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La cruda realidad

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 05 de septiembre de 2018, 00:03h

Parece que los españoles (y los europeos) comenzamos a despertar del sueño de que la crisis económica (y sobre todo y, quizás, más grave, la crisis moral) ha tocado fondo y como un espíritu inanimado ha volado hacia las alturas, liberándonos de la angustia, del horror y del espanto, y que las medidas de recortes, ajustes y supresión de derechos, fundamentalmente sociales, se han difuminado y, por tanto, volvemos a vivir en el país de Jauja, ese país imaginario en el que los perros se ataban con longaniza, refrán o expresión caricaturesca de la superabundancia derrochona.

En realidad, la crisis económica advertida desde los años 2.007/ 2.008, ha durado y viene durando y durará muchos años más, más de los pasados, y de los deseados, porque el flujo comercial y empresarial que otrora se vivió, cayó hasta sus límites más preocupantes y lacerantes y sus efectos, jalonados sobre las espaldas de los ciudadanos, dejó tales huellas y tales consecuencias que ni el más optimista puede considerar superados. Y el que no quiera verlo ni quiera darse cuenta, por ende, de esta realidad, es que o está ciego, o cierra los ojos, o sibilinamente mira para otro lado.

Un dato que pone de manifiesto que la tan repetida y reiterada recuperación que nos llegó como caída del cielo y gracias a los esfuerzos de nuestros políticos (suponiendo que éstos sean capaces de hacer esfuerzo alguno que no redunde en su propio beneficio) con unas medidas que condenaron a no pocos ciudadanos a la indigencia, a la miseria y a la pobreza, como jamás se había visto y vivido en época alguna del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI y de la que una inmensa mayoría jamás de los jamases podrá salir, es que el motor de esa, repito, pretendida recuperación, está gripado y milagro será que los dichos políticos (la mayoría con un coeficiente intelectual al nivel de la mentecatez) sean capaces de reparar ese motor y que el vehículo se vuelva a poner en marcha, que ya sería un éxito para celebrarlo brindando con champán o con cava, por mucho que nos insten a no consumir éste último por su origen catalán, sino que, además, pueda ponerse a caminar con paso más o menos seguro, para ir cogiendo, aunque sea poco a poco, una cierta velocidad, que impulse, de nuevo, la economía, hacia los derroteros que nunca debió abandonar y que, lamentablemente, costará Dios y ayuda, un milagro casi, recuperar, aunque hoy en día apenas se crea en la posibilidad de que acaezca, no por la posibilidad en sí, sino porque nos hemos sumido en una descreencia religiosa que es más aplaudida y alabada cuanto mayor nivel alcanza la misma. Desde luego, así nos luce el pelo, y esto lo diría, con la misma razón, un calvo cualquiera.

Cierto es que la crisis nos asoló y, verdaderamente, nos sigue asolando, llevándonos por caminos, algunos ignotos, que no sabemos a dónde conducen, o sí lo sabemos, pero nuestros mandamases callan, como canallas, silbando al aire y encantados de haberse conocido.

Y mientras, siguen esas penurias que, a la vista están, dichos mandamases, acaso con los medios de comunicación como los mejores aliados, tratan de ocultarnos con una película, que nada tiene que ver con la realidad, tratando de inocular en el populacho una especie de absorción de su propia existencia, tratando de hacernos ver que los burros vuelan, hacernos comulgar con ruedas de molino y haciéndonos tragar carros y carretas o bolas del tamaño de las que en la población madrileña de Mataelpino, hacen rodar cuesta abajo y sin frenos, poniendo en peligro la integridad física de quienes, con escaso seso, corren delante de las mismas tratando de evitarla: la consecuencia este año de esta gracia festiva, ha sido lamentable con dos atropellados por dicha bola, fracturando a uno de ellos tres costillas y provocando al otro un grave traumatismo craneoencefálico, y nunca mejor dicho a este respecto, que el ser humano es el único ser vivo de la creación que tropieza dos veces en la misma piedra.

