Un mugido atronador,
mezcla de sangre y de sol,
exhala del corazón,
del Toro de la Vega,
propalando un eco
ensordecedor
por todo el valle
del pueblo de Tordesillas,
lacerando, ominosamente,
el honor y la decencia
de sus habitantes,
de sus huéspedes
y el de todos los españoles
que no abominen
de esta barbarie,
de este espectáculo
dantesco,
cruel y sanguinario.
Hambre de sangre
y de muerte
corroe el esqueleto
de los quince jinetes,
montados a la grupa
de sus cabalgaduras,
blandiendo, en la mano,
la lanza del espanto
y de la muerte
(cuarenta centímetros de hoja
y dos metros de mango).
Pasean su cadavérica
pitanza mortuaria
sobre la estepa,
y se oyen en el Valle
gemidos de muerte y miseria.
Gemidos de toro bravo,
gemidos maldiciendo
a tanto asesino,
a tanto maltratador
inhumano,
a tanto malnacido,
a tanto descabezado
ahíto de muerte y espanto.
Treinta lanceros, además,
a pie, acompañan,
a los caballeros,
todos carroñeros,
alimañas nacidas
del vientre de una madre,
aunque parezca mentira.
Toro bravo,
toro bonito,
como te cantaba El Fary,
dicen que la lucha
es de igual a igual,
cuando te rodean
cuarenta mil
gargantas vociferantes
de quienes lo pasarían
en grande
en el circo romano
viendo devorar por los leones
a cientos de cristianos.
¿Qué alma se cobija
bajo los huesos
de esos infectos cuerpos?
Cuerpos corroídos
por la podredumbre,
carcomidos
por la herrumbre,
vivo ejemplo
de la miseria
y la decadencia humanas.
¿Qué malnacido
te ha quitado la vida,
de una forma tan infame,
tan injusta,
tan traicionera
y tan lacerante?
Caigan sobre su cabeza
mil rayos
y sus cenizas
no encuentren
paz ni descanso,
ni tierra alguna
que les de cobijo.
Tú entras, sin embargo,
en el paraíso,
en el Parnaso
de la bravura,
con más sentimiento
y más inteligencia
que tus verdugos,
cuyos nombres se borrarán
de la faz de la tierra,
mientras el tuyo,
Elegido, con los de
tus predecesores,
surcarán el cielo,
por la noche y por el día
y por toda la eternidad.
Tradición, dicen.
También era tradición
el derecho de pernada
y que el Rey
le cortara la cabeza
a quien le viniera en gana.
Maldita sea la tradición
que acaba con la vida
de un hombre,
de un animal,
o de una planta,
por capricho y necedad,
y malditos
quienes las mantienen
y a quienes les divierte
y les entretiene.
Vuela tu alma ya
libre bajo el sol
y las estrellas,
mar abierto,
azul cobalto del cielo,
verde pradera
donde tus antepasados
pacen eternamente,
mientras tu corazón
desparrama
vida y aliento
para quienes,
cual Tribuna Supremo,
condenamos
a los autores
de esta atrocidad sanguinaria,
sean plebeyos
o de sangre real,
lacayos o autoridad.
Brindo por ti,
al trasluz del más allá,
para que tu alma alcance,
la vida en la inmortalidad.
Elegido, un toro corniveleto, de pelo negro zaino y
596 kilos de peso, de la ganadería burgalesa de
Antonio Bañuelos, fue, salvaje y brutalmente, abatido,
alanceado hasta su muerte, en el Campo del Honor
(¡qué cruel contradicción!), poco después de las
12 de la mañana del día 16 de septiembre de 2.014,
en la conocida como fiesta del Toro de la Vega, en
Tordesillas (Valladolid), cerca de la ribera del Duero,
cuyas aguas se vistieron, una vez más, de negro.
Dicen que es cultura y si esto es así, yo me declaro
inculto y analfabeto por los siglos de los siglos,
amén.
MIGUEL ANGEL VICENTE MARTINEZ
24 DE SEPTIEMBRE DE 2014