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La degradación humana (II)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 12 de junio de 2019, 04:38h

Alertábamos la semana pasada acerca del escaso rendimiento que el ser humano (hombres y mujeres, adolescentes y niños y niñas) sacaba a la inteligencia que el Ser Supremo, Dios, tuvo a bien concedernos, colocando al mismo como el eje sobre el cual debía girar el mundo, en condiciones normales y haciendo uso de tal virtud, con sensatez y responsabilidad. Mas, ya veíamos que, en algunos casos, por no ser tremendistas y decir que en casi todos, ese ser dotado de inteligencia y voluntad, parece hacer dejación de tales y convertirse en un horrible merchandising , en una enorme masa de carne, con ojos y, también, en no pocos casos, sin ojos, y se dejaba guiar por las directrices de la insensatez y lo contrario al sentido común, el cual no es que suponga un enorme ejercicio de ponerlo en marcha, más bien, al contrario, pero, una vez más, el nihilismo, el relativismo, que como una enfermedad incurable se expande por el mundo, hace que ese ser humano, que debiera ser centro de admiración y ejemplo, se convierta en lo que hemos dicho, dejándose llevar por los vericuetos que quienes ejercen el mal, los conducen, les comen el coco y hacen de ese ser una marioneta, un pim pam pum, que se mueve al ritmo de quien se apodera de su mente y, en consecuencia, de su voluntad, moviendo los hilos a su antojo y dejando obnubilado a quien ha hecho dejación de su singularidad, de su irrepetible configuración como ser único, invadiendo de idiocia y mentecatez el corazón y el alma de quienes, ante este estado y esta visión y posicionamiento, se sienten encantados de haberse conocido, estimulando de éstos, los instintos más bajos y haciendo, por tanto, salir a la luz y a la palestra, la animalidad que, como animal, lleva dentro el ser humano, que, en definitiva, no deja de pertenecer al mundo animal, y, a fuer de ser sinceros, dejándose mojar la oreja, por cualquier otra especie diferente del llamado “homo sapiens” (¡quién lo diría!), las cuales progresan adecuadamente con arreglo a su naturaleza y al destino que desde la Creación tienen asignados.

Un ejemplo de esa idiocia, de esa mentecatez, de ese sinsentido, que se apodera del corazón y del alma del ser humano, lo veíamos en la reciente moda de alcanzar, en masa, y nunca mejor dicho, la cima del pico más alto del mundo, el Everest, en el lejano Himalaya, en Nepal, para ser más exactos, dejándose en el intento una mordida de su fortuna, y, en algunos casos, dantescos, la propia vida.

Y como las imbecilidades no se presentan solas, ahí tenemos otro ejemplo, que, como el anterior, corrobora toda esa dejación del ejercicio racional de la inteligencia y la voluntad. Me refiero a lo que se ha dado en llamar “el juego de la muerte”, un juego consistente en asfixiar a un colega, bien poniéndole una bolsa de plástico sobre la cabeza, o estrangulándolo a la vieja usanza, hasta dejarle inerte, sin sentido, o como se ha visto en un video difundido (las grandes hazañas necesitan la difusión grandilocuente y torpicera pertinente, a través de las redes, para que se vea lo “machitos” que son quienes carecen de autoestima y otras virtudes), en el que alumnos, nada más y nada menos, que de la ESO de un Colegio de Granada, reproducen el acto de ahorcamiento de un niño a otro, hasta dejarle convulsionando tendido en el suelo, y parece ser que practicando este “jueguecito”, ya ha habido, en Estados Unidos, alguna víctima mortal y algún ingreso hospitalario en España. Enseguida han sonado todas las alarmas, y el Cuerpo de la Policía Local y el propio centro educativo, impartieron una charla a los alumnos de los cursos (segundo y tercero de la ESO) que estarían involucrados en este suceso (único, de momento, conocido en dicho centro) a fin de advertirles de las graves consecuencias que se puedan derivar de esta peligrosa práctica. Desde luego, esto es algo tan contrario a los principios que deben regir en una sociedad y que deben imbuirse en las capas sociales más jóvenes, a fin de que aprendan a convivir en paz consigo mismos y con sus convecinos y conciudadanos, que parece mentira que pueda ocurrir dentro de esta sociedad actual fuertemente tecnológica y con los mayores avances desde la aparición de la humanidad, pero, nos deja la duda de si estos avances, en realidad, no suponen un retroceso en la formación integral, moral, ética y espiritual, de nuestras más jóvenes generaciones, a las que se les ha desprovisto de esos valores fundamentales que debieran imperar en la cultura cristiana de Occidente, pero que, por lo que se ve, se ahuyentan los mismos, como alma que lleva el diablo, y se deja a la juventud al socaire de los mensajes del materialismo, económico y sexual, que se propagan a través de las redes sociales y que inciden muy negativamente en esa formación integral a la que aludí más arriba, porque es más fácil tirar por la calle de en medio, dejarse comer el coco con el botellón, la droga y el libertinaje sexual, que esforzarse por formarse, dentro de esos principios, a mi juicio irrenunciables, para llegar a adquirir la categoría de verdadero ser humano, dotado de inteligencia y voluntad firmes y convincentes.

