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Información y ejemplaridad

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 11 de mayo de 2022, 06:46h

O sea, “dar noticias sobre cualquier cosa”, constituyendo la información una de las bases o pilares fundamentales sobre los que debe asentarse la función de los medios de comunicación, cuya existencia y razón de ser descansan sobre la “información”, es decir, la acción de dar esas noticias sobre cualquier cosa, persona, acto o acción o evento. Ahora bien, si esa es la base inexcrutable, la columna vertebral, que debe adornar el oficio de quienes se dedican a proporcionar esa información, para conocimiento de la ciudadanía en general, está claro, que dicha información deberá estar basada en la veracidad de lo informado, a fin de que esas noticias no se conviertan en desinformación, bajo el paradigma de un voluntario callar u ocultar la realidad de lo que se trata de informar, creando confusión, desconcierto, caos, aturdimiento, desasosiego y equivocación, induciendo a los receptores de la susodicha información, al error y al yerro, desplegando sobre los mismos una imagen distorsionada de esa realidad acerca de la cual los medios de comunicación informan, más bien desinforman, y que no acabarían, al ser descubierta la patraña, sino en incorporar a la lista de “Pinochones” (lista que encabeza, a día de hoy, con gran distancia sobre sus perseguidores, nuestro actual Presidente del Retroprogresista Criminal Gobierno de España, a la sazón, el Pseudo-Doctor-Sánchez, que bate récord guinness a escala mundial) a esos presuntos informadores, que no harían otra cosa que desinformar y crear la confusión y falsas expectativas en la ciudadanía en general, la cual, una vez destapada la patraña, maldecirán a quienes de esta forma tan artera, tramposa, marrullera y engañosa, tratan de hacer llegar a la vista y a los oídos de los ciudadanos un trampantojo que nada tiene que ver con la realidad que recae sobre los hechos, actos o asuntos que se analizan y se comentan.

El pasado 25 de Abril del corriente año, se publicó, como un notición de esos que eclipsan cualquier otra noticia acaecida en su derredor, la decisión de nuestro monarca, Don Felipe VI, calificada de “sin precedentes” (para elevar el grado de importancia de la misma), por la demanda de regeneración pública y por su compromiso para renovar la monarquía, de publicar su patrimonio personal, ascendente a unos dos millones y medio de euros, distribuidos en productos de ahorro, antigüedades y joyas, en lo que se resalta como un acto de “transparencia”, tras los escándalos de su progenitor, el Rey Emérito, Don Juan-Carlos I, y como un gesto de separarse de los mismos (ya saben, la triada del mono, que se tapa los ojos –no ver-, los oídos – no oír- y la boca –no hablar-), poniéndose de manifiesto que entre los bienes integrantes de dicho patrimonio no constan bienes inmuebles, lo que se confronta con gran regocijo y satisfacción con patrimonios inmobiliarios de otras Casas Reales Europeas, sin que se reseñe que para qué quiere dicha clase de bienes, si sus necesidades habitacionales las tiene sobradamente cubiertas con el Palacio de la Zarzuela y el Palacio Real, entre otras propiedades del Patrimonio Nacional (¡ya quisieran muchas personas que malhabitan, incluida la calle, poder alojarse siquiera en los jardines de las indicadas propiedades!), o sea, que techo no le va a faltar y con la ventaja de que todos los gastos que se generen por ese uso serán satisfechos con cargo a la Caja Pública de Caudales. Y es que, a veces, se tiende a ensalzar hechos y cuestiones inanes, con la única intención de revestir la figura real bajo la capa de una austeridad rayana en la indigencia. ¡Ay, si hablaran las piedras!. Pero ya sabemos que los vocingleros al uso tratan de resaltar cualquier pequeño gesto como una especie de milagro actuado por ser vos quien sois, y así nos luce el pelo.

Las fuentes de la Zarzuela negaron que esta decisión, que insisten, es personal del monarca, sea “una decisión aislada, oportunista o coyuntural” e insertaron tal medida dentro de las ya adoptadas por Don Felipe, que han sido guiadas por su “sentido del deber”, la necesidad de “ejemplaridad” y su “rectitud”, porque, añaden, en una amanera de revolera taurina, “si hay algo que define al Rey es su sentido del deber”.

