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Toda España es un volcán (I)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 29 de septiembre de 2021, 04:46h

Estamos poniendo el grito en el cielo a cuenta de la erupción del volcán de Cumbre Vieja en la Palma de Gran Canaria, cuya colada de lava avanza, aunque despaciosamente, imparable buscando el camino hacia la mar, pero arrasando todo lo que encuentra a su paso, sean viviendas, naves, cultivos, etc. y que ha obligado, de momento, a que sean evacuadas más de 6.500 personas, vaticinándose por los expertos que la citada erupción durará aún entre 24 y 48 días, durante los cuales el citado volcán seguirá escupiendo o vomitando lava y seguirá rugiendo como una fiera a la que quisieran robarle sus vástagos, de una manera terrorífica que ni en sueños podríamos haber supuesto y que nos reconduce a una de esas películas de terror y miedo, de impotencia, cuya visión nos conmovía y nos emocionaba, sin pensar que las imágenes grabadas pudieran convertirse algún día en realidad. Menos mal que, de momento, no se han producido víctimas mortales ni lesionadas por el maldito volcán, mas el destrozo, el desastre, la catástrofe, la hecatombe y la devastación que a ese ritmo lento, pero constante, a que avanza la lengua de lava o colada, aparte de los daños materiales que va ocasionando y que seguirá haciéndolo, producirá en la psique de los afectados directamente, esas personas que han perdido su hogar y con él la mayoría de sus pertenencias y recuerdos, acumulados a lo largo de toda una vida de trabajo y sacrificio y que no podrán recuperar ni en los mejores sueños, y quedarán sepultados sine die, amén de los cultivos que igualmente están siendo arrasados por la voracidad volcánica, no dejarán de dejar sobre el espíritu y especialmente la mente de los mismos unas secuelas quizás incurables, que más o menos, por mucho que nos alegremos de que físicamente y de una manera directa no han sufrido daño alguno, el daño psíquico que la visión de cómo toda una vida queda sepultada de por vida, valga la redundancia, dejará huella indeleble en el ánimo y en la vida de futuro que se les presenta, porque es duro, muy duro, abrir los ojos y comprobar que todo lo que fue, ha dejado de ser y que, de ahora en adelante, ha de confrontarse como un nuevo nacer, empezar de cero y tratar de dejar atrás la imagen dantesca de, poco menos, que un final del mundo, que lo es, al menos, para los que sufren las consecuencias del vómito que las entrañas de la tierra está sacando al exterior. Claro, que hay energúmenos, encantados de haberse conocido, que parecen no tener corazón ni alma y a los que parece extasiarle el espectáculo de horror que la erupción de ese volcán está produciendo, no sólo para los afectados, principales sujetos del mismo, sino para todos aquellos que tienen corazón y alma y practican sobretodo el mandato que Jesucristo nos dio de “amar al prójimo como a ti mismo”, que es lo mismo en palabras también del propio Jesús que “amaros los unos a los otros” (dejando aparte a los científicos que se hallan estudiando y custodiando la marcha volcánica) y que, con una sangre fría, y, a la vez, diabólica, disfrutan con este espectáculo y especulan con lo maravilloso que es el mismo, y acuden a todas partes a intentar presenciarlo, a ser posible, en primera fila, poniendo en riesgo, no sólo su propia seguridad y vida, sino la de los profesionales (bomberos, policías local y nacional, guardia civil, protección civil, e, incluso, voluntarios) desplazados al caótico lugar para ayudar en la medida de lo posible a atenuar tanta desgracia, adversidad e infortunio (incluso salvando animales, que como seres vivos también tienen derecho a la vida y que, seguramente, entienden y leen mejor que los humanos lo que está sucediendo) que ha sumido en la tristeza, la pena y la amargura a nuestros compatriotas de La Palma y a todo hijo bien nacido, aunque se encuentre a centenares, o miles de kilómetros de lugar donde están acaeciendo estos desgraciados y desventurados hechos. Por ello, es de todo punto de vista reprobable la manifestación de la Sra. Ministra de Turismo Teresa Moroto, de que lo que se ofrece a la vista es un “espectáculo maravilloso, que atraerá al turismo”, pensando sólo en una parte de la isla y condenando a la ignominia y al exterminio a la parte de la isla afectada directamente, aunque hay que decir, con claridad y rotundidad, que toda la isla, en pleno y en conjunto, en su totalidad, va a quedar afectada por esa desgracia casi bíblica (recordemos la erupción del Vesubio que dejó sepultada Pompeya o la destrucción de Sodoma y Gomorra, como castigo divino por su idolatría y perversión), y prueba es que ya se ha cerrado el aeropuerto de la isla, y han empezado a emigrar turistas en barco, mar adelante. Realmente, es de pirados, quien considera un espectáculo maravilloso un hecho natural que está devastando media isla de La Palma. Mas, ya sabemos el coeficiente intelectual de nuestros excelsos Ministros, esos miembros del Retroprogresista Criminal Gobierno de España, que, como poco, ha de andar a la altura de quien los nombra, que no es otro que el de su Presidente, el Pseudo-Doctor-Sánchez. ¿Dimisión? ¿Cese? ¿Qué palabras son esas? ¡Vade retro!, ¡aquí no dimite ni el apuntador!.