Pero es que, hoy en día, desde distintos puntos y ángulos, ese orden natural de las cosas, se quiere subvertir a marchamartillo, aduciendo principios en casi todos los casos espurios y contradictorios, que, a base de machacar en redes y medios de comunicación, llegan a hacer fortuna, sin que, en principio, se arregle nada, o más bien, acabe desarreglándose lo que desde tiempo inmemorial aparecería como algo ordenado y normal. Y así, en este orden de cosas, un Colegio concertado de Madrid debate sobre cambiar la falda del uniforme de las niñas por el pantalón, porque aquélla genera “complejos físicos” y las niñas se sienten observadas. Un total de 333 (número ya de por sí sintomático) alumnos de sexto de Primaria y segundo de Bachillerato, firmaron una petición (no creo que la misma fuera de “motu proprio” salida de los chavales, sino que más bien cumplirían órdenes de sus progenitores, que así de loco anda hoy en día el patio) dirigida al Consejo Escolar del Colegio Concertado “Santa María de la Hispanidad”, en el Barrio de la Hortaleza, en Madrid, a través de la cual solicitan que el uniforme femenino permita la opción de pantalón. Ni qué decir tiene que en el origen de esta petición subyace la peregrina idea del feminismo más radical, rancio y contrario a la propia mujer, en pos de la no discriminación por razón de sexo y la igualdad hombre-mujer, como siempre sin tener en cuenta que el hombre y la mujer, además de ser seres humanos, iguales en derechos y deberes, son morfológicamente, por naturaleza, distintos, aunque no distantes, y esa distinción sobresale en muchas circunstancias, a Dios Gracias. Pero, en el fondo, de todo ese movimiento de igualitarismo, digamos que por cojones, lo cual ya es sobrepasar el límite de la corrección y rompe de partida ese pretendido igualitarismo, que no igualdad, late en suprimir todo aquello que delate que nos encontramos, en unos casos, ante una mujer, y en otros, ante un hombre, y es que ese machiembrismo que late y subyace en el feminismo radical y desnortado, trata de borrar toda huella en la diferenciación de los sexos, masculino y femenino, y rápidamente todo lo contraen al machismo y a la desigualdad por razón de género, sin tener en cuenta que están operando con factores distintos y no homogéneos, y aquí, sí, el orden de los factores, altera el producto. Porque de llevar hasta sus últimas consecuencias la petición de esos padres (no nos dejemos engañar, a través de sus vástagos), habría que permitir que los chicos pudieran elegir el uso de falda, obviando el pantalón, y qué quieren que les diga, apurando hasta el límite, que a las chicas les pongan un canuto, para que miccionen a la manera de los chicos. Estas consecuencias y otras tiene esa aberrante manía de buscar un igualitarismo, que no igualdad, que conducirá a exigir un corte de pelo para todos y todas, igual, y no digamos, ni queremos meternos en ello, si hablamos de la barba. En fin que hemos de estar dispuestos, como, por ejemplo, en los toros, a que nos den una de cal y otra de arena, visto lo visto y por donde se conduce esta pueril manía de querer cambiar la naturaleza de las cosas, las cuales son lo que son, con arreglo a su naturaleza, y no podemos (o, al menos, no deberíamos) intentar cambiarlas artificialmente, porque ello conducirá a dar un paso más hacia la extinción de la humanidad, uno de cuyos signos más evidentes que en los últimos tiempos se han dado, es el incendio de la Catedral de Notre-Dame, en el París de la Francia, una advertencia muy seria a tener en cuenta, síntoma del derrumbe de la civilización occidental.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

12 de junio de 2.019

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