Albacete. La resaca emocional de una noche para la historia en el Carlos Belmonte

Albacete ha amanecido este jueves con una sonrisa difícil de borrar. Todavía cuesta creer lo vivido anoche en el Carlos Belmonte, donde el Albacete Balompié escribió una de esas páginas que quedan grabadas en la memoria colectiva del club y de su afición. El Alba, equipo de Segunda División, eliminó al Celta de Vigo tras un partido de auténtico escándalo que tuvo de todo: valentía, sufrimiento, fe, prórroga… y, por fin, una tanda de penaltis que rompió un viejo maleficio y abrió la puerta de los octavos de final de la Copa del Rey.

Más allá del resultado, la sensación que queda es la de un equipo que compitió sin complejos ante un rival de Primera y que nunca dejó de creer, ni siquiera cuando el marcador se puso cuesta arriba. Ese espíritu es precisamente el que destacaban los protagonistas horas después, ya con la voz algo rota y la adrenalina todavía recorriendo el cuerpo.

En sala de prensa, Alberto González compareció visiblemente emocionado, orgulloso de los suyos y del ambiente vivido en el estadio. El técnico malagueño incidió en la idea de que el equipo había hecho “todo bien cuando tocaba”, subrayando tanto el rendimiento colectivo como la conexión con la grada. Para el entrenador, lo sucedido anoche va más allá de una simple clasificación: es una muestra de hasta dónde puede llegar este Albacete cuando empuja unido. No dudó en calificar el partido como una de las noches más especiales que se han vivido en el Belmonte en mucho tiempo.

Especial mención mereció Jesús Vallejo, protagonista absoluto del encuentro. El central, que ya había entrado para sostener al equipo en un momento crítico, terminó convirtiéndose en héroe con ese gol en el descuento que forzó la prórroga y con su acierto posterior desde los once metros. González definió su aportación como la de un líder silencioso, de esos que suman tanto dentro como fuera del campo, y no ocultó que acciones así refuerzan el peso del vestuario en los momentos clave.

En zona mixta, Vallejo atendió a los medios todavía en una nube. Sus palabras reflejaban más emoción que épica, más gratitud que protagonismo. El defensa insistió en que el gol no fue suyo, sino del estadio entero, de una afición que empujó cuando las fuerzas flaqueaban. Recordaba la celebración casi como un fogonazo, un instante de adrenalina pura en el que apenas fue consciente de nada más que del escudo que llevaba en el pecho, ese que besó con pasión.

El futbolista también puso el acento en el grupo, en los compañeros que juegan menos y que noches como esta deben servirles de impulso, y en la necesidad de transformar la euforia en energía positiva para lo que viene. Porque el Alba no puede vivir solo del recuerdo: este domingo espera Granada y la competición liguera vuelve a llamar a la puerta.

Aun así, resulta inevitable soñar. Tanto el entrenador como los jugadores deslizaron el deseo de medirse a uno de los grandes en la siguiente ronda, conscientes de que sería el premio a una noche perfecta. Pero, pase lo que pase en el sorteo, el Albacete ya ha ganado algo mucho más valioso: la certeza de que este equipo cree, compite y conecta con su gente.

El Carlos Belmonte fue anoche una caldera, un lugar donde se volvió a sentir ese cosquilleo especial que solo provocan las grandes gestas. Y este jueves, con la voz algo tomada y el corazón todavía acelerado, Albacete disfruta de una resaca feliz, de esas que justifican tantas horas de fútbol y tantas temporadas de espera. Porque hay noches que no se olvidan. Y la de ayer ya es una de ellas.