Dicen que la recuperación del mercado laboral, que debiera ser uno de los pilares sobre los que asentarse una verdadera recuperación, hace aguas, pues a las alharacas y fuegos de artificio que se lanzan al aire, insensatamente y sabiendo que constituyen mentiras como la copa de un pino o del tamaño del Caballo de Troya, cuando se acercan los idus veraniegos, semanasanteros o navideños, restregándonos por los ojos, cuando no por toda la cara, que las altas de nuevos contratos subirán como la espuma (hasta 600.000 puestos de trabajo se barajaban en la pasada Navidad), en realidad acaba como el rosario de la aurora o queda cortado a la altura en que se quedó estancada la Torre de Babel. Pues la meritada creación de puestos de trabajo se traduce en puestos de trabajo, contratos laborales, de escasa, cuando no de escasísima duración y con unas remuneraciones obscenas por su escasez, por lo que con razón son llamados contratos-basura. Puestos de trabajo con escasa cualificación, además, y a los que se agarran, como un clavo ardiendo, quienes se encuentran en la situación de desempleado, sin ninguna prestación (porque de haberla no darían el paso adelante) y, sin poco menos, que llevarse nada a la boca.

Así, según los datos recientes del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE); un 37,3% de los más de dos millones de contratos firmados el pasado mes de Julio (2.086.655) tuvo una duración igual o inferior a un mes, o sea, 4 de cada 10 contratos; pero un 24,7% (515.220) tuvo una duración aún más corta: una semana o, incluso, menos. Por su parte, 91.664 contratos (el 4,4%) presentaban una duración de entre una semana y 15 días, mientras que 172.795 (el 8,8%) tenían una duración de entre 15 días y un mes. Y, en resumen, en dicho mes de Julio, por lo que respecta a contratos fijos, éstos se quedaron en 190.151, o sean, un 9,11%, siendo el resto (90,9%) temporales.

Y, en concomitancia con lo antedicho, los hoteleros, los restauradores y los hosteleros, han puesto de manifiesto el creciente descenso de ocupación, tanto en el mes de Julio, como en el mes de Agosto, confirmando la Asociación Empresarial Hostelera de Benidorm (icono termométrico del verano español), “la tendencia bajista, con uno de los peores registros de los últimos años”. Y ello, no hay que ponerlo en la balanza de que los países igualmente tradicionalmente veraniegos de nuestro entorno (Turquía, Egipto, Túnez,…) hayan recuperado su nivel, sino porque, y esto es así, la economía sigue varada y obliga a los ciudadanos a seguir apretándose el cinturón. Y cierto es, además, un bajón espeluznante del desembarco o aterrizaje de alemanes y británicos. Constituyendo este año 2018 el final del ciclo de veranos con récord turístico, con la mayor caída de visitantes en diez años.

Y esto es, lamentable e irreductiblemente, lo que hay, lo diga Agamenón o su porquero. Y, en vez de tratar de poner medidas paliativas para insuflar ánimo y optimismo al citado motor económico, aquí, en este país, aun hoy, a duras penas, llamado España, las noticias que día a día, como un mantra, entre otras, nos insuflan desde los Poderes Públicos y Medios de Comunicación, son la radiografía de la Venezuela de Maduro, o el tran tran de poner a caer de un burro a Donald Trump, al que le tienen una animadversión impropia de quienes dirigen un país y de los que están encargados de ejercer el llamado Cuarto Poder, los cuales, tanto unos como otros, están deseando que al primer mandatario estadounidense le caiga sobre su cabeza el planeta Saturno, pero, según mi juicio, largo me lo fiáis compañeros, y el inquilino de la Casa Blanca tiene alguna vida más, que las siete que les auguran a los gatos.

Y ya, en vez de gobernar, el Gobierno de España, presidido por Pedro Sánchez, con tal de camuflar la parálisis de la acción política que como tal le compete, distrae a la ciudadanía con el asunto del Valle de los Caídos y la exhumación de los restos del otrora Generalísimo de los Ejércitos, Don Francisco Franco Bahamonde.

Y, en esas estamos, esperando con la boca abierta a que caiga la breva madura de la higuera, esperando a ver si son tirios o troyanos, o si nos sale pachón o gorrino, o si son galgos o podencos… Y el tiempo pasa, y hay que comer…

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

5 de septiembre de 2018

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