No obstante, siendo todo lo que se quiera transcendente esta decisión de desnudar ante la opinión pública, el componente patrimonial de Don Felipe, acaso se oscurece un tanto tanta vanagloria, por dos motivos fundamentales: Primero: Zarzuela informó, antes de la publicación oficial de tal decisión, (“sotto voce detrás del abanico de plumas y de oro”, tal como se expresa nuestro romántico poeta Gustavo Adolfo Bécquer, en su rima XL) a todos los grupos parlamentarios, excepto a ERC, Junts per Cat, CUP, Bildu y BNG, lo cual choca con esa equidistancia y equilibrio que se quiere marcar respecto a la Casa Real sobre los asuntos de la vida pública y política, infringiendo ese principio constitucional de que “El Rey es el Rey de todos los españoles”, sin que pueda ser discriminado nadie por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, en sinonimia con lo que predica el artículo 14 de la Constitución Española, respecto de la igualdad de todos los españoles ante la ley. Consistiendo, por tanto, esa no información a los grupos dichos, una discriminación como la copa de un pino y de todo punto de vista intolerable, inexplicable e injustificable. Segundo: Que la medida del Rey de publicar su patrimonio personal no afecta a la Reina, al considerarse desde La Zarzuela que Doña Letizia no tiene “responsabilidades constitucionales” y que el Jefe del Estado es el Rey y a él le corresponde esa medida en aras a la transparencia. ¿Pero qué me dice Vd. que la Reina no tiene “responsabilidades constitucionales”?. Entonces, explíqueme cuál es el papel de Doña Letizia en esta película, ítem más, cuando las propias fuentes de La Zarzuela subrayan “esa demanda de regeneración pública está muy presente en los millones de personas que afrontan su trabajo cotidiano con esfuerzo y honradez, con vitalidad y generosidad, personas que, a diario, cumplen con sus obligaciones, ponen de manifiesto sus valores cívicos y así construyen y definen el futuro de nuestro país”, ocultando que esa tropa popular o plebe está exhausta y hasta el gorro de contribuir con lagrimas y el sudor de su frente durante medio año a las arcas públicas, para gozo y beneficio de gorrones, gandules y cantamañanas. Aquí se ha levantado un tupido velo, se ha mirado para otro lado, se ha hecho uno el loco, aherrojando ese principio tan innato en la vida pública y punto de inflexión de la regeneración de la misma, según el cual “La mujer del César, no solo ha de ser honrada, sino también parecerlo”. Mal empieza este intento de regeneración, si ocultamos el patrimonio de la cónyuge, nada más y nada menos, que la esposa del Rey, o sea, la Reina de España, lo que nos conduce a preguntarnos si es que hay algo que ocultar, como es lógico, ante tal oscuridad y tupido velo.

Por otra parte, se ha querido enmarcar esta decisión de poner a la luz al Patrimonio Real, en que se trata de un paso más dado por el Rey –subrayando que por decisión personal- en la línea de los adoptados desde 2.014, entre otros, la retirada del título de Duquesa de Palma a su hermana la Infanta Doña Cristina, la retirada de la asignación de la Casa Real a su padre, el Rey Emérito, Don Juan-Carlos I, accediendo, si no empujando, a que el Emérito saliera de España, como un apestado, refugiándose en Abu Dabi, y también repitiendo más que una tortilla de cebolla, la renuncia a la herencia de su padre, sin que a nadie se le caigan los sombrajos ante tan abominable, incierta y falsa renuncia, especialmente a los asesores de la Casa Real, inductores de esta tropelía, pareciendo que los mismos sean unos analfabetos a la altura de la Ministra de Igualdad, Irene Montero, y cómo no, a los medios de comunicación que, en vez de informar, tal como es su obligación y su misión fundamental y razón de existir, repiten como papagayos esa renuncia, poniéndola en los altares, confundiendo a la ciudadanía, que, atónita, recibe esta información, queriéndole hacer tragar carros y carretas o comulgar con ruedas de molino.

Y así consta por escrito, como noticias de relumbre, y además, en editoriales, de fecha 25 de abril de 2.022, de alguno de los principales medios de comunicación del país, a saber: “… Y en plena pandemia, tras las revelaciones sobre los negocios de Juan Carlos I, renunció a la herencia de su padre…”(Diario ”El Mundo”); “…Vuelve a adelantarse por tanto Don Felipe, como cuando hace algo más de dos años, en plena efervescencia de los reproches al origen de las cuentas de Don Juan Carlos, renunció a la herencia de su padre preventivamente…” (Diario “ABC”); Pues bien, el Código Civil, en su artículo 991, establece que “nadie podrá aceptar ni repudiar (refiriéndose a la herencia) sin estar cierto de la muerte de la persona a quien haya de heredar y de su derecho a la herencia”, o sea, que es necesario acreditar el fallecimiento del causante y, además ostentar el derecho a la herencia (porque podría ocurrir que Don Juan Carlos en su testamento hubiera desheredado a su hijo Felipe, en base a las razones o causas que la reciente Jurisprudencia del Tribunal Supremo considera suficientes para ello, tales como el abandono, los malos tratos de carácter psicológico). Y el artículo 990 del citado cuerpo legal declara que “La aceptación o la repudiación de la herencia no podrá hacerse en parte, a plazo, ni condicionalmente”. Con lo cual nos hallamos ante una RENUNCIA NULA DE PLENO DERECHO, vociferada con la aviesa intención de poner en valor la EJEMPLARIDAD de Don Felipe, llevándonos a la conclusión de que EJEMPLARIDAD sí, pero RIGUROSIDAD, SERIEDAD Y VERACIDAD, también, o sea, que menos lobos y no admitamos pulpo como animal de compañía.

MIGUEL ANGEL VICENTE MARTINEZ

11 de mayo de 2.022

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