Viene al caso el desgraciado, catastrófico y trágico suceso de La Palma, para poder decir y afirmar, sin rubor ni reparo, que, en realidad, es este país, aún hoy, a duras penas, llamado España, el que se encuentra en plena erupción y desparramando por todos sus volcanes institucionales, especialmente, de la Administración Pública, lava por un tubo, que, a la manera como ocurre con aquél, va aniquilando y arrasando con todo el entramado constitucional que los españoles, con mejor o peor fortuna, nos dimos a raíz de la Constitución Española de 1.978, en que desembocó la laureada y admirada Transición, del Franquismo a la Democracia (aunque ésta, quizás, hoy por hoy, adolezca de más dictadura y totalitarismo, que los que, por no quedar enmarcados dentro de los políticamente incorrectos, se achacan al régimen del Generalísimo de los Ejércitos, Don Francisco Franco Bahamonde), y es que, con un paso, en este caso, no tan lento como el avance de la colada del volcán de La Palma, sino a estas alturas, a una velocidad de vértigo, se está tendiendo a aniquilar todo el entramado institucional derivado de la aplicación de la mentada Constitución, tendentes a hacer desaparecer las “Señas de Identidad” que define a un Estado o Nación, como tales, y que son imprescindibles para considerar a ese Estado o Nación, como tales. Me refiero, fundamentalmente al idioma, la moneda y la bandera (a las que se une, en segundo plano, el escudo), estas tres señas de identidad son imprescindibles, indispensables y esenciales para el cometido enunciado anteriormente. Pero, por desgracia, a día de hoy, en el año (fatídico) 2.002, dimos al traste con uno de ellos, cual es la moneda, renunciando a ella y enterrándola definitivamente hace pocos meses, el 30 de Junio del corriente año (fecha a partir de la cual ya no es posible, bajo ningún concepto el cambio, en el Banco de España, de pesetas por euros). Ahí, en esa fecha, nos sumamos a la desgracia de los países que, por mor de no quedarse atrás y ser el hazmerreir de los demás, entregamos una seña de identidad, asumiendo como moneda a partir de ahí, el euro, que tantas consecuencias negativas tuvo y aún sigue teniendo, sobre la economía española, amputando, dentro de las facultades del Estado, la de poder devaluar la moneda cuando viniesen mal dadas, y quedando a expensas de una Europa (Uropa, para nuestros catetos gobernantes) y dependientes de lo que se pergeñe en Bruselas, y hasta hace poco, de lo que mandase y ordenase la Cancillera Alemana, Ángela Merkel. Con ello, entregamos un pedazo de soberanía nacional. Más listos anduvieron Reino Unido (que mantuvo su moneda, la libra, con vistas a su salida de la Unión, o Suecia y Dinamarca, que aún mantienen la suya, a saber la corona).

MIGUEL ANGEL VICENTE MARTINEZ

29 DE SEPTIEMBRE DE 2.021

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