Felipe VI (haciéndose el gracioso ante el Jeque para que éste ruede si es posible sin puntulla), al Emérito, Don Juan Carlos I, se le mantiene confinado en Sangenjo, o Sanjenjo, o Sanxenxo, cuando ya no se confina a nadie siquiera esté contagiado del covid, y se le obligará a entrar al Palacio de La Zarzuela, por la gatera, hecho que junto con la expulsión del mismo del territorio español, ordenada mancomunadamente por La Moncloa y La Zarzuela, constituye, hoy por hoy, de conformidad con la última doctrina del Tribunal Supremo, una causa de desheredación de los descendientes, por lo que de poco sirve, que Don Felipe haya renunciado a la herencia de su padre, renuncia nula de pleno derecho, según los artículos 990 y 991 del Código Civil, por más que se airee por los medios de comunicación, tertulianos y comentaristas de pacotilla, como una prueba de ejemplaridad.
En fin, lo de siempre: La España de charanga y pandereta, en la que de diez cabezas, nueve embisten y una piensa, tal como sentenciara nuestro inmortal Antonio Machado.
MIGUEL ANGEL VICENTE MARTINEZ
25 de mayo de 2.022