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Sobre el bien y el mal (I)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 26 de diciembre de 2018, 12:40h

Está claro, que si el bien existe, su antónimo, el mal, es evidente que también debe existir. Y así de claro y contundente, se expresa en la Tercera del Diario “ABC”, del pasado Jueves, 20 de este mes y año, José-María Carrascal, de la que entresaco algunos párrafos que vienen, como anillo al dedo, a colación, de lo que queremos dejar patente en este artículo: “El mal existe en este mundo y no porque la Biblia lo señale en el pecado original (que, aquí, haciendo un inciso por mi parte, yo diría, que “también”), transformado modernamente en “la debilidad de la naturaleza humana”, sino porque nos rodea por todas partes y tenemos ejemplo a diario… aunque las gentes que dedican su vida a los demás o, simplemente, a sacar adelante a sus familias, nos advierten de que el bien también existe. Claro que ser bueno es mucho más difícil… La maldad, en cambio, parece mucho más fácil, dada su proliferación…”.

Y ante la clarividencia, constatada como escribe el Sr. Carrascal, por contumaz y reiterativa, de que el mal existe en la sociedad, es por lo que desde antaño, milenios incluso antes de Cristo, las sociedades o, sean, la reunión de unos humanos con otros, para subvenir a sus necesidades y la perpetuación de la especie, siempre han tenido unas normas represoras y sancionadoras, para aplicarlas a quienes dentro de esa comunidad, se salta las reglas de convivencia a la torera, incidiendo, incluso, en delitos contra la integridad física y la vida de sus congéneres, origen del Derecho Penal, que por eso ostenta esta denominación, a fin de poner de manifiesto, que su finalidad es aplicar penas proporcionales a la vulneración de esas normas de convivencia que preside toda sociedad y que obliga a todos, sin excepción, a acatarlas y cumplirlas, a fin de reinstaurar, en cada caso concreto, la legalidad vigente, sancionando al incumplidor, o sea, al delincuente que, normalmente, campa o quiere campar por sus respetos, haciendo de su capa un sayo y “jodiendo” a quienes en el día a día, o sea, en la cotidianidad de la sociedad, se aplica a su trabajo y cumple bien y fielmente con esas normas, que no pretenden sino regular esa convivencia y evitar los excesos que algunos miembros de la dicha sociedad cometen, y reparar, en la medida de lo posible, el daño causado y resarcir y compensar al agraviado por el mal causado.

Pero, en fin, basados en las teorías del jurisconsulto y economista italiano, un tal Cesare BONESANA, Marqués DE BECCARIA (Milán 1.738-1.794), ese aditamento esencial del Derecho Penal dio un vuelco espectacular, con su “Tratado de los Delitos y las Penas” (Livorno, 1.764), donde renueva el Derecho Penal, atacando el procedimiento jurídicopolicíaco de su época (tortura, atrocidad de los suplicios, falta de garantías procesales, etc.) abriendo las puertas del Derecho Penal, hacia un Derecho Rehabilitador del delincuente, que habría que tratarlo como una persona, poco menos, que decente. Pues bien, imbuidos de la conmiseración que se desprende del Tratado citado, éste encontró amplio eco, como no podía ser de otra manera, en la izquierda radical, para la que la delincuencia era producto de la pobreza, implementada por el capitalismo atávico y despiadado, justificación que prendió como prende una llama en un pajar, pasando a considerar al delincuente como un producto de la propia sociedad y al que ésta debía, por todos los medios a su alcance, reintegrar al rebaño social por lo que ese Derecho Penal de carácter punitivo, comenzó a ser abandonado, o, al menos, solapado, por ese mantra de la rehabilitación, poniendo todos esos medios dichos a disposición del malhechor y como un medio exculpatorio de la propia sociedad que, con su liviandad y su abandono, ha sido la causante primera y final de la proliferación de la maldad que se desprende de todo acto criminal o delincuencial.

Pero, cuando se hacen estudios científicos, como el llevado a cabo por el Dr. Samuel Yochelson, en su obra “The criminal personality”, en la que establece sus conclusiones, tras dedicar más de ocho mil horas a entrevistar a reclusos durante quince años, a sus familiares, amigos, maestros, novias, patronos y socios, de que el delincuente “nace”, no se hace, o lo que es lo mismo, que hay personas que en sus genes desde antes de su nacimiento ya llevan el mal consigo, mal que puede despertarse o no durante su vida, pero que, de ponerse de manifiesto, bien podríamos concluir que son reencarnaciones del mismísimo diablo, que se manifiesta bajo sus personas en la tierra, lo que, desde luego y con toda certeza, ratifica la alevosía, la falta de escrúpulos, la perfidia, la perversión, lo espeluznante, de su “modus operandi”, ayunos de todo tipo de principios éticos y morales y sin que, en ningún momento, piensen que están haciéndolo mal y mucho menos, por mucho que cuando son detenidos, valga la redundancia, ante lo que intuyen les puede caer encima, con cara de corderos degollados, manifiesten que lo sienten o que se arrepienten.

Mas, como de un tiempo a esta parte, nuestros representantes políticos, o sean, los que deben legislar para poner coto a la maldad en la sociedad que dicen gobernar, o, al menos, debieran gobernar, cumpliendo bien y fielmente sus juramentos o promesas de cumplir la ley, en base a un relativismo político, económico, ético, moral y social, rampante en nuestra época, se dan baños de buenismo y tratan de tratar al delincuente como una pobre víctima de la sociedad y, por omisión cuando menos, acaban culpando a la víctima real, en muchas ocasiones, sin solución para ella, cuando la misma ha sido asesinada. Esa política de no querer incurrir siquiera en un ápice de lo “políticamente incorrecto”, conduce a un entreguismo de esos mandamases que no son sino marionetas de la delincuencia, reflejando su falta de lo que hay que tener para gobernar, en un calzonacismo y bragacismo, intolerables para el común de la sociedad, y en estas estamos, volcando todo el peso de la balanza de la justicia (que aquí hay que echar de comer a parte a muchos miembros de la judicatura, que no merecen ser denominados jueces), o sean, que se juntan el hambre con las ganas de comer, y nos encontramos con el ensalzamiento y subido a principio primero de que el Derecho Penal simplemente está para rehabilitar y su consecuencia la reinserción, llenándose la boca de empalagosas palabras, hueras, huecas y vacías, y dando por sentado que el afectado por el hecho criminal, y más si le han quitado la vida, no merece la pena recordarlo, salvo en ridículas concentraciones de unos pocos minutos para hacerse la foto, y a los cuatro días, como decía Chiquito de la Calzada, hasta luego Lucas, y corroborando el dicho de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Contraviniendo la principal conclusión del estudio del Dr. Yochleson de que “el delincuente no puede ser rehabilitado. En el mejor de los casos habilitado”. Dejando en aguas de borrajas toda la petulancia y creencias de que el sistema penitenciario de rehabilitación del delincuente lanzado y aceptado, cuando no abrazado sin excepción, a bombo y platillo, por tantos y tantos soplagaitas y peleles y mindundis (que, por cierto, se blindan para evitar que les toquen) lanzado en las últimas décadas, descansa sobre bases falsas.

MIGUEL ÁNGEL VICENTE MARTÍNEZ

26 DE DICIEMBRE DE 2.018

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