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Yo, “si tin por”

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 06 de septiembre de 2017, 01:13h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

Y no sólo por mí, sino por mi familia, mis allegados, mis convecinos y por cualesquiera personas que pudieren ser objetivo de una masacre como la que sufrimos hace unos días en Barcelona, la Ciudad Condal, entre otras razones porque los hechos que las desencadenan depende de la voluntad de unos animales (con perdón para los bichos que se encuadran dentro de este calificativo), de unos bestias, exaltados, descerebrados, para los que la vida de sus congéneres no vale un pimiento, incluso la propia, cuando están dispuestos a morir en nombre de Alá. Porque está en juego lo más preciado que tenemos que es la vida. Porque les hemos abierto las puertas de par en par y les hemos dado de comer en nuestro mismo plato; y así nos lo pagan, porque no tienen voluntad de integración, sino de conquista y destrucción de todo lo que huela a occidente.

Y esto es, queramos reconocerlo o no, una guerra desencadenada por el islamismo contra la Civilización de Occidente, esa Civilización basada en unos principios éticos y morales, en unos principios fundamentales, de entre los que destaca con luz propia el derecho a la vida y, consiguientemente, el respeto a la misma, la propia y la de los demás. Civilización de siglos que, en realidad, viendo la deriva que van tomando las cosas, tiende a desaparecer, ante el entreguismo, el calzonacismo y la candidez de quienes desde las más altas instancias tienen obligación de conducir el destino de los ciudadanos bajo su mando, procurando su bienestar, no sólo personal, sino también material, pero, a lo que se ve, bien pareciera que esta caterva de máximos exponentes de nuestras instituciones van por otro camino, vendiendo su alma y la de los demás, al diablo, que bien pareciera que con incapaces de asumir el gran reto que la sociedad exige en estos momentos de convulsión.

Todo se fía al buenismo, maniatados por unos Derechos Humanos que les obligan a abrir las puertas del mal a quien tenga por conveniente cometer una barbarie de la índole brutal a la que nos venimos refiriendo y en su lucha contra ella sólo les cabe el lamento y la resignación, bien entendido que los que pagan, como siempre, las consecuencias, son los ciudadanos de a pie, que ellos bien que se preservan y toman las medidas adecuadas para que no les salpique una pizca lo que sufre la calle en sus carnes.

Y todo ello, por estar gobernados por una pandilla de incapaces y calzonazos, tanto a nivel español, como europeo, que, reunión tras reunión, lo único que son capaces de acordar es medidas para atormentar a la ciudadanía con recortes, rebajas y supresión de derechos, me refiero a la ciudadanía normal, a la que trabaja y paga, sobre cuyos lomos se vierten todo tipo de imposiciones para llenar esas arcas de caudales que nuestros gerifaltes, como no les cuesta un duro, que así es, se encargan de dilapidar en obras faraónicas, cuando no en llenarse la faltriquera propia y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga, o quien venga el último que cierre la puerta. Sin embargo, contra la mala hierba, esas mismas autoridades se muestran complacientes, encantados de haberse conocido, prodigando todo tipo de dádivas y beneficios sin límite alguno, lo que no sabemos si es por miedo, o si es por inepcia o incompetencia, o ambas cosas a la vez, que ya sabemos que la autoridad competente es muy dada a darle el palo a quien no se lo merece, a fin de que recaiga el escarmiento en cabeza ajena.

Por todo ello, resulta grotesco todo ese aparato que se montó para decir no al terrorismo, usando y abusando de nuestro Jefe del Estado, nuestro Monarca, Don Felipe VI, al que llevaron en volandas a la Ciudad Condal en esa manifestación pergeñada para el día 26 del pasado mes de Agosto, esgrimiendo los eslóganes, tan al uso ya, de “Barcelona somos todos” o “no tin por”, lo que no deja de ser una burda manipulación del pueblo español, que ya sabemos que es muy dado a adoptar toda consigna que provenga del poder establecido, quizás, por miedo, a sufrir represalias, como suele ser habitual por estos pagos, por este país, aún hoy, a duras penas, llamado España. Y lo peor del caso es que todos esos eslóganes, repetidos hasta la saciedad, por nuestros representantes políticos, acaban por desbordar la paciencia del más templado, que ve como se van las fuerzas por la boca y no por los medios que debieran ser los adecuados para luchar y evitar la vileza de los males que se ciernen sobre Occidente, que pareciera que diéramos por bueno todo lo malo que nos pasa y que no nos cupiera otra salida que la resignación y la puesta en escena de la otra mejilla para que sigan golpeándonos donde más nos duele. No es posible pasar página sin más tras las consecuencias horribles y desbordantes que han originado tan repugnantes actos, dejando en el olvido a los fallecidos y a los heridos, así como a sus familiares, amigos y demás ciudadanía de bien que trabaja a diario para vivir y dejar vivir. Si se pone en peligro lo más sagrado que nos ha dado Dios, que es la vida humana, algo habrá que hacer, cualquier cosa, menos cruzarse de brazos y esperar a la próxima. No cabe conformarse con posibles, tal como el Presidente del Gobierno de España, Don Mariano Rajoy Brey, deja entrever, cómo reformar la ley para luchar contra el yihadismo, que legislación hay de sobra en este país y en el mundo entero para luchar contra el mal, sólo hay que aplicarla ejemplar y contundentemente, sin que tiemble la mano y sin remilgos, y no achantarse ante el qué dirán, queriendo ser más papista que el Papa, y si no que se lo pregunten al Sr. Juez que tuvo a bien revocar la orden de expulsión del imán que ha sido el cerebro de estos atentados, según él porque no vió amenaza alguna, estaba arraigado y el delito por el que se le condenó a pena de cárcel estaba “lejano en el tiempo”, cuando todos los antecedentes apuntaban a una fiera esperando su momento. Pero así se las gasta, a veces, la justicia, que ha estado a punto de encarcelar a Juana Ribas por, simplemente, haber luchado con amor de madre por el bienestar de sus dos hijos menores de edad, a la que le pedía la Fiscalía cuatro años de cárcel, y aún no sabemos cómo acabará este culebrón veraniego.

Por todo ello, parecen poco menos que lágrimas de cocodrilo, esos llamamientos a la unidad, como si bastara estar unidos para acabar con el mal que nos acecha día y noche, aunque aquí cada cual a lo suyo, sobre todo los responsables políticos a salvar el culo, como sea y caiga quien caiga, si no, no tiene sentido la manifestación del Ministro del Interior Juan Ignacio Zoido de que “no hubo indicios de radicalización en Es Satty”, y se queda más ancho (que ya lo es), que largo.

Pues bien, todas esas proclamas que desde las altas instancias del poder se hacen llegar, como un mantra, a los ciudadanos, no tienen otra consigna que engañar a éstos, haciendo una faena de aliño y así hasta la próxima. Porque, si de verdad, fuera verdad, valga la redundancia, esa proclama que repiten hasta la saciedad de “no tin por”, o sea, “no tengo miedo” en español contante y sonante de la lengua de Cervantes, no sé yo cómo no predican con el ejemplo y todos esos gerifaltes, desde el primero hasta el último, no renuncian a los guardaespaldas y a las medidas de seguridad que rodean cualquier movimiento en público (y también en privado) de los mismos, amén de al coche blindado que no se inmuta ni ante una bomba. Ahorraríamos un pastón y entonces invitaría a dichos gerifaltes a que se adhirieran, como yo, a ese eslogan, repito, que encabeza el presente artículo: yo, “si tin por”.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

                 6 de septiembre de 2017

 

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